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Bücher der Reihe Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui

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  • von José María Blanco White
    9,99 €

    Bien quisiera yo, amigos lectores españoles, tener la pluma de Cervantes para con ella ganar vuestra benevolencia en favor de la narración que me propongo escribir. Pero, aunque el mismo suelo y cielo vieron nacer al célebre ingenio que ha sido y será por siglos la admiración de Europa y al oscuro individuo que esto escribe, la naturaleza dotó al uno con sus mejores dones y dejó al otro, si no desheredado enteramente, a lo más con un corto patrimonio en la república de las letras. Añádase a esto una ausencia de treinta años que casi lo han hecho extranjero en su patria, y no será difícil conjeturar con qué poca confianza emprende, enfermo y casi moribundo, la composición de una obra en español.Pronto, me temo, vendrán muchos a preguntarme: ¿por qué la emprendes? A esta pregunta responderé diciendo que la naturaleza es más poderosa que la costumbre y que es ley bien conocida de la condición humana que, a medida que envejecemos, se rejuvenecen las impresiones de la niñez y de los verdes años. Nada, paisanos míos: me empecé a convencer, algunos años ha, que había entrado dentro de los términos de la vejez con el perpetuo revivir que noté en mí de imágenes y memorias españolas. Hasta mis sueños, que por muchos años habían sido, por decirlo así, en mi lengua adoptiva, comenzaron a mezclar con el otro idioma el castellano. Desde entonces he sentido un vivo deseo de probar si el cielo me concedería, en el corto espacio que me puede quedar de vida, la satisfacción de dejar siquiera una obrita a España en que sus hijos hallasen tal cual entretenimiento unido con algún provecho.

  • von Lope de Vega
    9,99 €

  • von Ruben Dario
    15,90 €

    No se ha hecho mucho comentario sobre L¿Art en silence, de Camilo Mauclair, como era natural. ¡El «Arte en silencio», en el país del ruido! así debía ser. Y pocos libros más llenos de bien, más hermosos y más nobles que éste, fruto de joven, impregnado de un perfume de cordura y de un sabor de siglos. Al leerle, he aquí el espectáculo que se ha presentado a mi imaginación: un campo inmenso y preparado para la labor; un día en su más bello instante, y un labrador matinal que empuja fuertemente su arado, orgulloso de que su virtud triptolémica trae consigo la seguridad de la hora de paz y de fecundidad de mañana. En la confusión de tentativas, en la lucha de tendencias, entre los juglarismos de mal convencidos apóstoles y la imitación de titubeantes sectarios, la voz de este digno trabajador, de este sincero intelectual, en el absoluto sentido del vocablo, es de una transcendental vibración. No puede haber profesión de fe más transparente, más noble y más generosa.

  • von Pedro Antonio de Alarcón
    9,99 €

    Hace algún tiempo que mi amigo Rafael y yo, más enamorados de la muerte que de la vida, dimos un largo paseo por el mar a las altas horas de una tranquila noche de verano, sin otra compañía que la implacable luna, y rigiendo por nosotros mismos un barquichuelo del tamaño de un ataúd.Cansados de remar, y extáticos ante la solemne calma de la Naturaleza, acabamos por abandonar el bote a merced de las olas, confiando en la mansedumbre con que lo acariciaban, o más bien en nuestra mala suerte, que parecía decidida a no ayudarnos a morir.Rafael había cantado una patética barcarola, y cuya letra decía de este modo:«Boga, boga sin recelo, Del remo al impulso blando, Como las almas bogando Van desde la tierra al cielo. Boga, que el viento no zumba Y la mar se duerme en calma; Boga, como boga el alma Desde la cuna a la tumba.»Esta sencilla canción había aumentado la tristeza que nos devoraba; tristeza que en él era ingénita o consubstancial, y que a mí me habían comunicado los libros románticos, algunos hombres sin creencias y las esquiveces de la fortuna...

  • von Emilio Salgari
    15,90 €

    La noche del 20 de diciembre de 1849, un violentísimo huracán se desataba sobre Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, refugio de terribles piratas, situada en el mar de Malasia, a pocos centenares de millas de las costas occidentales de Borneo. Impulsados por un viento irresistible y entremezclándose confusamente, negros nubarrones corrían por el cielo como caballos desbocados, y de cuando en cuando dejaban caer sobre la impenetrable selva de la isla furiosos aguaceros; en el mar, levantadas también por el viento, olas enormes chocaban desordenadamente y se estrellaban con furia, confundiendo sus rugidos con las explosiones breves y secas unas veces, interminables otras, de los rayos. Ni en las cabañas alineadas al fondo de la bahía de la isla, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los numerosos barcos anclados al amparo de los arrecifes, ni bajo los bosques, ni en la alborotada superficie del mar se divisaba luz alguna; sin embargo, si alguien que viniera de oriente hubiera mirado hacia arriba, habría podido ver brillar en la cima de un altísimo acantilado cortado a pico sobre el mar dos puntos luminosos: dos ventanas vivamente iluminadas. Pero ¿quién podía velar, en aquella hora y con semejante tempestad, en la isla de los sanguinarios piratas? En medio de un laberinto de trincheras destrozadas, de terraplenes caídos, de empalizadas arrancadas, de gaviones rotos, al lado de los cuales podían divisarse todavía armas inutilizables y huesos humanos, se levantaba una amplia y sólida cabaña adornada en su cúspide con una gran bandera roja, que ostentaba en el centro la cabeza de un tigre.

  • von Bertrand Russell
    9,99 €

    ¿Existe algún conocimiento en el mundo que pueda ser tan cierto que ningún hombre razonable pueda dudar de él? Esta pregunta, que a primera vista puede no parecer difícil, es realmente una de las más complicadas que se pueden hacer. Cuando nos damos cuenta de los obstáculos que hay para dar una respuesta directa y confiable a esta pregunta, estamos ya en el camino del estudio de la filosofía ¿ porque la filosofía es, simplemente, el intento de dar respuesta a ese tipo de preguntas, sin premura y sin dogmatismos, tal como se hace en la vida común e inclusive en las ciencias, sino críticamente, después de explorar todo lo que hace de esas preguntas un verdadero rompecabezas y después que nos hayamos percatado de toda la vaguedad y la confusión en las que se basan nuestras ideas comunes.

  • von H. G. Wells
    15,90 €

    Ahora que escribo aquí, sentado entre las sombras de los emparrados bajo el cielo azul de la Italia Meridional, me acuerdo, no sin alguna sorpresa, de que mi participación en las asombrosas aventuras del señor Cavor fue, al fin y al cabo, resultado de una mera casualidad. Lo mismo podía haberle sucedido a cualquier otro. Caí en esas cosas en un momento en que me consideraba libre de la más leve posibilidad de perturbaciones en mi vida. Había ido a Lympne porque me lo había figurado como el lugar del mundo en que sucedieran menos acontecimientos. «¡Aquí, de todos modos ¿me decíä, encontraré tranquilidad y podré trabajar en calma!». Y de allí ha salido este libro, tan diametral es la diferencia entre el destino y los pequeños planes de los hombres. Me parece que debo hacer mención, en estas líneas, de la suerte extremadamente mala que acababa de tener en algunos negocios. Rodeado como estoy ahora de todas las comodidades que da la fortuna, hay cierto lujo en esta confesión que hago de mi pobreza de entonces. Puedo hasta confesar que, en determinada proporción, mis desastres eran atribuibles a mis propios actos. Tal vez haya asuntos para los cuales tenga yo alguna capacidad, pero la dirección de operaciones mercantiles no figura entre ellos. En aquella época era aún joven: hoy lo soy todavía en años, pero las cosas que me han sucedido han desterrado de mi mente algo de la juventud: si en su reemplazo han dejado o no un poco de sabiduría, es cuestión más dudosa.

  • von Honore de Balzac
    15,90 €

    La calle del Torniquete de San Juan, cuya descripción pudo parecer fatigante en su tiempo ¿al principio del estudio titulado Una familia doble (ver las Escenas de la vida privada)¿, ese ingenuo detalle del viejo París, sólo tiene hoy esa existencia tipográfica. Para construir la Casa Ayuntamiento tal como se encuentra hoy se destruyó todo un barrio. En 1830, los transeúntes podían aún ver el torniquete pintado en la muestra de un vinatero; pero esa casa fue derruida más tarde. Recordar este servicio no significa anunciar otro del mismo género. ¡Desgraciadamente el viejo París desaparece con espantosa rapidez! Aquí y allá quedarán, ora un tipo de casa medieval, como la que fue descrita al comienzo de El gato que juega a la pelota, y de la que hoy subsisten uno o dos ejemplares; ora la casa que habitaba el juez Popinot, en la calle Fouarre, espécimen de la vieja burguesía. Aquí los restos de la casa de Fulbert; allá las orillas del Sena, construidas bajo Carlos IX. Nueva Old mortality, ¿por qué no ha de salvar el historiador de la sociedad francesa estas curiosas expresiones del pasado, imitando al viejo de Walter Scott, que reparaba las tumbas? Ciertamente, de diez años a esta parte, los gritos de la literatura no han sido vanos: el arte comienza a cubrir con sus flores las innobles fachadas de esas que llaman en París maisons de produit, y a las que Víctor Hugo compara burlonamente con cómodas.

  • von Roberto Arlt
    19,90 €

    El Astrólogo miró alejarse a Erdosain, esperó que éste doblara en la esquina, y entró a la quinta murmurando: ¿Sí¿ pero Lenin sabía adónde iba. Involuntariamente se detuvo frente a la mancha verde del limonero en flor. Blancas nubes triangulares recortaban la perpendicular azul del cielo. Un remolino de insectos negros se combaba junto a la enredadera de la glorieta. Con la punta de su grosero botín el Astrólogo rayó pensativamente la tierra. Mantenía sumergidas las manos en su blusón gris de carpintero, y la frente se le abultaba sobre el ceño, en arduo trabajo de cavilación. Inexpresivamente levantó la vista hasta las nubes. Remurmuró: ¿El diablo sabe adónde vamos. Lenin sí que sabíä Sonó el cencerro que, suspendido de un elástico, servía de llamador en la puerta. El Astrólogo se encaminó a la entrada. Recortada por las tablas de la portezuela, distinguió la silueta de una mujer pelirroja. Se envolvía en un tapado color viruta de madera. El Astrólogo recordó lo que Erdosain le contara referente a la Coja en días anteriores, y avanzó adusto. Cuando se detuvo en la portezuela, Hipólita lo examinó sonriendo. ¿Sin embargo, sus ojos no sonríen¿, pensó el Astrólogo, y al tiempo que abría el candado, ella, por encima de las tablas de la portezuela, exclamó: ¿Buenas tardes. ¿Usted es el Astrólogo? ¿Erdosain ha hecho una imprudenciä, pensó. Luego inclinó la cabeza para seguir escuchando a la mujer que, sin esperar respuesta, prosiguió: ¿Podían poner números en estas calles endiabladas. Me he cansado de tanto preguntar y caminar¿ ¿efectivamente, tenía los zapatos enfangados, aunque ya el barro secábase sobre el cuero¿. Pero qué linda quinta tiene usted. Aquí debe vivir muy bien¿

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    PASCUAL: ¡Hao! Que espantáis el cabrío. ¡Verá por dó se metió! ¡Valga el diablo al que os parió! Echá por acá, jodío. Teneos el abigarrado. FERNANDO: Enriscado me perdí; Pastor, acércate aquí. PASCUAL: Sí, acercáosle, que espetado; pues yo os juro a non de san que si avisaros no bonda y escopetina la honda tres libras de mazapán, mijor diré mazapiedra ¡Hao! Que se mos descarría el hato. FERNANDO: Escucha. PASCUAL: Aún sería el diablo; verá la medra con que mos vino; arre allá hombre del diabro, ¿estás loco? Ve bajando poco a poco, no por ahí, ancia acá. ¡Voto a san, si te deslizas... FERNANDO: Acerca, dame la mano. PASCUAL: Que has de llegar a lo llano, bueno para longanizas.

  • von Louisa May Alcott
    15,90 €

    ¿Jamás hubiera podido creer a quien me pronosticase los cambios ocurridos en este lugar durante los diez últimos años ¿dijo Jo a su hermana Meg. Con orgullo y satisfacción ambas dirigieron una mirada a su alrededor. Luego tomaron asiento en uno de los bancos de la plaza de Plumfield. ¿Así es. Son transformaciones debidas al dinero y a los buenos corazones ¿respondió Meg¿. Tengo la convicción de que el señor Laurence no podía tener mejor monumento que ese colegio, debido a su generosidad. Y mientras esa casa exista perdurará la memoria de tía March. ¿¿Recuerdas, Meg? Cuando niñas creíamos en las hadas. Incluso estábamos preparadas para pedirle ¿si se nos aparecía unä tres cosas. Las que yo quería pedir las he logrado: dinero, fama y afectos ¿dijo Jo, mientras componía su peinado con un gesto que ya de niña le era característico. ¿También se cumplieron mis peticiones y las de Amy. Sería completa nuestra dicha, como un cuento de hadas, si mamá, John y Beth estuvieran aquí ¿la emoción quebró la voz de Meg. ¡Quedaba tan vacío el sitio de la madre! ¿

  • von Alexandre Dumas
    9,99 €

    A comienzos de marzo del año 1841, viajé a Córcega.Nada hay tan pintoresco ni tan cómodo como viajar a Córcega: se embarca uno en Toulon y en veinte horas se planta en Ajaccio, o, en veinticuatro, en Bastia. Allí se puede uno comprar o alquilar un caballo. Si se alquila, cuesta cinco francos al día; si se compra, ciento cincuenta francos. Y que nadie se ría de lo módico del precio; ese caballo, ya sea alquilado o comprado, hace, como el famoso caballo del gascón que saltaba del Pont Neuf al Sena, cosas que no harían ni Prospero ni Nautilus, aquellos héroes de las carreras de Chantilly y del Champ de Mars. Se pasa por caminos donde el propio Balmat hubiera utilizado crampones, y por puentes donde Auriol hubiera pedido un balancín. Por su parte, el viajero no tiene más que cerrar los ojos y dejar que el caballo haga su trabajo: a este le trae sin cuidado el peligro. Añadamos que con ese caballo que pasa por todas partes, se pueden recorrer quince leguas diarias sin que pida ni de beber ni de comer. De cuando en cuando, mientras el viajero se detiene para visitar un viejo castillo construido por algún gran señor, héroe y jefe de una tradición feudal, o para dibujar una vieja torre levantada por los genoveses, el caballo pela una mata de hierba, monda un árbol o lame una roca cubierta de musgo, y ahí queda la cosa.

  • von Mark Twain
    9,99 €

    El Creador estaba sentado en su trono, pensando. A sus espaldas se extendía el ilimitado continente del cielo, impregnado en un glorioso resplandor de luz y color; y ante Él se elevaba, como un muro, la negra noche del Espacio. Su poderosa mole se alzaba hacia el cenit robusta como una montaña coronada por su divina cabeza, que relucía como un sol distante. A sus pies se erguían tres personajes colosales, disminuidos por contraste casi hasta la extinción; eran los arcángeles, cuyas cabezas le llegaban a la altura del tobillo.Cuando el Creador terminó de pensar, dijo: ¿He pensado. ¡Mirad!Levantó la mano y de ella surgió un chorro de fuego pulverizado, un millón de soles fabulosos que hendieron y surcaron la oscuridad, alejándose y alejándose, menguando en tamaño y brillo al penetrar los distantes confines del Espacio, hasta convertirse en minúsculos diamantes refulgiendo bajo la inmensa bóveda del universo.Al cabo de una hora, el Gran Consejo se disolvió.Impresionados y pensativos, los miembros se alejaron de la Presencia y se retiraron a un lugar privado para poder hablar con libertad. Ninguno de los tres parecía dispuesto a iniciar la conversación, prefiriendo que lo hiciera algún otro. Todos deseaban ardientemente discutir el gran acontecimiento, pero no deseaban comprometerse hasta saber cómo lo valoraban los demás. Así que hubo un cruce de palabras vagas y titubeantes sobre temas sin importancia; y aquello se prolongó tediosamente sin llegar a ninguna parte, hasta que finalmente el arcángel Satán se armó de valor ¿cosa de la que estaba sobradamente aprovisionadö y rompió el hielo.

  • von Edmond de Goncourt
    15,90 €

    Los éxitos de libros como L'Assommoir y Germinie Lacerteux, que agitan, mueven y acaloran a parte del público, no son, en mi entender, sino lúcidos encuentros de vanguardia; y la gran batalla que decidirá la victoria del realismo, del naturalismo, del estudio tomado del natural en letras, no ha de darse en el terreno elegido por los autores de las novelas susodichas. El día que un escritor de talento renueve la análisis cruel realizada por mi amigo Zola -quizás también por mí-, al pintar las clases ínfimas de la sociedad, y la aplique a la reproducción de hombres y mujeres de elevado rango que respiren ambientes de buena educación y distinción, ese día tan sólo podremos contar entre los difuntos al clasicismo y sus rezagos.Era ambición de mi hermano y mía escribir la novela realista de la elegancia. El Realismo (sirvámonos de la palabra trivial, la palabra- bandera) no tiene por exclusivo encargo describir lo bajo, repulsivo y mal oliente, no; que también ha venido al mundo para grabar en artísticos caracteres lo lindo y fragante, para fijar aspectos y rasgos de seres refinados y objetos ricos, pero mediante un estudio exacto y riguroso, no convencional y fantaseador de la belleza; estudio análogo al que de la fealdad realizó la nueva escuela durante estos años últimos.

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    ATREVIMIENTO: ¡Otra vez me vuelve a dar los brazos, Admiración! ADMIRACIÓN: ¡Bien me la puedes causar, bravo mozo! Con razón te puede el mundo llamar honra suya, que contento vienes; y ¡que, a lo soldado! ¡Bravas plumas das al viento! ATREVIMIENTO: Por mi valor lo he ganado todo. ADMIRACIÓN: Eres Atrevimiento. ¿A qué no te atreverás? ¿De dónde vienes? ATREVIMIENTO: Del cielo; donde no pienso entrar más. ADMIRACIÓN: Pues ¿nacido allá? ATREVIMIENTO: En el suelo desde agora me verás; que aunque del querub nací, que el monte del testamento intentó asaltar por mí, con ser yo el Atrevimiento, como mi padre caí. Echóme de allá la guerra, y así estoy determinado, pues mi patria me destierra, dejarla. ADMIRACIÓN: No es estimado ningún valiente en su tierra. Pero, pues al mundo bajas, ¿qué oficio piensas tener? Porque si en él no trabajas, mal ganarás de comer.

  • von Pierre-Eugène Veber
    15,90 €

    En el Liceo Montespan, el despacho de la directora no es severo de aspecto. El limonero del mobiliario, las colgaduras azul de Francia, la luz que cae de una vidriera un poco alta, todo da al decorado la apariencia de un salón de lujo en un paquebote. La directoräla señora Jozielle¿bordea los treinta y cinco años. Aunque famosa por su virtud, que atacaron en vano diez ministros de Instrucción pública, veinte diputados, treinta consejeros municipales y un número incalculable de funcionarios, la señora Jozielle puede pasar por una belleza provocativa; no tiene lentes; luce un vestido azul miosotis; este vestido representa un programa completo, porque es suelto y, por consiguiente, permite adivinarlo todo y no olvidar nada. La directora lo toma todo en serio, hasta las cosas serias; en este momento repasa una carta, cuyos términos no son muy de su agrado. El timbre del teléfono, instalado junto al tintero, tintinea. La directora coge el auricular y, como se hace cuando se telefona, mira vagamente al plinto que hay frente a ella.LA SEÑORA JOZIELLE.¿¡Al habla! ¡Sí...! ¿La señora Labron? ¿Quién es...? ¡Ah..., sí...! ¿La señora que me ha escrito? No pude leer la firma de la carta. ¡Acompáñela hasta aquí...! ¡Sí! Tiene solicitada una visita...Un silencio. La señora directora cuelga de nuevo; levántase a medias para examinar su fisonomía en el lejano espejo que forma parte del plinto. Da unos toquecitos a sus hermosos cabellos rojizos y torna a sentarse; toma un libro de cuentas, que aparenta estudiar con un cuidado afanoso. Llaman; un tiempo, y luego la señora Jozielle dice con acento de fastidio:

  • von Gonzalez
    15,90 €

    EL día 15 de noviembre de 1194, á la hora en que el sol se ocultaba tras los remotos confines del condado de Middlesex, tiñendo con reflejos amarillentos los girones en que se rompía al Occidente el ancho pabellón de nubes que encapotaba el cielo, una galera de altos mástiles y agudas velas navegaba lentamente, ayudada por los remos de cien galeotes, subiendo con dificultad la corriente del Támesis, á dos leguas de distancia de Londres. Sobre el alcázar de popa de esta galera, recostado en un mástil en que apenas ondulaba al débil impulso de una pesada brisa sudeste un pendón rojo, cuyas plegaduras no permitían conocer los detalles del blasón que dejaba notarse de una manera confusa sobre él; apoyado en este mástil, repetimos se veía un hombre de figura atlética, con la mirada fija en la distante ciudad. Rodeábanle otros tres hombres, pero á cierta distancia, sin duda por respeto, que miraban al mismo punto que el primero, con una expresión marcada de impaciencia.

  • von Benito Perez Galdos
    15,90 €

    Medio siglo era por filo... poco menos. Corría Noviembre de 1850. Lugar de referencia: Madrid, en una de sus más pobres y feas calles, la llamada de Rodas, que sube y baja entre Embajadores y el Rastro.La mañana había sido glacial, destemplada y brumosa la tarde; entró la noche con tinieblas y lluvia, un gotear lento, menudo, sin tregua, como el llanto de las aflicciones que no tienen ni esperanza remota de consuelo. A las diez, la embocadura de la calle de Rodas por la de Embajadores era temerosa, siniestro el espacio que la obscuridad permitía ver entre las dos filas de casas negras, gibosas, mal encaradas. El farol de la esquina dormía en descuidada lobreguez; el inmediato pestañeaba con resplandor agónico; sólo brillaba, despierto y acechante, como bandido plantado en la encrucijada, el que al promedio de la calle alumbra el paso a una mísera vía descendente: la Peña de Francia. Ánimas del Purgatorio andarían de fijo por allí; las vivientes y visibles eran: un ciego que entró en la calle apaleando el suelo; el sereno, cuya presencia en la bajada al Rastro se advirtió por la temblorosa linterna que hacía eses de una en otra puerta, hasta eclipsarse en el despacho de vinos; una mendiga seguida de un perro, al cual se agregó otro can, y siguieron los tres calle abajo... En el momento de mayor soledad, una mujer dobló con decidido paso la esquina de Embajadores, y puso cara y pecho a la siniestra calle, sin vacilación ni recelo, metiéndose por la obscuridad, afrontando animosa las molestias y peligros del suelo, que no eran pocos, pues donde no había charco, había resbaladizas piedras, y aquí y allá objetos abandonados, como cestos rotos o montones de virutas, dispersos bultos que figuraban en la obscuridad perros dormidos o gatos en acecho.

  • von William Shakespeare
    9,99 €

    VALENTÍN. -Cesa de persuadirme, querido Proteo. La juventud casera tiene siempre gustos caseros. Si un respetable afecto no encadenase tus años mozos a las dulces miradas de tu honorable amada, más bien solicitaría tu compañía para contemplar, lejos de la patria, las maravillas del mundo, pues viviendo la hastiada monotonía del hogar, consumes tu juventud en ociosidades sin relieve. Pero puesto que amas, continúa amando, y sé tan feliz en tus amores como para mí deseo cuando ame a mi vez. PROTEO. -¿De modo que te marchas? Pues ¡adiós!, querido Valentín. Piensa en tu amigo Proteo cuando encuentres algo extraordinario, digno de nota, en tu travesía. Tenme presente en los momentos de dicha, cuando todo vaya bien. Y en tus peligros, si te rodearan, encomienda tus infortunios a mis santas oraciones, pues seré tu rogador, Valentín. VALENTÍN. -¿Y rogarás por mi éxito en un devocionario de amor? PROTEO. -Rogaré por ti en cierto libro que amo. VALENTÍN. -Sin duda, en alguna frívola historia de un amor profundo, en donde se cuente, por ejemplo, cómo el joven Leandro atravesó a nado el Helesponto. PROTEO. -Que es la profunda historia de un sentimiento de los más profundos. ¡Como que Leandro se hundió por considerar el amor por encima de sus zapatos! VALENTÍN. -Es verdad; pero tú has colocado las botas por encima del amor, y todavía no se sabe que pasarás a nado el Helesponto. PROTEO. -¿Por encima de las botas? No me hagas, pues, que dé un bote. VALENTÍN. -No, no lo deseo; he hecho por ti voto de compasión. PROTEO. -¿Por qué? VALENTÍN. -Por estar enamorado. Amar es comprar desprecios con lamentos; miradas de desdén con suspiros de dolor; es cambiar por un instante de placer veinte noches de ansiedades y desvelos. Si se triunfa, cara cuesta la victoria. Si se nos engaña, sólo conservaremos desastres. ¿Qué queda, pues, del amor? Una tontería conseguida a fuerza de ingenio o un ingenio vencido por la tontería o la locura.

  • von Juan Eugenio Hartzenbusch
    15,90 €

    ZULIMA No vuelve en sí. ADEL Todavía tardará mucho en volver. ZULIMA Fuerte el narcótico ha sido. ADEL Poco ha se lo administré. Dígnate de oír, señora, la voz de un súbdito fiel, que orillas de un precipicio te ve colocar el pie. ZULIMA Si disuadirme pretendes, no te fatigues, Adel. Partir de Valencia quiero, y hoy, hoy mismo partiré. ADEL ¿Con ese cautivo? ZULIMA Tú me has de acompañar con él. ADEL ¿Así al esposo abandonas? ¡Un amir, señora, un rey! ZULIMA Ese rey, al ser mi esposo, me prometió no tener

  • von José Zorrilla & Francisco de Rojas
    19,90 €

  • von G. K. Chesterton
    15,90 €

    Todo libro de investigación social moderna tiene una estructura de algún modo muy definida. Empieza por regla general con un análisis, con estadísticas, tablas de población, la disminución de la delincuencia entre los congregacionistas, el crecimiento de la histeria entre los policías y otros hechos igualmente comprobados; acaba con un capítulo que normalmente se llama «La solución». Suele deberse casi enteramente a este cuidadoso, sólido y científico método el hecho de que «La solución» nunca se encuentre, pues este esquema de preguntas y respuestas médicas es un disparate; el primer gran disparate de la sociología. Siempre debe declararse la enfermedad antes de que encontremos la cura. Pero es la entera definición y dignidad del hombre lo que, en cuestiones sociales, nos impone encontrar la cura antes de encontrar la enfermedad.

  • von John Buchan
    9,99 €

    Aquella tarde de mayo, hacia las tres, volví de la City bastante hastiado de la vida. Hacía tres meses que me encontraba en la madre patria, y ya estaba harto de ella. Si un año antes me hubieran dicho que me sentiría así, no me lo habría creído; pero así era. La lluvia me ponía de malhumor, el lenguaje del inglés corriente me ponía enfermo, no podía hacer bastante ejercicio, y las diversidades de Londres me parecían tan insulsas como una gaseosa dejada mucho tiempo al sol. «Richard Hannay ¿me decía a mí mismo una y otra vez ¿, has caído en una zanja, amigo mío, y será mejor que te des prisa en salir.» Me mordía los labios sólo de pensar en todos los planes que había hecho durante los últimos años pasados en Buluwayo. Fueron muchos; no extraordinarios, pero sí lo bastante buenos para mí; y había imaginado gran cantidad de medios para divertirme. Mi padre me sacó de Escocia a los seis años, y no había estado en casa desde entonces, de modo que Inglaterra me parecía un cuento de Las mil y una noches, y mi intención era quedarme allí hasta el fin de mis días.

  • von Francisco Rojas Zorrilla
    9,99 €

    IRENECansado, Lépido, estás. LÉPIDOIrene, téngote amor. IRENE¿No te hiela mi rigor? LÉPIDODesdenes encienden más. IRENE¿Y los desaires? LÉPIDO También. IRENEConfiésote que es verdad, que a una grande voluntad la da sazón un desdén; si cae sobre amor, yo siento que es el desaire donaire, mas no si cae el desaire sobre un aborrecimiento. Y así, pues tu engaño ignora que tu amor aborrecí, lo que te encendió hasta aquí te puede helar desde ahora. LÉPIDOPues ya que saber merezco que no me quieres... IRENE Detén; no es que no te quiero bien. LÉPIDOPues di, ¿qué es? IRENE que te aborrezco. LÉPIDO¿Ese extremo no es igual? IRENEDiferente viene a ser: una cosa es no querer, y es otra querer muy mal. LÉPIDOY, en fin, me dices aquí... IRENEYa tu oído lo escuchó. LÉPIDOQue no me has querido. IRENE No. LÉPIDO¿Y que me aborreces? IRENE Sí. LÉPIDOCon la amorosa pasión no pensarán mis agravios

  • von Francisco de Rojas
    9,99 €

    SERAFINA.Llévenla luégo á un convento, No ha de estar en casa un hora. RAFAELA.Yo te confieso, Señora, Que es justo tu sentimiento; Pero aunque es doña Matea Con los hombres tan humana, Es, en efecto, tu hermana. SERAFINA.¿Enamoradita y fea? ¿Qué es esto? RAFAELA. Templanza ten. SERAFINA.¿No quieres tú que me asombre Si en la vida ha visto hombre, Que no le parezca bien? El chico, por lo donoso; El grande, por lo entallado; El puerco, por descuidado; El limpio, por cuidadoso; Porque guarda, el miserable; Por arrojado, al valiente; Al que habla, por elocuente; Al que calla, por loable: Al cobarde, por templado; Al hablador, por chistoso Al tibio, por vergonzoso; Por discreto, al mesurado; Al vano, por presunción; Por constante, al importuno; Jamás ha visto hombre alguno Que no le cobre afición. Pues en un convento vea Su humanidad reprimida. RAFAELA.Señora...

  • von Gabriel Miró
    9,99 €

    Desde el vestíbulo pasa la suave luz de una lámpara escarchada al aposento paredaño donde está el tullido cercado de amigos. Hablan de proyectos logreros, de meriendas en heredades, de un sermón, de paseos bajo el refugio de los olmos del camino. Son viejos, como el enfermo, y tienen fortaleza, estrépito en la risa y fuman. Cuando le ayudan a variar de actitud o le acomodan la manta caída o arrastran su butaca de ruedas, siente él más su impotencia y le llora angustiadamente su alma, pero los ojos no. ¡Oh, si le vieran llorar por fuera estos amigos viejos y alegres, que ni padecen el reuma senil!Les miente todas las noches, diciéndoles que sus piernas, su brazo y costado no están muertos para siempre. Nota que la vida acecha el penetrar borbotante por sus venas, regocijándole las entrañas y flexibilizando sus nervios y músculos.-Eso, desde luego. Ya verá, ya verá cuando pase el frío -contesta, estregándose las manos, un señor muy flaco, de perfil judío.

  • von Virginia Woolf
    15,90 €

    Al acercarse a la playa cada barra se alzaba, se amontonaba sobre sí misma, rompía, y se deslizaba un sutil velo de agua blanca sobre la arena. La ola se detenía, y después volvía a retirarse arrastrándose, con un suspiro como el del durmiente cuyo aliento va y viene en la inconsciencia. Poco a poco, la oscura raya en el horizonte se aclaraba, como si las partículas suspendidas en una vieja botella de vino hubieran descendido al fondo, dejando verde el vidrio. También más allá se aclaraba el cielo, como si el blanco poso hubiera descendido, o como si el brazo de una mujer recostada bajo el horizonte hubiera alzado una lámpara, y planas barras blancas, verdes y amarillas se proyectaban en el cielo, como las varillas de un abanico. Entonces, la mujer alzó más la lámpara, y el aire pareció devenir fibroso y apartarse de la verde superficie, chispeante y llameando, en rojas y amarillas hebras como el humeante fuego que ruge en una hoguera. -Poco a poco, las hebras de la hoguera se fundieron en un resplandor, en una incandescencia que alzó el peso del gris cielo lanudo, poniéndolo encima de él, y lo convirtió en millones de átomos de suave azul. La superficie del mar se hizo despacio transparente, y estuvo destellante y rizada hasta que las oscuras barras quedaron casi borradas. Lentamente, el brazo que sostenía la lámpara la alzó más, y después más, hasta que la ancha llama se hizo visible. Un arco de fuego ardía en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar lanzaba llamas doradas.

  • von Henry James
    9,99 €

    Ella era ciertamente una muchacha peculiar, y si al final él sintió que no la conocía ni la entendía, no es sorprendente que al comienzo pensara de igual forma. Al inicio, sin embargo, él experimentó lo que no percibió al final: que, una vez afianzada su relación gracias a las circunstancias, la peculiaridad de la joven se materializaba en un encanto al que era imposible oponerse o resistirse. Él tenía la extraña impresión (en ocasiones venía a ser una auténtica aflicción que, moralmente hablando, le sacudía los sentidos con la agudeza de una repentina punzada de neuralgia) de que sería mejor para ambos que interrumpieran su relación de inmediato y nunca se volvieran a ver. En años posteriores, él consideró este sentimiento como una premonición, y recordó dos o tres ocasiones en las que estuvo a punto de expresarlo a Georgina. Claro que nunca llegó a hacerlo; había múltiples buenas razones para ello. El amor feliz no está dispuesto a asumir deberes desagradables; y ni los serios presentimientos, ni la peculiaridad de su amada o la insufrible descortesía de sus padres impedían que el amor de Raymond Benyon fuera feliz. Georgina era una muchacha alta y rubia, de ojos bellos y fríos y una sonrisa cuya perfecta dulzura, proveniente de sus labios, rebosaba armonía. Tenía el cabello de color castaño rojizo, de un tono que podría calificarse como verdaderamente espléndido, y parecía moverse por la vida con una elegancia majestuosa, como habría caminado al son de un anticuado minueto. Los caballeros relacionados con la Marina tienen la ventaja de ver muchos tipos de mujeres; pueden comparar a las damas de Nueva York con las de Valparaíso, y a las de Halifax con las del Cabo de Buena Esperanza. Raymond Benyon había disfrutado de estas oportunidades y, siendo admirador de las mujeres, había aprendido su lección; se encontraba en una posición que le permitía apreciar las bellas cualidades de Georgina Gressie.

  • von Felipe Trigo
    9,99 €

    La noche tenía una diafanidad de maravilla. Víctor detuvo perezosamente su marcha de pereza ante la fronda del hotel. Había un coche a la puerta y dormía el cochero. Las dos. El problema eterno de su horrible libertad le abrumaba. Si quería, podía entrar. Si quería, podía seguir paseando de un modo filosófico las calles. Por lo pronto, quieto, aspirando el olor de las acacias en la fiesta de este Mayo serenísimo, deploró que la avenida se pareciese a tantas de París, de Roma, de Berlín.Las mismas filas de focos y faroles; las mismas cuádruples hileras de árboles; los mismos rieles y cables de tranvías... Él, en Berlín, en París, en Roma, a estas mismas horas, encontraríase también probablemente delante de un hotel con su misma horrible libertad de entrar o de seguir filosofando por las calles. ¿Dónde estaba, de la tierra toda, el pueblo nuevo de la grande vida?Abrió la cancela. El minúsculo jardín le sumió en la perfumada sombra de sus cersis. Las ramas subían hasta los balcones, hasta los tejados y terrazas. Un pequeño hotel, tan bizarramente bello como un bello panteón.

  • von José Zorrilla
    15,90 €

    En las frondosas campiñas que con sus ondas serenas fecunda el Guadalquivir antes que en el mar se pierda, sentada está una ciudad que majestuosa ostenta lo atrevido de sus torres, lo antiguo de sus almenas. El río su bella imagen en su corriente refleja pasando enorgullecido por pasar tan junto a ella. Y ella se mira en sus aguas contemplando allí altanera su antigüedad y poder y su proverbial belleza. Espesos muros la ciñen, y frondosísimas huertas, y apiñados olivares, y fertilísimas vegas. Radiante sol la ilumina, y la bordan sus laderas altos y copados árboles y olorosas flores bellas. Alegre gente la vive, que las calurosas siestas y las perfumadas noches pasa al son de la vihuela, ya en sus entoldados patios, entre fuentes y macetas, ya en sus floridos jardines gozando sus auras frescas. Ciudad de hermoso recuerdo, ciudad bella entre las bellas, de los moros es envidia, de los cristianos soberbia. Sevilla, en fin, y esto basta, que todo el nombre lo encierra;

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