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Bücher der Reihe Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui

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  • von Bartolomé Mitre
    9,99 €

    Corramos al combate, á la venganza Y el que niegue su pecho á la esperanza Hunda en el polvo la cobarde frente. QUINTANA. Cuando tremolen patrios pabellones Anunciando del pueblo la victoria, Entone el vate bélicas canciones Y cante los guerreros y la gloria; Mas si la patria yace en agonía Rompa el canto á la fúnebre elegía. Cuando en liza ó al pié de la muralla Derrotados se miren los valientes, Cuando vea que el plomo y la metralla Ha postrado patriotas eminentes, Arda su pecho en fuego sacrosanto Y entone de la guerra el noble canto. Cuando un laurel los déspotas levanten Y en medio de los brindis de la orgía El triunfo impío en su insolencia canten, Fulmine su tremenda profecía, Y anuncie con su voz aterradora De libertad la celestial aurora. Sí, que del vate la mision sagrada Es inflamar del bravo el ardimiento, Dar nuevo temple á la fulmínea espada Con el soplo encendido de su aliento, Y al fúnebre clamor de la derrota, Alzar del libre la bandera rota. Para probar los pueblos de la tierra, Para templar las almas de los bravos, En medio del estruendo de la guerra Dios suele coronar á los esclavos, Mas luego con su mano poderosa Los hunde de la noche en la honda fosa. En la derrota el pueblo valeroso Templa su brazo y su robusta lanza, Para volver despues mas ardoroso Y entre el polvo, la sangre y la matanza, Y entre el humo que envuelve la pelea Desafiar el cañon que centellea.

  • von Gustavo Adolfo Bécquer
    9,99 €

    Rima 1 (XLVIII)Como se arranca el hierro de una herida su amor de las entrañas me arranqué, ¡aunque sentí al hacerlo que la vida me arrancaba con él!Del altar que le alcé en el alma mía la Voluntad su imagen arrojó, y la luz de la fe que en ella ardía ante el ara desierta se apagó.Aun turbando en la noche el firme empeñovive en la idea la visión tenaz... ¡Cuándo podré dormir con ese sueño en que acaba el soñar!Rima 2 (XLVII)Yo me he asomado a las profundas simas de la tierra y del cielo, y les he visto el fin o con los ojos o con el pensamiento.Mas ¡ay! de un corazón llegué al abismo y me incliné un momento, y mi alma y mis ojos se turbaron: ¡Tan hondo era y tan negro!Rima 3 (XLV)En la clave del arco ruinoso cuyas piedras el tiempo enrojeció, obra de un cincel rudo campeaba el gótico blasón.Penacho de su yelmo de granito, la yedra que colgaba en derredor daba sombra al escudo en que una mano tenía un corazón.A contemplarle en la desierta plaza nos paramos los dos. Y, ése, me dijo, es el cabal emblema de mi constante amor.

  • von Jules Verne
    15,90 €

    ¡Pam! ¡Pam!Ambos tiros partieron casi a un tiempo. Y una vaca que pasaba a cincuenta pasos de distancia recibió una de las balas, a pesar que nada tenía que ver con la cuestión.Afortunadamente los dos adversarios resultaron ilesos.¿Pero quiénes eran aquellos dos caballeros? Se ignora y, sin embargo, hubiera sido aquélla una ocasión sin duda de guardar sus nombres para la posteridad. Todo cuanto se sabe es que el de más edad era inglés, y el otro, norteamericano. Lo que era fácil de indicar es el sitio en que el inofensivo rumiante había comido su último manojo de hierba. Era en la orilla derecha del Niágara, cerca de ese puente colgante que une la orilla de los Estados Unidos con la orilla canadiense, a unas tres millas más arriba de las cataratas.El inglés se acercó entonces al americano y le dijo: - ¡Sigo sosteniendo - ¡No! ¡Era YankeeLa disputa iba a interpuso; sin duda, enque era el Rule Britannia! Doodle!- replicó el otro.comenzar de nuevo, cuando uno de los testigos se interés del ganado, y dijo:- Supongamos que era el Rule Doodle y el Yankee Britannia, y vamos a almorzar.

  • von William Shakespeare
    9,99 €

    SANSÓN Bajo mi palabra, Gregorio, no sufriremos que nos carguen. GREGORIO No, porque entonces seríamos cargadores. SANSÓN Quiero decir que si nos molestan echaremos fuera la tizona. GREGORIO Sí, mientras viváis echad el pescuezo fuera de la collera .SANSÓN Yo soy ligero de manos cuando se me provoca. GREGORIO Pero no se te provoca fácilmente a sentar la mano.SANSÓN La vista de uno de esos perros de la casa de Montagüe me transporta. GREGORIO Trasportarse es huir, ser valiente es aguardar a pie firme: por eso es que el trasportarte tú es ponerte en salvo. SANSÓN Un perro de la casa ésa me provocará a mantenerme en el puesto. Yo siempre tomaré la acera a todo individuo de ella, sea hombre o mujer. GREGORIO Eso prueba que eres un débil tuno, pues a la acera se arriman los débiles. SANSÓN Verdad; y por eso, siendo las mujeres las más febles vasijas, se las pega siempre a la acera. Así, pues, cuando en la acera me tropiece con algún Montagüe, le echo fuera, y si es mujer, la pego en ella.GREGORIO La contienda es entre nuestros amos, entre nosotros sus servidores. SANSÓN Es igual, quiero mostrarme tirano. Cuando me haya doncellas. Les quitaré la vida.

  • von Walter Scott
    15,90 €

    Era el año de gracia de 1162, bajo el reinado de Enrique II; dos viajeros, con las vestimentas sucias por una larga caminata y el aspecto extenuado por la fatiga, atravesaban una noche los estrechos senderos del bosque de Sherwood, en el condado de Nottingham. El aire era frío; los árboles, donde empezaban ya a despuntar los débiles verdores de marzo, se estremecían con el soplo del último cierzo invernal, y una sombría niebla se extendía sobre la comarca a medida que se apagaban sobre las purpúreas nubes del horizonte los rayos del sol poniente. Pronto el cielo se volvió oscuro, y unas ráfagas de viento sobre el bosque presagiaron una noche tormentosa. ¿Ritson ¿dijo el viajero de más edad, envolviéndose en su capä, el viento está redoblando su violencia; ¿no teméis que la tormenta nos sorprenda antes de llegar? ¿Estamos en el buen camino? Ritson respondió: ¿Vamos derechos a nuestro destino, milord, y, si mi memoria no falla, antes de una hora llamaremos a la puerta del guardabosque. Los dos desconocidos anduvieron en silencio durante tres cuartos de hora, y el viajero a quien su compañero otorgaba el tratamiento de milord gritó impaciente: ¿¿Llegaremos pronto? ¿Dentro de diez minutos, milord. ¿Bien; pero ese guardabosque, ese hombre a quien llamas Head, ¿es digno de mi confianza?

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    LUIS: Por vida vuestra... MARGARITA: Es en vano. LUIS: Sólo un rato. MARGARITA: Ni un instante. LUIS: Trato tengo cortesano. MARGARITA: Sois español y estudiante, iréisos del pie a la mano; idos, o haré que os vais. ¡Hola!Da vocesLa quinta ha quedado sola. LUIS: Noble soy, perded el miedo.MARGARITA: Siendo mujer ¿cómo puedo, si la licencia española conozco y su inclinación? LUIS: Pues ¿qué tiene? MARGARITA: Es tan extraña, que, según nuestra opinión, nunca echó de ver España si era calva la Ocasión. LUIS: Cortedad es el perdella cuando nunca usaron de ella manchando vuestro valor. MARGARITA: Luego echáis la culpa a Amor y decís que os atropella; basta lo que habéis hablado y que con miedo os he oído. LUIS: ¿Palabras miedo os han dado?MARGARITA: Siempre las de España han sido obras, según me han contado, y no son recelos vanos, porque acá los italiános dicen, aunque no de miedo, que tenéis los de Toledo hasta en las palabras manos. LUIS: Allá el decir es hacer; pero aunque este nombre cobran, nunca saben ofender. MARGARITA: Con palabras que tanto obran mal parece una mujer, y por esto no os consiento que me habléis. LUIS: ¿Qué detrimento corréis si palabras son viento vano? MARGARITA: Hay opinión que en España engendra el viento. LUIS: Es verdad. Andalucía, de Marte y Minerva madre, caballos veloces cría que al viento tienen por padre. MARGARITA: Luego la sospecha mía no es mucho llegue a temer que aquí me habléis, pues con ser palabras viento en el mundo, si el de España es tan fecundo riesgo corre una mujer.

  • von Miguel de Cervantes
    9,99 €

    Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le faltaba otra cosa sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Decíase él: ¿Si yo, por malos de mis pecados, o por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o, finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quien enviarle presentado y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendido: «Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante»? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quien dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.

  • von John Stuart Mill
    9,99 €

    A la querida y llorada memoria de la que fue inspiradora, y en parte autora, de lo mejor que hay en mis obras: a la memoria de la amiga y de la esposa, cuyo exaltado sentido de lo verdadero y de lo justo fue mi estímulo más vivo, y cuya aprobación fue mi principal recompensa, dedico este volumen. Como todo lo que he escrito desde hace muchos años, es tanto suyo como mío; pero la obra, tal cual está, no tiene sino, en un grado muy insuficiente, la inestimable ventaja de haber sido revisada por ella; algunas de sus partes más importantes se reservaron para un segundo y más cuidadoso examen, que ya nunca han de recibir. Si yo fuera capa2 de interpretar para el mundo la mitad de los grandes pensamientos y nobles sentimientos enterrados con ella, le prestaría un beneficio más grande que el que verosímilmente pueda derivarse de todo cuanto yo pueda escribir sin la inspiración y la asistencia de su sin rival discreción.

  • von Gertrudis Gómez de Avellaneda
    9,99 €

    A LAS ESTRELLASReina el silencio: fúlgidas en tanto luces de paz, purísimas estrellas, de la noche feliz lámparas bellas, bordáis con oro su luctuoso manto.Duerme el placer, mas vela mi quebranto, y rompen el silencio mis querellas, volviendo el eco, unísono con ellas, de aves nocturnas el siniestro canto.¡Estrellas, cuya luz modesta y pura del mar duplica el azulado espejo! Si a compasión os mueve la amarguraDel intenso penar por que me quejo, ¿Cómo para aclarar mi noche oscura no tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?

  • von Robert Louis Stevenson
    15,90 €

    Comenzaré la historia de mis aventuras por cierta mañana, temprano, de primeros de junio del año de gracia de 1751, en que eché por última vez la llave a la puerta de la casa de mis padres. El sol empezaba a brillar sobre las cimas de los montes cuando bajaba yo por el camino, y al llegar a la casa rectoral, los mirlos silbaban ya en las lilas del jardín, y la niebla que rondaba el valle al amanecer comenzaba a levantarse y se desvanecía. El señor Campbell, el pastor de Essendean, estaba esperándome a la puerta del jardín. ¡Qué bueno es! Me preguntó si había desayunado, y cuando le dije que no me faltaba nada, apretó mi mano entre las suyas y me dio el brazo bondadosamente. ¿Bien, Davie, muchacho ¿dijö. Te acompañaré hasta el vado para ponerte en camino.Y echamos a andar en silencio. ¿¿Te apena abandonar Essendean? ¿me preguntó al cabo de un rato.Os diré, señor ¿repuse¿; si supiese adónde voy, o lo que va a ser de mí, os contestaría francamente. Es cierto que Essendean es un buen lugar, y en él he sido muy feliz; pero también es cierto que nunca he estado en otra parte. Muertos mi padre y mi madre, no estaré más cerca de ellos en Essendean que en el reino de Hungría, y, a decir verdad, si yo supiese que donde voy tenía posibilidades de superarme, iría de muy buen grado.

  • von William Shakespeare
    9,99 €

    Deseamos fruto de los más hermososQue dé vida a la flor de la belleza,Pues cuando el Tiempo agoste lo maduroPerdurará en el vástago el recuerdo.Mas tú, enamorado de tus ojos,Con tu propio ardor tu luz inflamasY siembras carestía en la abundancia,Cruel contigo mismo, y tu enemigo.Hoy eres del mundo adorno grácil,Sólo heraldo de alegre primavera,Mas ahogas el brío en tu capulloY en pródiga avaricia te consumes.Al mundo compadece, o vorazmenteLa tumba engullirá lo que es del mundo.

  • von Eugenio Cambaceres
    15,90 €

    En dos hileras, los animales hacían calle a una mesa llena de lana que varios hombres se ocupaban en atar.Los vellones, asentados sobre el plato de una enorme balanza que una correa de cuero crudo suspendía del maderamen del techo, eran arrojados después al fondo del galpón y allí estivados en altas pilas semejantes a la falda de una montaña en deshielo.Las ovejas, brutalmente maneadas de las patas, echadas de costado unas junto a otras, las caras vueltas hacia el lado del corral, entrecerraban los ojos con una expresión inconsciente de cansancio y de dolor, jadeaban sofocadas.Alrededor, a lo largo de las paredes, en grupos, hombres y mujeres trabajaban agachados.La vincha, sujetando la cerda negra y dura de los criollos, la alpargata, las bombachas, la boina, el chiripá, el pantalón, la bota de potro, al lado de la zaraza harapienta de las hembras, se veían confundidos en un conjunto mugriento.

  • von George Eliot
    19,90 €

    En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, tenían sus pequeñas ruecas de encina lustrada, a veces se veía, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres pálidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parecían ser los últimos vestigios de una raza desheredada.El perro del pastor ladraba furioso cuando uno de esos hombres de fisonomía extraña aparecía en las alturas, y su fisonomía extraña se destacaba negra sobre el cielo, en el ocaso breve del sol de invierno; porque, ¿a qué perro no incomoda una persona encorvada bajo el peso de un fardo? Y aquellos hombres pálidos rara vez salían de su aldea sin aquella carga misteriosa.

  • von Francisco Rojas Zorrilla
    15,90 €

    DON ANTONIO Fuente clara, imagen fría de mi triste elevación, cristalina imitación de toda la pena mía, templa, vence la osadía con que te vas a perder, no se quiera parecer tu raudal a mi sentir, pues ya empiezas a morir y no acabas de nacer. Ese tu curso violento no es conforme a mi rigor, pues naciendo mi dolor, nunca muere mi tormento fuente, este mal que yo siento tanto se apresta inmortal en mi deshonor, y tal me ayudaba a vivir esquivo, que todo el tiempo que vivo es porque vive mi mal. Cuando hay ponzoña admitida en un infeliz amor, la violencia del dolor es triaca de la vida, y a tu corriente perdida la vuelves a reducir, tú y mi mal he de argüir que no os podéis parecer, pues mueres para nacer y él nace para vivir.

  • von Lewis Carroll
    15,90 €

    [¿] y entonces la multitud prorrumpió de nuevo en vítores, y un hombre, que se encontraba más exaltado que los demás, tiró su sombrero al aire, muy alto, y gritó (según logré entender): «¡Que levante la voz quien esté a favor del subrector!». Todos lo hicieron, pero no quedaba muy claro si era por el subrector o no: algunos vociferaban «¡Pan!» y otros «¡Impuestos!», mas nadie parecía saber qué era lo que querían en realidad. Yo era testigo de todo aquello desde la ventana abierta del salón del desayuno rectoral, mirando sobre el hombro del lord canciller, quien se había levantado como un resorte nada más iniciarse el griterío, casi como si hubiera estado esperándolo, y se había aproximado raudo a la ventana que ofrecía la mejor vista de la plaza del mercado. ¿¿Qué puede significar todo esto? ¿repetía una y otra vez para sí, mientras, con las manos juntas a la espalda, y su toga flotando en el aire, recorría la sala de un lado a otro con largas y rápidas zancadas¿. Nunca antes había oído tal clamor¿ ¡y a esta hora de la mañana, además! ¡Y tan unánime! ¿No le parece algo realmente sorprendente?

  • von F. Scott Fitzgerald
    15,90 €

    En la apacible costa de la Riviera francesa, a mitad de camino aproximadamente entre Marsella y la frontera con Italia, se alza orgulloso un gran hotel de color rosado. Unas amables palmeras refrescan su fachada ruborosa y ante él se extiende una playa corta y deslumbrante. Últimamente se ha convertido en lugar de veraneo de gente distinguida y de buen tono, pero hace una década se quedaba casi desierto una vez que su clientela inglesa regresaba al norte al llegar abril. Hoy día se amontonan los chalés en los alrededores, pero en la época en que comienza esta historia sólo se podían ver las cúpulas de una docena de villas vetustas pudriéndose como nenúfares entre los frondosos pinares que se extienden desde el Hôtel des Étrangers, propiedad de Gausse, hasta Cannes, a ocho kilómetros de distancia.

  • von Francis Scott Fitzgerald
    9,99 - 15,90 €

  • von Baldomero Lillo
    15,90 €

    Sentada en la mullida arena y mientras el pequeño acallaba el hambre chupando ávido el robusto seno, Cipriana con los ojos húmedos y brillantes por la excitación de la marcha abarcó de una ojeada la líquida llanura del mar.Por algunos instantes olvidó la penosa travesía de los arenales ante el mágico panorama que se desenvolvía ante su vista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bóveda, eran de un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud de la bajamar daban al océano la apariencia de un vasto estanque diáfano e inmóvil. Ni una ola ni una arruga sobre su terso cristal. Allá en el fondo, en la línea del horizonte, el velamen de un barco interrumpía apenas la soledad augusta de las calladas ondas.

  • von Francisco de Quevedo
    9,99 €

    Están siempre cautelosos y prevenidos los ruines pensamientos, la desesperación cobarde y la tristeza, esperando a coger a solas a un desdichado para mostrarse alentados con él, propria condición de cobardes en que juntamente hacen ostentación de su malicia y de su vileza. Por bien que lo tengo considerado en otros, me sucedió en mi prisión, pues habiendo, o por cariciar mi sentimiento o por hacer lisonja a mi melancolía, leído aquellos versos que Lucrecio escribió con tan animosas palabras, me vencí de la imaginación, y debajo del peso de tan ponderadas palabras y razones me dejé caer tan postrado con el dolor del desengaño que leí, que ni sé si me desmayé advertido o escandalizado. Para que la confesión de mi flaqueza se pueda disculpar, escribo, por introducción a mi discurso, la voz del poeta divino, que suena ansí rigurosa con amenazas tan elegantes:Denique si vocem rerum natura repente mittat et hoc alicui nostrum sic increpet ipsa: quid tibi tanto operest , mortalis, quod nimis aegris luctibus indulges? quid mortem congemis ac fles? nam si grata fuit tibi vita anteacta priorque et non omnia pertusum congesta quasi in vas commoda perfluxere atque ingrata interiere: cur non ut plenus vitae conviva recedis? aequo animoque capis securam, stulte, quietem?

  • von Francisco de Quevedo
    9,99 €

    Yo, que en el Sueño del Juicio vi tantas cosas y en El alguacil endemoniado oí parte de las que no había visto, como sé que los sueños las más veces son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el diablo nunca dijo verdad, por no tener cierta noticia de las cosas que justamente nos esconde Dios, vi, guiado del ángel de mi guarda, lo que se sigue, por particular providencia de Dios; que fue para traerme, en el miedo, la verdadera paz. Halléme en un lugar favorecido de naturaleza por el sosiego amable, donde sin malicia la hermosura entretenía la vista (muda recreación), y sin respuesta humana platicaban las fuentes entre las guijas y los árboles por las hojas, tal vez cantaba el pájaro, ni sé determinadamente si en competencia suya o agradeciéndoles su armonía. Ved cuál es de peregrino nuestro deseo, que no halló paz en nada desto. Tendí los ojos, cudiciosos de ver algún camino por buscar compañía, y veo, cosa digna de admiración, dos sendas que nacían de un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra como que huyesen de acompañarse. Era la de mano derecha tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos.

  • von Francisco de Quevedo
    9,99 €

    Refiérese, no sé si por modo de cuento gracioso y ficticio, que estando una vez muy enfermo un soldado muy preciado de cortés y ladino, entre muchas de sus oraciones, plegarias y protestaciones que hacía, finalmente vino a rematarlas diciendo: -Y Dios me libre de las manos del señor Diablo-, tratándole siempre con esta cortesía todas las veces que le nombraba. Reparó en esto último uno de los circunstantes, preguntándole juntamente luego por qué llamaba señor al diablo, siendo la más vil criatura del mundo. A que respondió tan presto el enfermo diciendo: -¿Qué pierde el hombre en ser bien criado? ¿Qué sé yo a quién habré de menester ni en qué manos he de dar? Digo esto, señor lector, porque supuesto que nuestra lengua vulgar, a diferencia de la latina, tiene un vuesa merced y otros varios títulos, mayormente cuando no se conoce la calidad y estado de la persona con quien se habla, por no parecer a nadie descortés, y por el consiguiente, malquisto y aborrecido de todos, me ha parecido tratar a v. m. con este lenguaje y término, bien diferente de cuantos yo he podido ver en todos los prólogos de los libros al lector escritos en romance, donde tratan a v. m. con un tú redondo, que si no arguye mucha amistad y familiaridad, por fuerza ha de ser argumento de que quien habla es superior y mandón, y a quien se habla inferior y criado.

  • von Stefan Zweig
    15,90 €

    La villa se hallaba muy cerca del mar.En los paseos silenciosos y umbríos de los pinos alentaba la fuerza saturada del aire salado del mar y una ligera y constante brisa jugueteaba entre los naranjos y hacía caer aquí y allá delicadamente una flor de ricos colores. La lejanía, luminosa de sol, las colinas, sobre las que destacaban diminutas casas como perlas blancas, un faro a varias millas, que se erguía como una vela, todo relumbraba con contornos precisos y bien definidos y se incrustaba como un mosaico brillante en el azul profundo del éter. El mar, en el que de vez en cuando caían lejos, muy lejos, las chispas blancas de las velas rutilantes de barcos solitarios, lamía con el movimiento de sus olas la terraza escalonada sobre la que se levantaba la villa, que se volvía hacia el verde de un amplio y sombreado jardín y se perdía allí en un parque vetusto y silencioso como un cuento.

  • von Luis Vélez de Guevara
    9,99 €

    MÚSICOSA las fiestas que hace el valle al despedirse el invierno con la venida de Abril tan deseada en el suelo, los arroyos desatados de la prisión que tuvieron, bajan a ser de las aves músicos, del sol espejos. Verdes gigantes los montes, ya como riscos soberbios, con las galas del verano enamoran los luceros. A la risa de las fuentes y al aplauso de los ecos, alienten estrellas los prados, cortesanos lisonjeros.(Salen el REY, de gala, el MAESTRE, DON CLAUDIO, VASCO y EL PRIOR.)REY No han abierto una ventana. PRIOR Habranla en el alma abierto, que por más escandalosa, señor, condenará el dueño la de los balcones.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    NINEUCIO: ¿En fin, en mi competencia amáis los dos á Felicia? LIBERIO: No siempre guarda justicia el juez que ciego sentencia; y siendo ciego el Amor, cuando te venga a escoger Felicia, por ser mujer, vendrá a escoger lo peor. NINEUCIO: No imagines que me afrento de tu loca mocedad; que yerra tu voluntad, pero no tu entendimiento; que éste, por torpe que sea, confesará, aunque forzado, que no hay hombre afortunado que el bien que gozo posea. No hay caudal ni posesión que en Palestina pretenda ser réditos de mi hacienda; casi mis vasallos son cuantos en Jerusalén saben mis bienes inmensos, sus casas me pagan censos, sus posesiones también. Desde el Nilo hasta el Jordán Ceres me rinde tributo; cada año a Baco disfruto desde Bersabé hasta Dan. ¿No cubren estas comarcas vellocinos apacibles para el número imposibles respetados por mis marcas? Los vientos me engendran potros que brotan aquesos cerros, en sus crías los becerros se impiden unos a otros. A la aritmética afrenta la suma de mi tesoro, pues entre mi plata y mi oro se halla alcanzada de cuenta. De suerte el planeta real con diamantes me enriquece y esmeraldas, que parece que traigo el sol a jornal.

  • von Edgar Rice Burroughs
    15,90 €

    Al oír la detonación del arma de fuego, un marasmo de temores y aprensiones agónicos sacudió el espíritu de Clayton. Se daba perfecta cuenta de que el autor del disparo podía ser uno de los marineros, pero el hecho de haber dejado el revólver a Jane, junto con la circunstancia de tener los nervios de punta, le sugirió la morbosa certeza de que la muchacha se encontraba en grave peligro. Era posible, incluso, que estuviera defendiéndose frente a algún individuo o bestia salvaje. A Clayton le era imposible adivinar lo que opinaba aquel hombre extraño que le había capturado, pero saltaba a la vista que oyó el disparo y que de una u otra manera le afectó, ya que había apresurado el paso de un modo notable, hasta el punto de que Clayton, que avanzaba a ciegas tras él, tropezó una docena de veces mientras se esforzaba inútilmente en mantener su ritmo de marcha. El joven inglés no tardó en quedar desesperadamente rezagado. Temió volver a extraviarse irremediablemente en la selva y, para evitar semejante contingencia, avisó a voces al salvaje que le precedía. Instantes después tuvo la satisfacción de verlo aterrizar a su lado, procedente de las ramas de un árbol.

  • von Francisco De Lugo y Davila
    15,90 €

    Fin de ocupar muchas horas de la soledad de una aldea, donde asistía el autor de este libro, fue el principio de escribirle; no ambición de darle a la estampa. Obligaciones forzosas le sacaron de España, dejándole en mis manos, no tan castigado y corregido como él quisiera; mirándole yo algunas veces despacio, me obligó a comunicarle con muchas personas, que ya por ser amigos, ya por ser hombres eruditos, hice de su voto grande confianza. Hallé en ellos tan buena aceptación, que casi me han compelido con solicitud continua a darle a la luz común, de que ya goza, fiado de que tantos ni habrán podido engañarse, ni querido engañarme. Bien se, que si mi hermano hubiera puesto sobre él segunda vez la pluma, saliera con diferentes colores; y yo, lo he querido dilatar hasta que se llegara este día, pero el ruego de los amigos, y más el de los doctos, es imperio tan poderoso, que no me he podido defender a su obediencia; de quien espero que como interesados ya por su aprobación en el crédito de esta obra, serán sus padrinos y protectores.

  • von Rosario de Acuña
    9,99 €

    Érase una tarde del mes de noviembre; recios copos de nieve caían en las extensas llanuras de la Mancha, vistiendo de blanco ropaje los humildes tejados de un pueblecito, cuyo nombre no hace al caso, y cuyos habitantes, que apenas pasaban de trescientos, tenían fama por aquella comarca de sencillos y bonachones.-Apresuremos el paso, que el tiempo arrecia y aún falta una legua ¿decía un jinete caballero en un alto mulo a un labriego que le acompañaba sobre un pollino medio muerto de años; arreó el labriego su cabalgadura, y con un mohín de mal humor, sin duda porque la nieve le azotaba el rostro, se arrebujó en su burda manta, encasquetándose el sombrero hasta la cerviz, y diciendo de esta manera:-Vaya, vaya con don Gaspar, y qué rollizo y sano que se nos viene al pueblo; ya verá su merced qué contento se pone don Melchor cuando le vea llegar tan de madrugada; según nos dijo ayer, no se esperaba a su merced hasta esotro día por la tarde; nada, lo que yo digo, esta Nochebuena estamos de parabién; todas las personas de viso se nos van a juntar en la misa del gallo; digo, si no me equivoco, porque parece que también el señor don Baltasar está para llegar de un momento a otrö

  • von Alexandre Dumas
    15,90 €

    Algunas de las aventuras más misteriosas e improbables jamás ocurridas suelen tener su inicio en las más prosaicas circunstancias de las ocupaciones cotidianas. Así ocurrió con lo que vamos a referir. Hacia finales de agosto de 1831, recibí la invitación de un viejo amigo (un importante funcionario gubernativo adscrito a la administración de las Propiedades de la Corona) para pasar unos días con él y su hijo en Fontenay- aux-Roses, en la apertura del año cinegético. Por aquellos días yo era un empedernido deportista, y la elección del lugar donde disparar el primer tiro de la estación era realmente un hecho de considerable importancia. Anteriormente me había acostumbrado a hacerlo con el viejo agricultor Mocquet, arrendatario y amigo de mi hermanastro, cuya confortable residencia se hallaba cerca del delicioso pueblecito de Monrieval, a solo cinco kilómetros de distancia de las espléndidas ruinas del castillo de Pierrefond. Fue en aquellas tierras donde por primera vez intenté dominar una pistola, y fue en aquellas tierras donde disparé mi primer tiro de apertura.

  • von Ruben Dario
    15,90 €

    En la terraza del Valchette, o desde algún banco del Luxemburgo, me fijo singularmente en los exóticos que desfilan. Y me llama sobre todo la atención el negrito del panamá, un negrito negro, negro, con un panamá blanco, blanco. Es un negrito delgado, ágil, simiesco, orgulloso, pretencioso, pintiparado, petimetre, suficiente, contento y como danzante. París contiene varias clases de hijos de Cham, pero este negrito a ninguna de ellas pertenece. No es, seguramente, el célebre payaso Chocolat, que ha recibido recientemente una medalla por haber ido muchos años a divertir con saltos y muecas a los niños pobres de los hospitales y asilos; no será, por cierto, Koulery Ouníbalo, príncipe Gleglé, hijo del rey Behanzin Cortacabezas, que puede verse reproducido en cera en el Museo Grevin, y del cual príncipe, que ha servido como buen soldado a Francia, no ha vuelto a acordarse el Estado que depusiera a su padre; no será, de ninguna manera, el diputado por la Guadalupe, Legitimus, que ha pasado ya los años de la alegre juventud; no será, sobre todo, el estupendo Johnson, que desquijarró a Jeffries en Yanquilandia y cuyo retrato y «sonrisa de oro» han popularizado las gacetas. ¿Quién será, entonces, este negrito pintiparado que camina en se dandinant; y dodelinant de la tête? A veces va solo; a veces con otros compañeros de color, pero que no tienen sus manifestaciones de holgura ni su cándido jipijapa; a veces, en compañía de una moza pizpireta del quartier, una de esas trabadas calipigias que andan hoy por la moda en perpetua gymkana.

  • von Ruben Dario
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    Después de algunos años vuelvo a Barcelona, tierra buena. En otra ocasión os he dicho mis impresiones de este país grato y amable, en donde la laboriosidad es virtud común y el orgullo innato y el sustento de las tradiciones defensa contra debilitamientos y decadencias. Salí de París el día de la primera nevada, que anunciaba la crudez del próximo invierno. Salí en busca de sol y salud, y aquí, desde que he llegado, he visto la luz alegre y sana del sol español, un cielo sin las tristezas parisienses; y una vez más me he asombrado de cómo Jean Moreas encuentra en París el mismo cielo de Grecia, el cual tan solamente da todo su gozo en las tierras solares. Bien es cierto que el poeta se refiere más al ambiente que a la luz, más al respirar que al mirar. Pero la bondad de este cielo entra principalmente por los ojos y los poros, abiertos al cálido cariño del inmenso y maravilloso diamante de vida que nos hace la merced de existir.

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