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Bücher der Reihe Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui

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  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    Nunca al tálamo justo, coyundas de Himeneo, de Peleo y de Tetis enlazaras con la cerviz el gusto; ya que dio a Peleo la mano Tetis, nunca convidaras los dioses, ni injuriaras la discordia traviesa, cuya manzana de oro ponzoña dio en tesoro e infausta sobremesa a la ocasión tirana si hechiza a toda Grecia una manzana. Nunca fuera piadosa con el pastor tirano la osa tributaria de sus pechos, o ya que de una osa mamó el licor villano, pues al monstruo cosario pagó pechos nunca de él satisfechos, árbitro juez le hicieran competidores ojos, ocasionando enojos, que tal venganza esperan, si yo llevo la pena, la gloria Venus y la culpa Elena. ¡Ay Penélope bella¡ ¡Ay hijo amado mío! Mitades de mi vida; en mi tormento, estorbos atropella de amor el señorío cuando a la honra obliga el juramento. Contra el pastor violento

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    GERÓNIMA: ¿Hay huésped más descortés? ¡Un mes en casa, al regalo y mesa de don Gonzalo, y sin saber en un mes que mujer en ella habita, o si lo sabe, que es llano, blasonar de cortesano y no hacerme una visita? ¡Jesús, Quiteria, es grosero aunque tú vuelvas por él! QUITERIA: Yo, en lo que he notado dél, perfeto le considero: la persona, un pino de oro; un alma en cualquiera acción; de alegre conversación, guardando en ella el decoro que debe a su calidad; en lo curioso un armiño, mas no afectando el aliño que afemina nuestra edad; mozo, lo que es suficiente para prendar hermosuras mas no para travesuras de edad, por poca, imprudente. Júzgole yo de treinta años. GERÓNIMA: Pinta en él la perfección que el conde de Castellón en su Cortesano.QUITERIA: Extraños humores en ti ha causado ese enojo que condeno. Ya no tendrá nada bueno, porque no te ha visitado. Si ignora que en casa hay dama, ¿qué le culpas?

  • von Baltasar Gracian
    9,90 - 9,99 €

  • von Moliere
    9,99 €

    VALERIO ¿Cómo, encantadora Elisa, os ponéis melancólica después de las halagadoras seguridades que sobre vuestro sentimiento habéis tenido la bondad de darme? ¡Ay, os veo suspirar en medio de mi dicha! ¿Es que lamentáis, decidme, haberme hecho feliz, y os arrepentís de este compromiso, o mi pasión ha podido contrariaros?ELISA No, Valerio, no puedo arrepentirme de nada de lo que hago por vos. Me siento arrastrada a ello por una fuerza demasiado dulce y ni siquiera tengo energías para desear que las cosas no ocurrieran así. Pero, para seros sincera, me inquieta su resultado; y temo mucho amaros algo más de lo que debería.VALERIO Oh, Elisa, ¿qué podeis temer por las bondades que tenéis para conmigo?ELISA ¡Ay, cien cosas a la vez! El enojo de un padre, los reproches de mi familia, las censuras del mundo; pero más que todo la inconstancia de vuestro corazón, Valerio, y esa criminal frialdad con que los de vuestro sexo pagan muy a menudo los testimonios demasiado ardientes de un inocente amor.

  • von Honore de Balzac
    9,99 €

    La persona realmente peculiar con la cual me dispongo a entretener al lector por algunos instantes, es decir, mi tío, era uno de esos individuos distinguidos por la naturaleza, para quienes el destino provoca auténticos milagros. Desde la más temprana edad, supo sobreponerse a esos poderosos prejuicios que dominan a la sociedad, y que, vistos de manera filosófica, no son sino debilidades morales, pues supo vivir con la calidad de un hombre que tiene cincuenta mil libras de renta, a pesar de no tener un solo céntimo de ingreso legal. Después de haber disfrutado de todos los goces que un hombre puede desear durante sesenta años, vivió un fin digno de él, al dar su último suspiro en el restaurante de un conocido suyo, quien había tenido no pocas ocasiones de admirar sus brillantes cualidades y la fuerza de su genio. Mi tío nació el 1 de abril de 1761 en Saint-Germain-en-Laye. No voy a hablar de los primeros años de su vida, que pasaron pacíficamente, como los de todos los niños mimados por sus madres. Hacía tiempo ya que mi abuela estaba deseando una prueba de cariño conyugal por parte de mi abuelo, mas tuvo que esperar diez años antes de obtenerlo, y mi tío fue el primer fruto (mi padre no nacería hasta diez años más tarde). Mi abuelo, deslumbrado de igual manera que su esposa por el cariño hacia su hijo, no sabía reconocer ninguna de las pasiones que algún día brotarían en el corazón de «su tesoro», y a pesar de que era un hombre de ingenio, no supo darle a su educación la dirección adecuada.

  • von Emile Zola
    15,90 €

    Ya eran las nueve. La pequeña ciudad de Vauchamp acababa de meterse en la cama, muda y oscura, bajo la glacial lluvia de noviembre. En la calle de Récollets, una de las más estrechas y menos transitadas del barrio de Saint- Jean, una ventana seguía iluminada, en el tercer piso de una vieja casa, cuyos desvencijados canalones dejaban caer torrentes de agua. Madame Burle velaba junto a un endeble fuego de tocones de viña, mientras su nieto Charles hacía los deberes bajo la pálida claridad de una lámpara. El apartamento, alquilado por ciento sesenta francos al año, se componía de cuatro enormes habitaciones que nunca lograban calentar en invierno. Madame Burle ocupaba la más amplia; su hijo, el capitán-tesorero Burle, había elegido la habitación que daba a la calle, cerca del comedor; y el pequeño Charles, con su catre de hierro, se perdía al fondo de un inmenso salón cubierto de mohosas tapicerías que ya no se utilizaba como tal. Los escasos enseres del capitán y de su madre, muebles estilo Imperio de caoba maciza, abollados y con los apliques de cobre arrancados tras los continuos cambios de guarnición, desaparecían bajo la alta techumbre de la cual se desprendía como una fina oscuridad pulverizada. Las baldosas, pintadas de un rojo frío y duro, helaban los pies. Entre las sillas tan sólo había pequeñas alfombrillas raídas, tan desgastadas que tiritaban en medio de ese desierto barrido por todos los vientos, que se filtraban por las puertas y las ventanas dislocadas.

  • von Arthur Schopenhauer
    9,99 €

    1El mundo no es algo creado, pues ha existido ¿dice Ocellos Lucanö desde siempre, ya que el tiempo se halla condicionado por el ser cognoscente y, por lo tanto, por el mundo; así como el mundo lo está por el tiempo. El mundo no es posible sin el tiempo, pero el tiempo tampoco lo es sin el mundo; de ahí que ambos sean inseparables y resultaría imposible imaginar siquiera que existiese un tiempo en el cual no hubiese mundo, como que existiese un mundo sin absolutamente nada de tiempo.2En tanto que pongáis como conditio sine qua non a toda filosofía que haya sido cortada según el patrón del teísmo judío no será posible pensar en comprender la naturaleza, incluso en ninguna investigación seria de la verdad.3¿Alguna vez ha bizqueado algún ser humano de gran inteligencia? No lo creo, aunque me son conocidas las dos causas físicas del estrabismo, las debilidades del ojo o la corta extensión fuera de lo normal del músculo ocular. ¿Tienen estrabismo los animales?4En los animales se aprecia perfectamente que su intelecto se activa meramente en función de su voluntad; en los seres humanos pasa, por lo general, casi lo mismo. También en estos se aprecia de forma general, en algunos incluso todavía, que el intelecto nunca ha estado activo de forma diferente, sino que ha sido dirigido de manera constante y meramente para las mezquinas finalidades de la vida utilizando medios bajos e indignos. Quien posee un decisivo excedente de intelecto, lo utiliza en la medida precisa para ir más allá de ser un mero instrumento al servicio de la voluntad, excedente que desemboca, pues, por sí mismo en una actividad completamente libre, no suscitada ni por la voluntad ni por los objetivos de esta, actividad cuyo resultado será una concepción puramente objetiva del mundo y de las cosas, quien es capaz de esto es un genio y ello se refleja en su rostro: dicho excedente se halla, pues, en menor medida al servicio de la voluntad.

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    LAMBERTO: Pues a mi cargo has quedado, tu remedio está a mi cuenta, y así quiero darte estado. CABALLERO: Si tu amor honrarme intenta, trueca el nombre de cuñado en el de hermano apacible; no fuerces mi inclinación, mira que es cosa terrible, sabiendo mi condición, casarme. LAMBERTO: Ya es imposible deshacerse este concierto. CABALLERO: ¿No ves que ya mi edad pasa de los límites, Lamberto, que piden bodas? LAMBERTO: Tu casa, como sin hijos han muerto tus padres, reduce en ti mi nobleza y sucesión. Palabra a Jacobo di de casarte, y no es razón no cumplirla. CABALLERO: Resistí a mis padres tantos años el peso del casamiento, Argel de penas y engaños, sirviéndome de escarmiento sucesos propios y extraños que ya en mis amigos veo, ya entre mis parientes toco, ya en varias historias leo, ¿y quieres volverme loco violentando mi deseo?

  • von Mark Twain
    15,90 €

    No hay ningún carácter, por bueno y puro que sea, que no se pueda destruir con el ridículo, por tosco y mezquino que sea. Observemos al asno, por ejemplo: su carácter es casi perfecto, es el espíritu más selecto entre todos los animales más humildes, y sin embargo ya sabemos lo que el ridículo ha hecho de él. En vez de sentirnos halagados cuando nos llaman asnos, nos quedamos dudosos.¿Del calendario del Bobo Wilson.La persona que ignora los asuntos legales siempre puede cometer errores al tratar de fotografiar con su pluma una escena de un tribunal; y por eso, yo no quería que los capítulos legales de este libro fueran a la imprenta sin someterlos antes a una revisión y corrección rígidas y exhaustivas hechas por un experto leguleyö si es así como los llaman. Esos capítulos son ahora correctos en todos sus detalles, porque fueron escritos de nuevo bajo la mirada vigilante de William Hicks, quien estudió algo de leyes un tiempo en el sudoeste de Missouri, hace treinta y cinco años, y luego vino a Florencia por su salud y sigue trabajando, por la comida y la cama, en el almacén de piensos de Macaroni Vermicelli, que se encuentra en el primer callejón que vemos al doblar la esquina de la Piazza del Duomo, un poco más allá de la casa que tiene la pared de piedra, donde Dante acostumbraba sentarse hace seiscientos años, cuando dejó de contemplar cómo construían el campanile del Giotto, pero se cansaba de esperar que Beatrice pasara por allí para comprarse un trozo de pastel de castañas y poder defenderse con él en caso de una revuelta gibelina, antes de llegar a la escuela, en el mismo puesto donde lo venden hoy en día, tan ligero y bueno como entonces, y eso no es ninguna adulación, ni mucho menos. Había olvidado un poco las leyes, pero las refrescó por causa de este libro, y los dos o tres capítulos legales están ahora perfectos. Él mismo me lo dijo así.

  • von Jules Verne
    9,99 €

  • von Francisco de Quevedo
    15,90 €

  • von Benito Perez Galdos
    15,90 €

    El héroe (por fuerza) de esta fábula verdadera y mentirosa, don Carlos de Tarsis y Suárez de Almondar, Marqués de Mudarra, Conde de Zorita de los Canes, era un señorito muy galán y de hacienda copiosa, criado con mimo y regalo como retoño único de padres opulentos, sometido en su adolescencia verde a la preceptoría de un clérigo maduro, que debía enderezarle la conciencia y henchirle el caletre, de conocimientos elementales. Por voces públicas se sabe que quedó huérfano a los veinte años, desgracia lastimosa y rápida, pues padre y madre fallecieron con diferencia tan sólo de tres meses, dejándole debajo de la autoridad de un tutor ni muy blando ni muy riguroso; sábese que en este tiempo Carlitos se deshizo del clérigo, despachándole con buen modo, y se dedicó a desaprender las insípidas enseñanzas de su primer maestro, y a llenar con ávidas lecturas los vacíos del cerebro. Lo que se decía del señor Marqués de Torralba de Sisones, padrino y tutor de Carlitos, es como sigue: Aunque el buen señor vivía en continuo metimiento con gente de sotana y hocicaba con el Nuncio y el Marqués de Yébenes, estaba, como quien dice, forrado por dentro de tolerancia y benignidad, virtudes que no eran más que formas de pereza. Por esta razón gastó manga muy ancha con su pupilo, y no le puso ningún reparo para que leyese cuanto le pidieran el cuerpo y el alma, ni para mantener constante trato con muchachos de ideas ardorosas y atropellada condición, despiertos, redichos, incrédulos como demonios. Pero en estas menudencias o chiquilladas no paraba mientes el Marqués tutor, caballero de cortas luces. A su ahijado no exigía más que un cumplimiento exacto de las fórmulas y reglas del honor, la cortesía, el decoro en las apariencias. Nada de escándalos, nada de singularizarse en sitios públicos; evitar en todo caso la nota de cursi; proceder siempre con distinción; divertirse honestamente; al teatro a ver obras morales, cuando las hubiere; a misa los domingos por el que no digan, y por las noches, a casita temprano.

  • von Alexandre Dumas
    15,90 €

    Cierto día de Cuaresma, el 22 de marzo del año de gracia de 1718, un joven caballero de arrogante apariencia, de unos veintiséis o veintiocho años de edad, se encontraba hacia las ocho de la mañana en el extremo del Pont Neuf que desemboca en el muelle de L¿École, montado en un bonito caballo español. Después de media hora de espera, durante la que estuvo interrogando con la mirada el reloj de la Samaritaine, sus ojos se posaron con satisfacción en un individuo que venía de la plaza Dauphine. Era éste un mocetón de un metro ochenta de estatura, vestido mitad burgués, mitad militar. Iba armado con una larga espada puesta en su vaina, y tocado con un sombrero que en otro tiempo debió de llevar el adorno de una pluma y de un galón, y que sin duda, en recuerdo de su pasada belleza, su dueño llevaba inclinado sobre la oreja izquierda. Había en su figura, en su andar, en su porte, en todo su aspecto, tal aire de insolente indiferencia, que al verle el caballero no pudo contener una sonrisa, mientras murmuraba entre dientes: ¿ ¡He aquí lo que busco! El joven arrogante se dirigió al desconocido, quien viendo que el otro se le aproximaba, se detuvo frente a la Samaritaine, adelantó su pie derecho y llevó sus manos, una a la espada y la otra al bigote.

  • von Ford Madox Ford
    15,90 €

    Esta es la historia más triste que jamás he oído. Habíamos tratado a los Ashburnham durante nueve temporadas en la ciudad de Nauheim con gran intimidad¿, O, más bien, habíamos mantenido con ellos unas relaciones tan flexibles y tan cómodas y sin embargo tan íntimas como las de un guante de buena calidad con la mano que protege. Mi mujer y yo conocíamos al capitán Ashburnham y a su señora todo lo bien que es posible conocer a alguien, pero, por otra parte, no sabíamos nada en absoluto acerca de ellos. Se trata, creo yo, de una situación que sólo es posible con ingleses sobre quienes, incluso en el día de hoy, cuando me paro a dilucidar lo que sé de esta triste historia, descubro que vivía en la más completa ignorancia. Hasta hace seis meses no había pisado nunca Inglaterra y, ciertamente, nunca había sondeado las profundidades de un corazón inglés. No había pasado de sus aspectos más superficiales. No quiero decir con eso que no conociéramos a muchos ingleses. Viviendo, como nos veíamos obligados a hacerlo, en Europa, y siendo, como nos veíamos obligados a serlo, americanos ociosos, lo cual equivale a decir que éramos muy poco americanos, no nos quedaba otro remedio que frecuentar la compañía de los ingleses de clase alta. Porque París era nuestro hogar, algún sitio comprendido entre los límites de Niza y Bordighera nos proporcionaba cuarteles de invierno todos los años, y Nauheim siempre nos recibía desde julio hasta septiembre. Deducirá usted de estas afirmaciones que uno de los dos estaba, como suele decirse, «delicado del corazón», y, cuando le diga que mi esposa ha muerto, comprenderá que era ella la enferma.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

  • von Felipe Trigo
    9,99 €

    Entró, tiró al diván el abrigo y el sombrero, y tomó la carta que le presentaba este diplomático hombre de patillas.-¡Hola, Manuel! ¿Y Ramón?-Está enfermo.-¿Enfermo?-Pero descuide el señor; me ha dicho que vendría usted, como todos los lunes..., y que entra la señora por la fotografía.Dicho esto, el diplomático hombre de patillas volvió a su tarea de poner la mesa con cubiertos para dos.Gerardo leyó la breve esquela y marcó un gesto de fastidio.-Bueno. Ojo al teléfono. Son las doce. Avisará a la media en punto. Dame coñac.Se sentó y fuéronle servidas, en una mesita de té, la copa y la botella. Estaba de frac y guante blanco el camarero. Él también -y le hizo sonreír la elegancia del buen hombre para andar entre potajes.Tendió un brazo y cogió un Heraldo, que habría olvidado en el pie del macetón otro cliente. Traía el retrato suyo, y el de la Aragón, y el del fiscal, entre dos columnas de prosa del sumario.

  • von E. T. A. Hoffmann
    9,99 €

    Durante todo el día 24 de diciembre, los hijos del consejero médico Stahlbaum no pudieron entrar en ningún momento en la sala, y menos aún en el salón de gala contiguo. Fritz y Marie estaban juntos, encogidos, en un rincón de la habitación del fondo. Era ya de noche, pero aún no habían traído ninguna luz, como solían hacer siempre en ese día señalado; así que sentían miedo. Fritz, susurrando en secreto, reveló a su hermana menor (acababa de cumplir siete años) que desde las primeras horas de la mañana había estado oyendo ruidos, murmullos y suaves golpes en las habitaciones cerradas. Le contó también que poco antes había pasado por el pasillo, a hurtadillas, un hombrecillo oscuro con una gran caja bajo el brazo, pero él sabía bien que no era otro que el padrino Drosselmeier. Marie comenzó a dar palmas de alegría y exclamó: ¿¡Ay! ¿Qué nos habrá hecho el padrino Drosselmeier? ¡Seguro que es algo muy bonito!

  • von Pedro Antonio de Alarcón
    9,99 €

    En el piso bajo de la izquierda de una humilde pero graciosa y limpia casa de la calle de Preciados, calle muy estrecha y retorcida en aquel entonces y teatro de la refriega en tal momento, vivían solas, esto es, sin la compañía de hombre alguno, tres buenas y piadosas mujeres, que mucho se diferenciaban entre sí en cuanto al ser físico y estado social, puesto que éranse que se eran una señora mayor, viuda, guipuzcoana, de aspecto grave y distinguido; una hija suya, joven soltera, natural de Madrid y bastante guapa, aunque de tipo diferente al de la madre (lo cual daba a entender que había salido en todo a su padre), y una doméstica, imposible de filiar o describir, sin edad, figura ni casi sexo determinables, bautizada hasta cierto punto en Mondoñedo, y a la cual ya hemos hecho demasiado favor (como también se lo hizo aquel señor Cura) con reconocer que pertenecía a la especie humana...

  • von Domingo Faustino Sarmiento
    15,90 €

    En septiembre de 1842, cuando todavía no dan paso las nieves que se acumulan durante el invierno sobre la areta central de los Andes, un grupo de viajeros pretendía desde Chile atravesar aquellas blancas soledades, en que valles de nieve conducen a crestas colosales de granito que es preciso escalar a pie, apoyándose en un báculo, evitando hundirse en abismos que cavan ríos corriendo a muchas varas debajo; y con los pies forrados en pieles, a fin de preservarse del contacto de la nieve que, deteniendo la sangre, mata localmente los músculos haciendo fatales quemaduras.Los Penitentes ; columnas y agujas de nieve que forma el desigual deshielo, según que el aire o el sol hieren con más intensidad, decoran la escena, y embarazan el paso cual escombros y trozos de columnas de ruinas de gigantescos palacios de mármol. Los declives que el débil calor del sol no ataca, ofrecen planos más o menos inclinados, según la montaña que cubren, y descenso cómodo y lleno de novedad al viajero, que sentado se deja llevar por la gravitación, recorriendo a veces en segundos distancias de miles de varas. Este es quizá el único placer que permite aquella escena, en que lo blanco del paisaje sólo es accidentado por algunos negros picos demasiado perpendiculares para que la nieve se sostenga en sus flancos, formando contraste con el cielo azul-oscuro de las grandes alturas.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    LISENA: No has de verle. Sueltalé; que ya pecas de cansada. Mira que le rasgaré. DIANA: ¿Tú has de encubrirme a mi nada bien lo que me amas se ve. ¡Tú a tal hora en el jardín sola, con luz y papel, sin que yo sepa a qué fin! ¿Merece saber mas de él que yo esta murta y jazmín? Si de testigos te enojas, que hablar puedan en tu mengua cuando cuentes tus congojas, yo solo tengo una lengua, e infinitas estas hojas. Murmurar las siento aquí con cualquier aura liviana, y debe de ser de ti; porque siendo yo tu hermana, no te osas fïar de mí. Lisena, suelta el papel o dime lo que contiene y a quien estimas en él. LISENA: Ni que lo sepas conviene ni una letra has de ver de él. DIANA: ¿No soy tu hermana mayor? LISENA: ¿Qué importa aquí el parentesco donde el secreto es mejor?

  • von Lope de Vega
    15,90 €

    RICARDO: ¡Linda burla! FEBO: ¡Por extremo! Pero, ¿ quién imaginara que era el duque de Ferrara? DUQUE: Que no me conozcan temo. RICARDO: Debajo de ser disfraz, hay licencia para todo; que aun el cielo en algún modo es de disfraces capaz. ¿Qué piensas tú que es el velo con que la noche le tapa? Una guarnecida capa con que se disfraza el cielo. Y para dar luz alguna, las estrellas que dilata son pasamanos de plata, y una encomienda la luna. DUQUE: ¿Ya comienzas desatinos? FEBO: No lo ha pensado poeta de estos de la nueva seta, que se imaginan divinos. RICARDO: Si a sus licencias apelo, no me darás culpa alguna; que yo sé quien a la luna llamó requesón del cielo. DUQUE: Pues no te parezca error; que la poesía ha llegado a tan miserable estado, que es ya como jugador de aquellos transformadores, muchas manos, ciencia poca, que echan cintas por la boca, de diferentes colores. Pero dejando a otro fin esta materia cansada, no es mala aquella casada. RICARDO: ¿Cómo mala? ¡Un serafín! Pero tiene un bravo azar, que es imposible sufrillo. DUQUE: ¿Cómo? RICARDO: Un cierto maridillo que toma y no da lugar. FEBO: Guarda la cara. DUQUE: Ése ha sido siempre el más crüel linaje de gente de este paraje. FEBO: El que la gala, el vestido y el oro deja traer tenga, pues él no lo ha dado, lástima al que lo ha comprado; pues si muere su mujer, ha de gozar la mitad como bienes gananciales.

  • von Jules Verne
    9,99 €

  • von Sotomayor & Maria de Zayas
    9,99 €

    A servir a un grande desta Corte vino de un lugar de Navarra un hijodalgo, tan alto de pensamientos como humilde de bienes de fortuna, pues no le concedió esta madrastra de los nacidos más riqueza que una pobre cama, en la cual se recogía a dormir y se sentaba a comer; este mozo, a quien llamaremos don Marcos, tenía un padre viejo, y tanto, que sus años le servían de renta para sustentarse, pues con ellos enternecía los más empedernidos corazones.Era don Marcos, cuando vino a este honroso entretenimiento, de doce años, habiendo casi los mismos que perdió a su madre de un repentino dolor de costado, y mereció en casa deste Príncipe la plaza de paje, y con ella los usados atributos, picardía, porquería, sarna y miseria; y aunque don Marcos se graduó en todas, en esta última echó el resto, condenándose él mismo de su voluntad a la mayor laceria que pudo padecer un padre del yermo, gastando los dieciocho cuartos que le daban con tanta moderación, que si podía, aunque fuese a costa de su estómago y de la comida de sus compañeros, procuraba que no se disminuyesen, o ya que algo gastase, no de suerte que se viese mucho su falta.

  • von Stefan Zweig
    9,99 €

    Un espléndido día de junio del año 455, justo cuando, en la hora tercia, en el circo Máximo de Roma había terminado el sangriento combate de dos gigantescos hérulos contra una piara de jabalíes hírcanos, una creciente agitación se apoderó gradualmente de los miles de espectadores. Al principio había llamado la atención sólo de los más cercanos que, en la tribuna separada, ricamente adornada con tapices y estatuas, donde tenía su asiento el emperador Máximo rodeado de sus funcionarios, hubiera entrado un mensajero cubierto de polvo, que, obviamente, acababa de descabalgar del caballo tras una acalorada carrera, y también que, apenas hubo comunicado la noticia al emperador, éste, en contra de los usos y costumbres, se levantara interrumpiendo el enardecido espectáculo; toda la corte lo siguió con prisa igualmente llamativa y pronto se vaciaron también los asientos asignados a los senadores y demás dignatarios. Una salida tan precipitada debía de tener un motivo importante. En vano las estridentes fanfarrias anunciaron otra lucha con fieras y de la reja levantada salió un león de Numidia, de negra melena, que se lanzó, con sordos rugidos, contra las cortas espadas de los gladiadores; la oscura ola de la alarma, rebosante de la pálida espuma de rostros inquisitivos, temerosos y asustados, ya se había encrespado y avanzaba fila tras fila. La gente se levantaba, señalaba con la mano los asientos vacíos de los prohombres, preguntaba, alborotaba, gritaba y silbaba; entonces, de repente, sin que nadie supiera quién había sido el primero, se propagó el confuso rumor de que los vándalos, esos temidos piratas del Mediterráneo, habían desembarcado en Portus con una poderosa flota y estaban avanzando hacia la despreocupada ciudad.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    CHINCHILLA: ¡Gracias á Dios, señor mío, que ha permitido que pises tierra en flamencos países. RODRIGO: Mala bestia es un navío. CHINCHILLA: Más que mula de alquiler, si furiosa se desboca; pero, en fin, anda con toca lo que tiene de mujer la deshonra. RODRIGO: Por la vela, la llamas mujer tocada. CHINCHILLA: Y porque cuando le agrada, le sirve el viento de espuela. Da al diablo tal caminar; que si una vez tira coces, no servirá el darle voces, ni te podrás apear mientras le dura el enojo sino que a la primer suerte, con ser tan seca la muerte, has de morir en remojo. No hayas miedo, aunque lo mandes, que me mezca la Fortuna segunda vez en su cuna. RODRIGO: Ya estamos cerca de Flandes. Términos parte con él y con la antigua Alemaña esta apacible montaña. CHINCHILLA: Flandes todo es un verjel. RODRIGO: Cómo lo sabes?CHINCHILLA: Así se nos vende en nuestra tierra en lienzos. Allí una sierra; un ameno valle aquí, y en él dos gamos corriendo, que tambien corren en Flandes gamos pequeños y grandes, vanle tres galgos siguiendo, y al trasponer de una cuesta, le atajan dos caballeros mostrando en él sus aceros. Luego, con música y fiesta, dos damas de cardenillo, oyendo el amor sutil de un galán de peregil con un coleto amarillo, que asentado en una puente, a falta de silla o poyo, por donde corre un arroyo del orinal de una fuente, en servirlas se desvela. Luego en un jardín están tres damas con un galán, que tocando una vihuela las entretiene despacio, porque el sol no las ofenda, mientras sacan la merienda de un almagrado palacio con su puente levadiza, seis torres y cien ventanas. Acullá lanzan pavanas, que un flamenco soleniza... Por cualquier parte que andes, todo es fuentes y frescura. Esto es Flandes en pintura, y por esto, no hay más Flandes.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    PAULO(De ermitaño.) ¡Dichoso albergue mío! Soledad apacible y deleitosa, que en el calor y el frío me dais posada en esta selva umbrosa, donde el huésped se llama o verde yerba o pálida retama. Agora, cuando el alba cubre las esmeraldas de cristales, haciendo al sol la salva que de su coche sale por jarales, con manos de luz pura, quitando sombras de la noche oscura salgo de aquesta cueva, que en pirámides altos de estas peñas naturaleza eleva, y a las errantes nubes hace señas para que noche y día, ya que no otra, le hagan compañía. Salgo a ver este cielo, alfombra azul de aquellos pies hermosos. ¿Quién, oh celeste velo, aquesos tafetanes luminosos rasgar pudiera un poco para ver?... ¡Ay de mí! Vuélvome loco. Mas ya que es imposible y sé cierto, Señor, que me estáis viendo desde ese inaccesible PAULO(De ermitaño.) ¡Dichoso albergue mío! Soledad apacible y deleitosa, que en el calor y el frío me dais posada en esta selva umbrosa, donde el huésped se llama o verde yerba o pálida retama. Agora, cuando el alba cubre las esmeraldas de cristales, haciendo al sol la salva que de su coche sale por jarales, con manos de luz pura, quitando sombras de la noche oscura salgo de aquesta cueva, que en pirámides altos de estas peñas naturaleza eleva, y a las errantes nubes hace señas para que noche y día, ya que no otra, le hagan compañía. Salgo a ver este cielo, alfombra azul de aquellos pies hermosos. ¿Quién, oh celeste velo, aquesos tafetanes luminosos rasgar pudiera un poco para ver?... ¡Ay de mí! Vuélvome loco. Mas ya que es imposible y sé cierto, Señor, que me estáis viendo desde ese inaccesible

  • von Dante Alighieri
    9,99 €

    Como dice el filósofo al principio de la primera filosofía, todos los hombres, por naturaleza, desean saber. La razón de lo cual puede ser el que toda cosa impulsada por providencia de su propio natural, inclínase a su perfección; de aquí que, pues la ciencia es la última perfección de nuestra alma, y en ella reside nuestra última felicidad, todos, por naturaleza, a desearla estamos sujetos. En verdad, muchos están privados de esta nobilísima perfección, por diversas causas, que dentro del hombre y fuera de él le apartan del hábito de la ciencia. Dentro del hombre puede haber dos defectos o impedimentos: uno, por parte del cuerpo; el otro, por parte del alma. Por parte del cuerpo lo hay cuando las partes están indebidamente dispuestas, así que nada puede percibir, como son los sordos, mudos y sus semejantes. Por arte del alma lo hay cuando la malicia vence en ella, de modo que da en seguir viciosos deleites, en los cuales tanto engaño recibe, que por ellos tiene por vil toda otra cosa. Fuera del hombre, pueden ser asimismo comprendidas dos causas, una de las cuales es inductora de necesidad, la otra de pereza. La primera son las atenciones familiares y civiles, que necesariamente sujetan al mayor número de los hombres, de modo que no pueden permanecer en ocio de especulación. La otra es el defecto del lugar donde la persona ha nacido y se ha criado, pues a veces estará, no solamente privada de todo estudio, sino lejos de gente estudiosa.

  • von Roberto Arlt
    9,99 €

    Los que me conocían, al enterarse de que iba a trabajar en el criadero de gorilas de Farjalla Bill Alí se encogieron compasivamente de hombros.Yo ya no tenía dónde elegir. Me habían expulsado de los más importantes comercios de Stanley. En unas partes me acusaban de ratero y en otras de beodo. Mi último amo, al tropezar conmigo en la entrada del mercado, dijo, comentando irónica- mente mi determinación:"No enderezarás la cola de un galgo aunque la dejes veinte años metida en un cañón de fusil".Yo me encogí de hombros frente al pesimismo que trascendía del proverbio árabe. ¿Qué podía hacer? En África uno se muere de hambre no sólo en el desierto, sino también en la más compacta y vocinglera de las selvas. Allí donde verdea el mango o ríe el chimpancé, casi siempre acecha la flecha venenosa.En la factoría de Farjalla Bill Alí trabajaría como tenedor de libros. El canalla de Farjalla no sólo explotaba un provechoso criadero de gorilas, sino también una academia de elefantes jóvenes. Allí se les enseñaba a trabajar. El mercader vendía con excelente ganancia los elefantes domesticados y gorilas. Disponía de varias leguas de selva y de numerosos rebaños de esclavos. Como éstos eran sumamente torpes para dedicarlos a la educación del elefante, se les utilizaba en los trabajos penosos. Las negras, generalmente, en la factoría se dedicaban a nodrizas de los gorilas huérfanos, debido a que los monos adultos morían de tristeza al verse privados de su libertad. Los gorilas recién nacidos y huérfanos requerían atenciones extraordinarias para ali- mentarlos, porque con su olfato delicado percibían la diferencia que había entre sus madres y las negras. Además, las pequeñas bestias son terriblemente celosas y no toleran que la esclava amamante a su propio hijo. Como Farjalla Bill Alí no se mos- traba en este particular sumamente cuidadoso, una negra llamada Tula, que trajo su pequeño al criadero, sin poderlo impedir, vio cómo el gorila a cuyo cuidado estaba estrangulaba al niño.

  • von Tirso de Molina
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    PAYO: ¿Hasta cuándo pretendías afrentar nuestras montañas, pues al sol de otras hazañas lucen en ti valentías? ¿Tú eres mi hijo? No aguardes que te dé tal nombre aquí, que no han de llamarme a mí padre de hijos cobardes. Tienes fuerzas superiores al más robusto león, y siempre tus hechos son regalos, gustos y amores. Cuando gano para ti labrando el campo sustento, marcha tú al campo sangriento por blasones para mí. ¿No ves que parece mal un necio entre hombres discretos, entre avarientos sujetos al oro, el que es liberal? Pues ¿qué pretendes, Martín, entre montañeses fieros, tan nobles como guerreros? Vete con Nuño y Laín, tus primos, que con tu tío el Cid, su fama acreditan, cuyas hazañas incitan a un mármol helado y frío. MARTÍN: Yo no estoy acostumbrado a ver paveses y cotas. PAYO: Pues ¿a qué? MARTÍN: A buscar bellotas. PAYO: Principio tiene el soldado.

  • von Joseph Conrad
    9,99 €

    La Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea. El estuario del Támesis se prolongaba frente a nosotros como el comienzo de un interminable camino de agua. A lo lejos el cielo y el mar se unían sin ninguna interferencia, y en el espacio luminoso las velas curtidas de los navíos que subían con la marea parecían racimos encendidos de lonas agudamente triangulares, en los que resplandecían las botavaras barnizadas. La bruma que se extendía por las orillas del río se deslizaba hacia el mar y allí se desvanecía suavemente. La oscuridad se cernía sobre Gravesend, y más lejos aún, parecía condensarse en una lúgubre capa que envolvía la ciudad más grande y poderosa del universo. El director de las compañías era a la vez nuestro capitán y nuestro anfitrión. Nosotros cuatro observábamos con afecto su espalda mientras, de pie en la proa, contemplaba el mar. En todo el río no se veía nada que tuviera la mitad de su aspecto marino. Parecía un piloto, que para un hombre de mar es la personificación de todo aquello en que puede confiar. Era difícil comprender que su oficio no se encontrara allí, en aquel estuario luminoso, sino atrás, en la ciudad cubierta por la niebla.

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