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Bücher der Reihe Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui

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  • von Pierre Choderlos de Laclos
    19,90 €

    Ya ves, mi buena amiga, que cumplo mi palabra y que los gorros y los perifollos no llenan todo mi tiempo; siempre me quedará un ratito para ti. Sin embargo, he visto sólo en este día más atavíos que en los cuatro años que hemos pasado juntas; y creo la orgullosa Tanville tendrá más pesar cuando haga yo mi primera visita, en que me propongo pedir el verla, que el que ha creído darnos ella siempre que ha venido a vernos in fiocchi. Madre me ha consultado sobre todo; me trata mucho menos como educanda que antes; tengo una doncella a mi servicio, un gabinete y una pieza de que dispongo, y te escribo en una papelera muy bonita, de la cual tengo la llave y en la que puedo encerrar cuanto quiera. Me ha dicho mi madre que la veré todos los días cuando se levante; que bastará que esté peinada para comer, porque estaremos siempre solas, y que entonces me dirá a qué horas deberé pasar a verla después de mediodía. El tiempo restante queda a mi disposición, y tengo mi arpa, mi dibujo, y libros como en el convento, con la diferencia de que ahora no viene a reñirme la madre Perpetua, y que podría yo, si quisiese, estarme mano sobre mano; pero como no tengo conmigo a mi Sofía para hablar con ella y reír, es que tanto procuro ocuparme en algo.

  • von Edgar Allan Poe
    19,90 €

    Durante una excursión a pie que hice el verano último por uno o dos de los condados ribereños de Nueva York, me encontré, al declinar el día, algo desconcertado respecto a la ruta a seguir. La tierra era harto ondulante, y mi camino, desde hacía una hora, serpenteaba y serpenteaba tan intrincado en su esfuerzo por mantenerse dentro de los valles, que no sabía ya en qué dirección se enclavaba el lindo pueblo de B***, donde había yo decidido detenerme para pasar la noche. Apenas había brillado el sol ¿hablando con propiedad¿ durante el día, desagradablemente caluroso. Una niebla humosa, parecida a la del verano indio, envolvía todas las cosas y aumentaba, por supuesto, mi incertidumbre. No es que me inquietase mucho el lance. Si no llegaba al pueblo antes de ponerse el sol o antes de oscurecer, era más que posible que apareciese pronto una pequeña granja holandesa, o algo por el estilo, aunque, en realidad, las cercanías (quizá por ser éstas más pintorescas que fértiles) estuvieran despobladas a grandes trechos.

  • von Vicente Blasco Ibañez
    19,90 €

    El más joven de los dos soltó la vara leñosa que le servía de apoyo, sus rodillas se doblaron, y deslizándose entre los brazos de su compañero, que había acudido a sostenerle, quedó tendido en el suelo al pie de un matorral. ¿No puedo más, Fernando. ¡El Señor me valga! Su rostro delicado, casi femenil, palideció hasta tomar una blancura verdosa. Sus ojos negros, rasgados en forma de almendra, se cerraron, después de un parpadeo de angustia. Fernando, arrodillado junto a él, lo abrazaba, hablando al mismo tiempo para infundirle ánimo. ¿¡Lucero!, ¡mi tesoro! ¡Arriba!¿ No te entregues. Podía descansar un poco, y luego continuarían su viaje, durmiendo aquella noche en Córdoba. Pero su compañero parecía no oírle. Instintivamente había apoyado su cabeza en uno de los hombros de Fernando, quedando adormecido, sin más signo vital que una débil y fatigosa respiración. El llamado Femando, siempre de rodillas, miró en torno, sin ver a ningún ser humano en los dos extremos del camino ni en las tierras inmediatas.

  • von Jules Cesar
    19,90 €

    Los únicos libros que han llegado hasta nosotros de Julio César han sido los llamados ¿Comentarios de la Guerra de las Galias y de la Guerra Civil¿. Estos tienen un valor literario e histórico únicos, pues no es nada frecuente que el máximo protagonista de unos hechos de tanta relevancia escriba sobre ellos en el mismo instante que se están produciendo. Sus escritos, cuando llegaban a Roma, eran devorados por los ciudadanos y los poderes públicos, asombrados por vivir día a día acontecimientos que sucedían tan lejos. Estas fueron las primeras guerras de la historia del hombre que han sido contadas por ¿un medio de comunicación¿ en tiempo real. Pero también nosotros participamos, dos mil años más tarde, del privilegio de poder leer las palabras del protagonista principal de aquellos sucesos, el cual los narraba de su puño y letra. Suele suceder que las traducciones de libros de autores clásicos estén desfasadas con respecto al lenguaje actual. Es decir, sean traducciones muy antiguas, lo que hace tropezar al lector continuamente y ello le impide disfrutar adecuadamente de la lectura. Y además en el caso de César, para traducirlo, acostumbra a emplearse un estilo áulico y apologético, y esto es un freno para hacerlo llegar a todo el mundo al no utilizarse el lenguaje claro, sencillo y limpio que el romano utiliza en los textos originales.

  • von Victor Hugo
    22,90 €

    En los últimos días de mayo de 1793, uno de los batallones parisienses enviados a Bretaña por Santerre registraba el temible bosque de la Saudraie, en Astillé. El batallón se componía ya sólo de unos trescientos hombres, porque había sido diezmado en aquella dura guerra. Era la época en que después de los combates de Argonne, Jemmapes y Valmy, el primer batallón de París, que tenía seiscientos voluntarios, había quedado reducido a veintisiete hombres, el segundo a veintitrés, y el tercero a cincuenta y siete. Tiempo fue aquél de luchas épicas. Los batallones enviados desde París a la Vendée constaban de novecientos doce hombres. Cada batallón llevaba tres piezas de artillería. Habían sido organizados rápidamente. El 25 de abril, siendo Gohier ministro de justicia y Bouchotto ministro de la Guerra, la sección de Bon-Conseil propuso enviar batallones de voluntarios a la Vendée. Lubin, miembro de la Municipalidad, presentó su dictamen sobre este asunto, y el 10 de mayo Santerre se hallaba en disposición de enviar doce mil soldados, treinta piezas de artillería y un batallón de artilleros. Aunque estos batallones se organizaron apresuradamente, resultaron tan perfectos que sirven aún hoy de modelo, y con arreglo a su organización se han formado las compañías de línea; debido a estos batallones se ha cambiado la antigua proporción entre el número de soldados y el de suboficiales.

  • von Walter Scott
    19,90 €

    El ardiente sol de Siria no había alcanzado aún su punto de mayor elevación en el horizonte, cuando un caballero cruzado que había abandonado su lejano hogar, en el Norte, para unirse a la hueste de los Cruzados en Palestina, atravesaba lentamente los arenosos desiertos que rodean al Mar Muerto, llamado también lago Asfaltites, donde las aguas del Jordán se reúnen en un mar interior, que no envía a otro alguno el tributo de sus olas. El peregrino guerrero había caminado entre rocas y precipicios durante la primera parte de la mañana. Más tarde, saliendo de aquellos roqueños y peligrosos desfiladeros, había salido a la gran llanura en que las ciudades malditas provocaron, en tiempos lejanos, la directa y terrible venganza del Omnipotente. El viajero olvidó las fatigas, la sed y los peligros de la jornada, al recordar la espantosa catástrofe que había convertido en árido y triste desierto el encantador y fértil valle de Siddim, antes regado y bello como el Paraíso, y reducido hoy a una soledad requemada por los rayos del sol y condenada a eterna esterilidad.

  • von Mark Twain
    19,90 €

    Al rato se acercó una niña muy bella, de unos diez años con una catarata de cabello dorado que descendía por su espalda. Sobre la cabeza llevaba una guirnalda de encendidas amapolas rojas, y nada más. Era el más hermoso atuendo que jamás había visto, aunque fuese tan exiguo. Caminaba indolentemente, sin preocupaciones, su paz interior reflejada en la inocencia del rostro. El tipo del circo no le prestó la menor atención, ni siquiera pareció verla. Y ella... ella no se sorprendió en absoluto de su extravagante aspecto; con estuviese acostumbrada a ver apariciones semejantes todos los días. Pasaba de largo tan indiferentemente, como si se hubiese cruzado con un par de vacas; pero me vio, ¡y entonces sí que se produjo un cambio! Alzó las manos como si se hubiera quedado petrificada, y con la boca abierta de par en par y los ojos fijos y medrosos era la mismísima estampa del asombro mezclado con el miedo. Se quedó mirándome con una especie de fascinación estupefacta, hasta que doblamos el recodo del bosque y nos perdió de vista. Que se hubiera sobresaltado al verme, y no cuando había visto al otro, era demasiado para mí; no le encontraba ni pies ni cabeza al asunto. Y que me considerara a mí un espectáculo, pasando completamente por alto sus propios méritos al respecto, era otro enigma, y también una demostración de magnanimidad inesperada en alguien tan joven. Había allí motivos de reflexión. Seguí caminando como si estuviera en mitad de un sueño.

  • von Benito Perez Galdos
    19,90 €

    Dos caras, como algunas personas, tiene la parroquia de San Sebastián... mejor será decir la iglesia... dos caras que seguramente son más graciosas que bonitas: con la una mira a los barrios bajos, enfilándolos por la calle de Cañizares; con la otra al señorío mercantil de la Plaza del Ángel. Habréis notado en ambos rostros una fealdad risueña, del más puro Madrid, en quien el carácter arquitectónico y el moral se aúnan maravillosamente. En la cara del Sur campea, sobre una puerta chabacana, la imagen barroca del santo mártir, retorcida, en actitud más bien danzante que religiosa; en la del Norte, desnuda de ornatos, pobre y vulgar, se alza la torre, de la cual podría creerse que se pone en jarras, soltándole cuatro frescas a la Plaza del Ángel. Por una y otra banda, las caras o fachadas tienen anchuras, quiere decirse, patios cercados de verjas mohosas, y en ellos tiestos con lindos arbustos, y un mercadillo de flores que recrea la vista. En ninguna parte como aquí advertiréis el encanto, la simpatía, el ángel, dicho sea en andaluz, que despiden de sí, como tenue fragancia, las cosas vulgares, o algunas de las infinitas cosas vulgares que hay en el mundo. Feo y pedestre como un pliego de aleluyas o como los romances de ciego, el edificio bifronte, con su torre barbiana, el cupulín de la capilla de la Novena, los irregulares techos y cortados muros, con su afeite barato de ocre, sus patios floridos, sus hierros mohosos en la calle y en el alto campanario, ofrece un conjunto gracioso, picante, majo, por decirlo de una vez. Es un rinconcito de Madrid que debemos conservar cariñosamente, como anticuarios coleccionistas, porque la caricatura monumental también es un arte. Admiremos en este San Sebastián, heredado de los tiempos viejos, la estampa ridícula y tosca, y guardémoslo como un lindo mamarracho.

  • von Jules Verne
    22,90 €

    El Pilgrim era uno de los más pequeños, aunque uno de los mejores barcos de la flotilla que James W. Weldon enviaba, todas las estaciones, unas veces hasta más allá del estrecho de Behring, por los mares boreales, y otras a los parajes de Tasmania o del cabo de Hornos, hasta el océano Antártico. Navegaba muy bien. Su aparejo, muy manejable, le permitía aventurarse con pocos hombres por entre los impenetrables bloques de hielo del hemisferio austral. El capitán Hull sabía desenvolverse, como dicen los marinos, en medio de aquellos hielos que, durante el verano, derivan hacia Nueva Zelanda o hacia el cabo de Buena Esperanza, llegando a una latitud más baja que la que alcanzan en los mares septentrionales del globo. Verdad es que allí no se trataba más que de unos icebergs de pequeñas dimensiones, ya desgastados por los choques y roídos por las aguas termales, y cuyo mayor número va a fundirse en el Pacífico o en el Atlántico.

  • von Dante Alighieri
    26,90 €

    Amitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba porque mi ruta había extraviado. ¡Cuán dura cosa es decir cuál era esta salvaje selva, áspera y fuerte que me vuelve el temor al pensamiento! Es tan amarga casi cual la muerte; mas por tratar del bien que allí encontré, de otras cosas diré que me ocurrieron. Yo no sé repetir cómo entré en ella pues tan dormido me hallaba en el punto que abandoné la senda verdadera. Mas cuando hube llegado al pie de un monte, allí donde aquel valle terminaba que el corazón habíame aterrado, hacia lo alto miré, y vi que su cima ya vestían los rayos del planeta que lleva recto por cualquier camino. Entonces se calmó aquel miedo un poco, que en el lago del alma había entrado la noche que pasé con tanta angustia.

  • von Jules Verne
    19,90 €

    Nadie, sin duda, prestará fe a esta narración, titulada La esfinge de los hielos. No importa. En mi opinión, conviene que vea la luz pública. Cada cual es libre de prestarla o no crédito. Difícil sería, tratándose del comienzo de estas maravillosas y terribles aventuras, imaginar lugar más apropiado que las islas de la Desolación, nombre que les fue dado en 1779 por el capitán Cook. Después de lo que he visto durante mi estancia en ellas en 1809, puedo asegurar que merecen el lamentable calificativo dado por el célebre navegante inglés. Con decir islas de la Desolación, todo está dicho. Sé que en la nomenclatura geográfica se las conoce con el nombre de Kerguelen, generalmente adoptado para este grupo, comprendido en el 49° 54' de latitud S y 69° 6' de longitud E, nombre que se justifica por el hecho de que en el año 1772, el barón francés Kerguelen fue el primero que señaló estas islas en la parte meridional del Océano índico. Lo cierto es que el jefe de la escuadra había creído descubrir un continente nuevo, en el límite de los mares antárticos, y en el curso de una segunda expedición preciso le fue reconocer su error. No había allí más que un archipiélago. Pero créaseme: islas de la Desolación es el único nombre que conviene a este grupo de trescientas islas o islotes, perdido en medio de aquellas inmensas soledades oceánicas, turbadas casi continuamente por las grandes tempestades australes.

  • von Juana Manuela Gorriti
    19,90 €

    El hogar es el santuario doméstico; su ara es el fogón; su sacerdotisa y guardián natural, la mujer. Ella, sólo ella, sabe inventar esas cosas exquisitas, que hacen de la mesa un encanto, y que dictaron a Brantôme el consejo dado a la princesa, que le preguntaba cómo haría para sujetar a su esposo al lado suyo: -Asidlo por la boca. Yo, ¡ay! nunca pensé en tamaña verdad. Avida de otras regiones, arrojéme a los libros, y viví en Homero, en Plutarco, en Virgilio, y en toda esa pléyade de la antigüedad, y después en Corneille, Racine; y más tarde, aún, en Châteaubriand, Hugo, Lamartine; sin pensar que esos ínclitos genios fueron tales, porque -excepción hecha del primero- tuvieron todos, a su lado, mujeres hacendosas y abnegadas que los mimaron, y fortificaron su mente con suculentos bocados, fruto de la ciencia más conveniente a la mujer. Mis amigas, a quienes, arrepentida, me confesaba, no admitieron mi mea culpa , sino a condición de hacerlo público en un libro. Y, tan buenas y misericordiosas, como bellas, hanme dado para ello preciosos materiales, enriqueciéndolos más, todavía, con la gracia encantadora de su palabra.

  • von Benito Perez Galdos
    19,90 €

    Tradiciones fielmente conservadas y ciertos documentos comerciales, que podrían llamarse el Archivo Histórico de la familia de Cordero, convienen en que Doña Robustiana de los Toros de Guisando, esposa del héroe de Boteros, falleció el 11 de Diciembre de 1826. ¿Fue peritonitis, pulmonía matritense o tabardillo pintado lo que arrancó del seno de su amante familia y de las delicias de este valle de lágrimas a tan digna y ejemplar señora? Este es un terreno oscuro en el cual no ha podido penetrar nuestra investigación ni aun acompañada de todas las luces de la crítica.Esa pícara Historia, que en tratándose de los reyes y príncipes, no hay cosa trivial ni hecho insignificante que no saque a relucir, no ha tenido una palabra sola para la estupenda hazaña de Boteros, ni tampoco para la ocasión lastimosa en que el héroe se quedó viudo con cinco hijos, de los cuales los dos más pequeñuelos vinieron al mundo después que el giro de los acontecimientos nos obligó a perder de vista a la familia Cordero.

  • von Vicente Espinel
    19,90 €

    MUCHOS días, y algunos meses y años estuve dudoso si echaría en el corro a este pobre Escudero, desnudo de partes y lleno de trabajos, que la confianza y la desconfianza me hacían una muy trabada e interior guerra. La confianza llena de errores, la desconfianza encogida de terrores; aquella muy presuntuosa, y estotra muy abatida; aquella desvaneciendo el celebro, y ésta desjarretando las fuerzas; y así me determiné de poner por medio a la humildad, que no solamente es tan acepta a los ojos de Dios, pero a los de los más ásperos jueces del mundo. Comuniquélas con el Licenciado Tribaldos de Toledo, muy gran poeta latino y español, docto en la lengua griega y latina, y, en las ordinarias hombre de consumada verdad; y con el maestro fray Hortensio Félix Paravesin, doctísimo en letras divinas y humanas, muy gran poeta y orador; y alguna parte de ello con el Padre Juan Luis de la Cerda, cuyas letras, virtud y verdad están muy conocidas y loadas; y con el divino ingenio de Lope de Vega, que como él se rindió a sujetar sus versos a mi corrección en su mocedad, yo en mi vejez me rendí a pasar por su censura y parecer; con Domingo Ortiz, secretario del Supremo Consejo de Aragón, hombre de excelente ingenio y notable juicio; con Pedro Mantuano, mozo de mucha virtud, y versado en mucha lección de autores graves que me pusieron más ánimo que yo tenia; y no sólo me sujeté a su censura, pero a la de todos cuantos encontraren alguna cosa digna de reprehensión, suplico me adviertan de ella, que seré humilde en recibilla.

  • von Edgar Allan Poe
    19,90 €

    Permitidme que, por el momento, me llame a mí mismo William Wilson. Esta blanca página no debe ser manchada con mi verdadero nombre. Demasiado ha sido ya objeto del escarnio, del horror, del odio de mi estirpe. Los vientos, indignados, ¿no han esparcido en las regiones más lejanas del globo su incomparable infamia? ¡Oh proscrito, oh tú, el más abandonado de los proscritos! ¿No estás muerto para la tierra? ¿No estás muerto para sus honras, sus flores, sus doradas ambiciones? Entre tus esperanzas y el cielo, ¿no aparece suspendida para siempre una densa, lúgubre, ilimitada nube? No quisiera, aunque me fuese posible, registrar hoy la crónica de estos últimos años de inexpresable desdicha e imperdonable crimen. Esa época ¿ estos años recientes¿ ha llegado bruscamente al colmo de la depravación, pero ahora sólo me interesa señalar el origen de esta última. Por lo regular, los hombres van cayendo gradualmente en la bajeza. En mi caso, la virtud se desprendió bruscamente de mí como si fuera un manto. De una perversidad relativamente trivial, pasé con pasos de gigante a enormidades más grandes que las de un Heliogábalo. Permitidme que os relate la ocasión, el acontecimiento que hizo posible esto. La muerte se acerca, y la sombra que la precede proyecta un influjo calmante sobre mi espíritu. Mientras atravieso el oscuro valle, anhelo la simpatía ¿casi iba a escribir la piedad¿ de mis semejantes. Me gustaría que creyeran que, en cierta medida, fui esclavo de circunstancias que excedían el dominio humano. Me gustaría que buscaran a favor mío, en los detalles que voy a dar, un pequeño oasis de fatalidad en ese desierto del error. Me gustaría que reconocieran ¿como no han de dejar de hacerlö que si alguna vez existieron tentaciones parecidas, jamás un hombre fue tentado así, y jamás cayó así. ¿Será por eso que nunca ha sufrido en esta forma? Verdaderamente, ¿no habré vivido en un sueño? ¿No muero víctima del horror y el misterio de la más extraña de las visiones sublunares?

  • von Thomas Hardy
    19,90 €

    Un atardecer de finales de verano, antes de que el siglo XIX completara su primer tercio, un hombre y una mujer jóvenes, ésta con un niño en brazos, se aproximaban caminando al pueblo de Weydon Priors, al norte de Wessex. Iban vestidos con sencillez, aunque la espesa capa de polvo acumulada en el calzado y la ropa tras un viaje evidentemente largo pudiera dar la impresión de que iban mal vestidos. El hombre era gallardo, de tez morena y aspecto serio, y el perfil de su cara tenía tan poca inclinación que parecía casi recto. Llevaba una chaqueta corta de pana, más nueva que el resto de su indumentaria, que consistía en un chaleco de fustán con botones de cuerno blancos, pantalones hasta la rodilla del mismo paño, polainas marrones y un sombrero de paja recubierto de brillante lienzo negro. A la espalda, sujeto con una correa, llevaba un capacho, por uno de cuyos extremos sobresalía el puño de una cuchilla de cortar heno y en cuya abertura se veía también un berbiquí. Sus andares, firmes y acompasados, eran los de un campesino hábil, muy distintos de los arrastrados y desgarbados del peón común; con todo, en la manera de levantar y plantar cada pie había una indiferencia tozuda y cínica, muy peculiar, que se manifestaba además en los pliegues del pantalón, que pasaban con regularidad de una pernera a otra conforme avanzaba.

  • von Edgar Allan Poe
    19,90 €

    Durante un día entero de otoño, oscuro, sombrío, silencioso, en que las nubes se cernían pesadas y opresoras en los cielos, había yo cruzado solo, a caballo, a través de una extensión singularmente monótona de campiña, y al final me encontré, cuando las sombras de la noche se extendían, a la vista de la melancólica Casa de Usher. No sé cómo sucedió; pero, a la primera ojeada sobre el edificio, una sensación de insufrible tristeza penetró en mi espíritu. Digo insufrible, pues aquel sentimiento no estaba mitigado por esa emoción semiagradable, por ser poético, con que acoge en general el ánimo hasta la severidad de las naturales imágenes de la desolación o del terror. Contemplaba yo la escena ante mí ¿la simple casa, el simple paisaje característico de la posesión, los helados muros, las ventanas parecidas a ojos vacíos, algunos juncos alineados y unos cuantos troncos blancos y enfermizos¿ con una completa depresión de alma que no puede compararse apropiadamente, entre las sensaciones terrestres, más que con ese ensueño posterior del opiómano, con esa amarga vuelta a la vida diaria, a la atroz caída del velo. Era una sensación glacial, un abatimiento, una náusea en el corazón, una irremediable tristeza de pensamiento que ningún estímulo de la imaginación podía impulsar a lo sublime.

  • von Felipe Trigo
    19,90 €

    Al saltar al bote siento la trascendencia de mi resolución y comprendo las conmemoraciones. Mandaría esculpir en esa grada del embarcadero: «POR AQUÍ SALIÓ AL OTRO LADO DEL MUNDO ANDRÉS SERVÁN»... Mi madre, mis hermanas, alguna mujer acaso bien querida, podrían venir a ver en Barcelona la última piedra que pisé de España ¿si no volviese.¿¿Al Reus? ¿Al Reus. Juega el timón y orienta el esfuerzo del remero por entre dos bergantines. La negra mole del buque se destaca no lejos, coronada de humo. Permanece en mitad del puerto, donde lo dejé por la mañana, sólo que ha vuelto a la ciudad la banda izquierda y le rodean más lanchas. Todo igual. Troncos y algas flotantes en las sucias aguas, olor a limos y a sardinas, vaporcillos y velas que cruzan, grandes barcos llenos de cordajes por la extensa línea de los muelles... El viejo patrón rema con la misma indiferencia que reinaron otros paseándome por las bahías en Cádiz, en Santander... sino que esta vez no seré yo el que se queda envidiando a los que van a surcar el Océano; voy también a los países del oriente, del sol y la hermosura, del fuego y de la guerra... habiendo bastado para ello una instancia al Ministerio escrita en una hora de mayor aburrimiento y con idéntico fastidio que el parte de la guardia.

  • von Benito Perez Galdos
    15,90 €

    A las cuatro de la tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando. La furia insana con que se lanzan a los más arriesgados ejercicios de volatinería, los estropicios que suelen causar a algún pacífico transeúnte, el delirio de la autonomía individual que a veces acaba en porrazos, lágrimas y cardenales, parecen bosquejo de los triunfos revolucionarios que en edad menos dichosa han de celebrar los hombres... Salieron, como digo, en tropel; el último quería ser el primero, y los pequeños chillaban más que los grandes. Entre ellos había uno de menguada estatura, que se apartó de la bandada para emprender solo y calladito el camino de su casa. Y apenas notado por sus compañeros aquel apartamiento que más bien parecía huida, fueron tras él y le acosaron con burlas y cuchufletas, no del mejor gusto. Uno le cogía del brazo, otro le refregaba la cara con sus manos inocentes, que eran un dechado completo de cuantas porquerías hay en el mundo; pero él logró desasirse y... pies, para qué os quiero. Entonces dos o tres de los más desvergonzados le tiraron piedras, gritando Miau; y toda la partida repitió con infernal zipizape: Miau, Miau.

  • von Gonzalo de Berceo
    15,90 €

    1 Amigos e vasallos de Dios omnipotent, si vos me escuchásedes por vuestro consiment, querríavos contar un buen aveniment: terrédeslo en cabo por bueno verament.2 Yo maestro Gonzalvo yendo en romería verde e bien sencido, logar cobdiciaduero3 Daban olor sovejo refrescaban en homne manaban cada canto en verano bien frías,de Berceo nomnado, caecí en un prado, de flores bien poblado, pora homne cansado.las flores bien olientes, las caras e las mientes; fuentes claras corrientes, en ivierno calientes.4 Habién y grand abondo de buenas arboledas, milgranos e figueras, peros e mazanedas, e muchas otras fructas de diversas monedas, mas non habié ningunas podridas ni acedas.5 La verdura del prado, la olor de las flores, las sombras de los árbores de temprados sabores, resfrescáronme todo e perdí los sudores: podrié vevir el homne con aquellos olores.6 Nunca trobé en sieglo logar tan deleitoso, nin sombra tan temprada ni olor tan sabroso; descargué mi ropiella por yacer más vicioso, poséme a la sombra de un árbor fermoso.

  • von Benito Perez Galdos
    19,90 €

    La representa tres habitaciones de la casa de Orozco; gran salón en el centro y dos salas laterales, las tres piezas comunicadas entre sí y decoradas con elegancia y riqueza. Por la puerta del fondo del salón en entran los personajes que vienen del exterior. La sala de la derecha, en la cual se ven las mesas de tresillo, comunica por el fondo con el comedor y billar de la casa; la de la izquierda con gabinetes y dormitorios. Es de noche. El salón y sala de la derecha están profusamente alumbrados. En la sala de la izquierda, decorada a estilo japonés, sólo hay dos lámparas, ambas con grandes pantallas.ESCENA PRIMERASucesivamente, conforme lo indica el diálogo, entran por la puerta del fondo del salón central VILLALONGA, EL MARQUÉS DE CÍCERO, AGUADO, CISNEROS, EL CONDE DE MONTE CÁRMENES.

  • von Benito Perez Galdos
    19,90 €

    El padre Jerónimo de Matamala, uno de los frailes más discretos del convento de franciscanos de Ocaña, hombre de genio festivo y arregladas costumbres, dejó la esculpida y lustrosa silla del coro en el momento en que se acababa el rezo de la tarde, y muy de prisa se dirigió a la portería, donde le aguardaba una persona, que había mostrado grandes deseos de verlo y hablarle. Poco antes un lego, que desempeñaba en aquella casa oficios nada espirituales, había trabado una viva contienda con el visitante. Empeñábase éste en ver al padre Matamala, contrariando las prescripciones litúrgicas que a aquella hora exigían su presencia en el coro; se esforzaba el lego en probar que tal pretensión era contraria a la letra y espíritu de los sagrados cánones, y oponía la inquebrantable fórmula del terrible non possumos a las súplicas del forastero, el cual, fatigado y con muestras de gran desaliento, se apoyaba en el marco de la puerta. Hablaba con descompuestos ademanes y alterada voz; contestábale el otro con rudeza, orgulloso de ejercer autoridad aunque no pasara de la entrada; y el diálogo iba ya a tomar proporciones de altercado, tal vez la cuestión estaba próxima a descender de las altas regiones de la discusión para expresarse en hechos, cuando apareció fray Jerónimo de Matamala, y abriendo los brazos en presencia del desconocido, exclamó con muestras de alborozo:-¡Martín, querido Martín, tú por aquí! ¿Cuándo has llegado?... ¿De dónde vienes?

  • von Armando Palacio Valdés
    22,90 €

    Era la hora del oscurecer. Las sombras amontonadas en el fondo de la bahía subían ya á lo alto de las montañas. En los pocos buques anclados la tripulación se ocupaba en la carga y descarga, y sus gritos y el chirrido de las maquinillas era lo único que turbaba la paz de aquel recinto. Allá enfrente comenzaban á verse algunas luces dentro de las casas. Miguel no apartaba los ojos de una que fulguraba débilmente en la morada del ex capitán del Rápido. Sentía un anhelo grato y deleitable que estremecía de vez en cuando sus labios y hacía perder el compás á su corazón. Pero en el balcón de madera, donde tantas veces se había reclinado para contemplar la salida y entrada de los buques, nadie parecía ahora. Su rostro contraído denunciaba el afán que le embargaba. Úrsula sonreía mirándole fijamente sin que él lo advirtiese.

  • von E. M. Forster
    19,90 €

    Esta historia podría empezar con una carta de Helen a su hermana. Howards End. Martes. Queridísima Meg:Esto no tiene nada que ver con lo que nos habíamos imaginado. La casa es vieja, pequeña, de ladrillo rojo y, en conjunto, una delicia. Apenas cabemos y no sé lo que va a pasar cuando mañana llegue Paul, el hijo menor. A derecha e izquierda del vestíbulo están el comedor y el saloncito. El mismo vestíbulo es prácticamente una habitación más. Una puerta da a la escalera que sube por una especie de túnel al piso de arriba. En el piso de arriba hay tres dormitorios en hilera y, sobre cada dormitorio, una buhardilla. A decir verdad, la casa no acaba ahí, pero eso es todo lo que se ve: nueve ventanas según se mira desde el jardín.

  • von Platon
    22,90 €

    SÓCRATES. ¿Bajé ayer al Pireo con Glaucón, hijo de Aristón, para dirigir mis oraciones a la diosa y ver cómo se verificaba la fiesta que por primera vez iba a celebrarse. La Pompa de los habitantes del lugar me pareció preciosa; pero a mi juicio, la de los tracios no se quedó atrás. Terminada nuestra plegaria, y vista la ceremonia, tomamos el camino de la ciudad. Polemarco, hijo de Céfalo, al vernos desde lejos, mandó al esclavo que le seguía que nos alcanzara y nos suplicara que le aguardásemos. El esclavo nos alcanzó y, tirándome por la capa, dijo:¿Polemarco os suplica que le esperéis. Me volví, y le pregunté dónde estaba su amo. ¿Me sigue ¿respondió¿; esperadle un momento. ¿Le esperamos ¿dijo Glaucón. Un poco después llegaron Polemarco y Nicérato, hijo de Nicias y algunos otros que al alcanzarnos, me dijo: ¿Sócrates, me parece que os retiráis a la ¿No te equivocas ¿le respondí. ¿¿Has reparado cuántos somos nosotros ¿¿Cómo no?Adimanto, hermano de Glaucón; volvían de la Pompa. Polemarco,ciudad. ?¿Pues o sois más fuertes que nosotros o permaneceréis aquí. ¿¿Y no hay otro medio, que es convenceros de que tenéis que dejarnos marchar? ¿¿Cómo podríais convencernos si no queremos escucharos? ¿En efecto ¿dijo Glaucón¿, entonces no es posible. ¿Pues bien, estad seguros de que no os escucharemos.

  • von Emilio Salgari
    22,90 €

    Una recia voz, que tenía una especie de vibración metálica, se alzó del mar y resonó en las tinieblas lanzando estas amenazadoras palabras:¿¡Eh, los de la canoa! ¡Deteneos si no queréis que os eche a pique!La pequeña embarcación, tripulada solo por dos hombres, avanzaba trabajosamente sobre las olas color de tinta. Sin duda huía del alto acantilado que se delineaba confusamente sobre la línea del horizonte, como si temiese un gran peligro de aquella parte; pero, ante aquel grito conminatorio, se había detenido de manera brusca. Los dos marineros recogieron los remos y se pusieron en pie al mismo tiempo, mirando con inquietud ante ellos y fijando sus ojos sobre una gran sombra que parecía haber emergido súbitamente de las aguas. Ambos hombres contarían alrededor de cuarenta años, y sus facciones rectas y angulosas se acentuaban aún más con unas espesas e hirsutas barbas que seguramente no habían conocido nunca el uso de un peine o de un cepillo.

  • von Gustave Flaubert
    19,90 €

    Estábamos en la sala de estudio cuando entró el director, seguido de un «novato» con atuendo pueblerino y de un celador cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron, y todos se fueron poniendo de pie como si los hubieran sorprendido en su trabajo. El director nos hizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, dirigiéndose al prefecto de estudios, le dijo a media voz: ¿Señor Roger, aquí tiene un alumno que le recomiendo, entra en quinto. Si por su aplicación y su conducta lo merece, pasará a la clase de los mayores, como corresponde a su edad. El «novato», que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de modo que apenas se le veía, era un mozo del campo, de unos quince años, y de una estatura mayor que cualquiera de nosotros. Llevaba el pelo cortado en flequillo como un sacristán de pueblo, y parecía formal y muy azorado. Aunque no era ancho de hombros, su chaqueta de paño verde con botones negros debía de molestarle en las sisas, y por la abertura de las bocamangas se le veían unas muñecas rojas de ir siempre remangado. Las piernas, embutidas en medias azules, salían de un pantalón amarillento muy estirado por los tirantes. Calzaba zapatones, no muy limpios, guarnecidos de clavos.

  • von Arthur Conan Doyle
    22,90 €

    LA gran campana del monasterio de Belmonte dejaba oir sus sonoros tañidos por todo el valle y aun más allá de la obscura línea formada por los bosques. Los leñadores y carboneros que trabajaban por la parte de Vernel y los pescadores del río Lande, suspendían momentáneamente sus tareas para dirigirse interrogadoras miradas; pues aunque el sonido de las campanas de la abadía era tan familiar y conocido por aquellos contornos como el canto de las alondras ó la charla de las urracas en setos y bardales, los repiques tenían sus horas fijas, y aquella tarde la de nona había sonado ya y faltaba no poco para la oración. ¿Qué suceso extraordinario lanzaba á vuelo, tan á deshora, la campana mayor de la abadía?

  • von Leopoldo Alas Clarín
    15,90 €

    Mucho tiempo después de escritos todos los artículos que componen este libro, se me ocurre coleccionarlos y ponerles esta portada con el título que el lector habrá visto. Por eso es más epílogo que prólogo lo que estoy haciendo; y en cuanto a llamarse, la colección como se llama, consiste en que, pensándolo bien, he venido a comprender que todo lo que sea abogar por el buen gusto y demás fueros del arte es predicar en desierto, si en España se predica. SERMÓN PERDIDO será, por consiguiente, cuanto sigue, porque ni los malos escritores de quien digo pestes más adelante se enmendarán, ni a los buenos a quien alabo y pongo sobre mi cabeza han de respetarlos más el vulgo y los criticastros porque yo se lo mande.

  • von Joseph Conrad
    19,90 €

    Existe, como no se le escapa ni a un chico de escuela en esta edad dorada de la ciencia, una estrecha relación química entre el carbón y los diamantes. Creo que ésta es la razón por la que algunos le llaman el «diamante negro». Ambas mercancías significan riqueza, si bien el carbón constituye una clase de propiedad bastante menos portátil. Adolece, desde este punto de vista, de una lamentable falta de concentración física. Otra cosa sería si la gente pudiera meterse las minas en el bolsillo del chaleco ¿pero no puede¿. Existe, al mismo tiempo, una fascinación por el carbón, producto supremo de una época en la que nos hemos instalado como viajeros aturdidos en un deslumbrante aunque desasosegado hotel. Presumo que estas dos últimas consideraciones, la práctica y la mística, impidieron la marcha de Heyst, de Axel Heyst.

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