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Bücher der Reihe Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui

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  • von Leandro Fernández de Moratín
    9,99 €

    Esta sátira, que publicó la Academia Española en el año 1782 y reimprimió después en la colección de obras premiadas, ha sido posteriormente corregida por el autor para darla de nuevo a la prensa.Divídese en ella la poesía en sus tres géneros principales: lírico, épico y dramático, prescindiendo de los demás en que éstos pueden subdividirse. Así logró el autor hacer más metódico y perceptible el plan de su obra, reduciéndole a lo que el poeta canta en la exaltación de su fantasía y de sus afectos; a lo que refiere, celebrando los héroes y los grandes sucesos que le dicta la historia; y a lo que enseña, poniendo en el teatro una imagen de la vida, copiando los vicios ridículos o terribles, para inspirar en el ánimo el amor a la verdad y a la virtud.En la lírica, después de hablar de los argumentos triviales y de ningún interés, censura los vicios de estilo, las metáforas violentas, la exageración, la redundancia, los conceptos falsos, los juegos de palabras, los equívocos y retruécanos. Culpa la perjudicial manía de componer de repente, y la de solicitar el aplauso del vulgo con bufonadas y chistes groseros que desacreditan a su autor y a quien los celebra. Desaprueba en los poetas antiguos el uso destemplado de voces y frases latinas, de que resulta un estilo afectado y pedantesco, aludiendo particularmente a las obras de Góngora, Villamediana y Silveira; y en los modernos la mezcla absurda de los arcaísmos con palabras, acepciones y locuciones francesas que, alterando la sintaxis de nuestro idioma, destruyen por consiguiente su pureza y su peculiar elegancia.

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    BRITO: ¡Hao, que espantáis el cabrío! ¡Verá por dó se metió! ¡Valga el diabro al que os parió! ¡Echad por acá, jodío! ¡Teneos el embigotado! ALFONSO: Enriscado me perdí, pastor, acércate aquí. BRITO: ¿Acercáosle? ¡Qué espetado! Pues yo os juro a non de San que si avisaros no bonda y escopitina la honda seis libras de mazapán (mejor diré mazapiedra) ¡Hao, que se mos descarría ell hato! ALFONSO: Escucha. BRITO: ¡Aún sería el diablo! ¡Verá la medra con que mos vino! ¡Arre allá, hombre del diabro! ¿Estás loco? Ve abajando poco a poco, no por ahí, hancia acá, ¡Voto a San, si te deslizas!BRITO:Que has de llegar a lo llano bueno para longanizas.Dale el cabo del bastón y tiénenle am- bosAgarraos a ese garrote. ¿Quién diabros por aquí os trujo?BajandoTeneos bien, que si os rempujo no doy por vueso cogote un pito. ALFONSO: ¿Qué sierra es ésta? Bajando BRITO hacia ALFONSO, asidos los dos al paloBRITO: La de Braga, hacia Galicia. ALFONSO: ¡Notables riscos! BRITO: Se envicia hasta el cielo. ALFONSO: ¡Extraña cuesta! BRITO: Llámase Espantaruínes. ALFONSO: No sé yo que haya en España más escabrosa montaña. BRITO: Mala es para con chapines. Dad acá la mano. ALFONSO: Toma.

  • von Honore de Balzac
    15,90 €

    Al día siguiente, Lucien hizo visar su pasaporte, se compró un bastón de acebo y tomó en la plaza de la rue d¿Enfer una silla volante que, por diez sueldos, le dejó en Longjumeau. En la primera etapa, hizo noche en el establo de una granja a dos leguas de Arpajon. Cuando hubo llegado a Orleáns, se sentía ya muy fatigado, pero por tres francos un barquero le llevó hasta Tours y durante el trayecto únicamente gastó dos francos en la comida. De Tours a Poitiers, Lucien anduvo durante cinco días. Cuando hubo dejado bastante atrás Poitiers, no tenía en el bolsillo más que cien sueldos, pero hizo acopio de fuerzas para continuar su camino. Un día que Lucien, sorprendido por la noche en una llanura, decidió vivaquear en ella, vio al fondo de un barranco una calesa que subía por una pendiente. Sin ser visto por el postillón, los viajeros y un criado instalado en el pescante, pudo acurrucarse en la trasera entre dos bultos y se durmió acomodándose lo mejor posible para poder resistir el traqueteo. Por la mañana, despertado por el sol que hería sus ojos y por un ruido de voces, reconoció Mansle, la pequeña ciudad en la que, dieciocho meses antes, había ido a esperar a madame de Bargeton con el corazón lleno de amor, esperanza y alegría. Viéndose cubierto de polvo y en medio de un corro de curiosos y de postillones, comprendió que debían de acusarle de algo; se puso en pie de un salto e iba a decir algo cuando dos viajeros que salieron de la calesa se lo impidieron: vio al nuevo prefecto del Charente, el conde Sixte du Châtelet, y a su esposa, Louise de Nègrepelisse.

  • von Arthur Conan Doyle
    15,90 €

    Hacéis bien, amigos míos, en tratarme con respeto, pues al honrarme a mí os honráis vosotros mismos y a la Francia entera. No es quien os habla un viejo militar de bigotes grises, que come su tortilla y bebe su vaso de vino; es una página de la historia, de la historia más gloriosa de nuestro país, que no ha sido igualada por ningún otro. Soy uno de los últimos de aquellos hombres admirables que antes de dejar de ser muchachos fueron militares veteranos; de aquellos que aprendieron antes a hacer uso de la espada que de la navaja de afeitar, y que durante más de cien batallas no permitieron ni una sola vez que el enemigo viese el color de sus mochilas. Más de veinte años pasamos enseñando a Europa a pelear, y aun cuando aprendió la lección, fue siempre el termómetro y jamás la bayoneta el que producía algún efecto en el más grande de los grandes ejércitos. En Berlín, en Nápoles, en Viena, en Lisboa, en Moscú, en todas partes hemos acuartelado nuestros caballos. Sí, amigos míos, lo repito: hacéis bien en mandar a vuestros hijos a saludarme, pues mis oídos han escuchado las dianas francesas y mis ojos han visto el orgulloso estandarte francés en sitios donde jamás ha llegado a escucharse ni a verse. Siempre recuerdo con placer aquellos gloriosos tiempos, y después de comer, al echar la siesta en mi butaca, veo desfilar por delante de mí las inmensas filas de guerreros: los cazadores con sus chaquetas verdes, los elegantes coraceros, los lanceros de Poniatowsky, los dragones con sus capotes blancos y los galantes granaderos.

  • von Lope de Vega
    15,90 €

    GUILLERMO: ¿Que en esa acera pusiste tu aparato y tienda, Pierres? Guarda que el lance no yerres que en la de enfrente tuviste. No te fue mal otros años con el puesto que te di. PIERRES: Antes, por ganar, perdí; hay un provecho y mil daños. GUILLERMO: Pues la luz, ¿no es de importancia? PIERRES: Sí, pero tiene aquel lado descubierto y me han robado la mitad de la ganancia.GUILLERMO: ¡Qué bien nos dio de comer el amigo! PIERRES: ¡Largo cuenta! A fe que tiene pimienta, pero no para beber. Conocíle yo en Amberes, pobre y de bellaco talle, que vendía por la calle hilo, antojos y alfileres, y agora está rico a costa de nuestras pobres haciendas. GUILLERMO: ¿Descubriremos las tiendas? PIERRES: Ganar quieres por la posta. GUILLERMO: Mal me fue por la mañana.PIERRES: Descubre, que dio la una. GUILLERMO: Espero mejor fortuna si esta tarde no se gana.

  • von Virgilio
    9,99 €

    Voy ¡oh Mecenas! a cantar las mieses, y a decir en qué meses el cielo desgarrar nos aconseja la tierra con la reja, y uncir la vid al olmo, y qué cuidado nos merezca el rebaño y el ganado como también la diligente abeja. Vosotras ¡oh del mundo clarísimas lumbreras, que en el cielo marcáis del año el fugitivo vuelo! Baco y Ceres benéfica, por quienes, por cuyo don fecundo la tierra aún salvaje abandonando su silvestre traje, pudo de espigas coronar sus sienes, y al vaso de agua pura, cristalino, incorporar el inventado vino. Y vosotros ¡oh númenes campestres! Faunos ligeros, Dríadas silvestres, dejad vuestros selváticos rincones que canto vuestros dones. Y tú, por quien la tierra herida al golpe de tu gran tridente brotó un caballo, imagen de la guerra, Neptuno prepotente: tú, Palas, inventora del olivo, tú, dado de los bosques al cultivo, de Zea Dios, por quien trescientos bueyes como la nieve blancos la yerba pastan en copiosas greyes, del Ménalo dichoso la morada, del agreste Liceo los barrancos, Pan, de ovejas custodio, si te es dable deja también y acude a mi llamada con rostro favorable. Niño que al hombre rudo revelaste el arado puntiagudo; decrépito Silvano que un ciprés tierno llevas en la mano;

  • von Joaquin Dicenta
    9,99 €

    Tres salones del palacio ducal apenas bastaban al acomodo de la «canastilla» y de los regalos con que obsequiaron a la novia sus parientes y amigos. Entre los regalos sobresalía un aderezo de esmeraldas, ofrenda del duque de Neblijar, futuro esposo de Leonor Pérez de Carmona.Engarzaban las piedras en la más pura filigrana que pulieron árabes y judíos.Uníanse unos engarces a otros por cadenillas microscópicas, y era cada engarce un prodigio de calados y geométricas figuras. Las esmeraldas, limpias, carnosas, relucían como ojos de mujer. Rodeando la almohadilla del estuchón, aforrado en gamuza, relampagueaba un collar. Sus piedras, a partir de una esplendorosa, que descolgaba solitaria, disminuían, parejamente, hasta rematar en dos triangulares que formaban el broche.Sobre el cojín, rodeado por el collar, triunfaba una diadema, en cuya fábrica el metal se iba sutilizando para volverse espuma; entre ella flotaba una esmeralda de ígneas transparencias, iguales a las de las olas al romper. En los ángulos del estuche se retorcían cuatro serpientes de oro; dos piedras llameaban en cada cual de las achatadas cabezas, remedando los ojos del reptil.

  • von Emilia Pardo Bazán
    9,99 €

    Cierto día de fiesta del mes de junio, a los postres de una comida de aldea, de las que se prolongan y degeneran en sobremesas interminables, tuve ocasión de hacer una de esas observaciones, detrás de las cuales suele vislumbrarse oculta una novela íntima o latir el asunto de un drama. Hallábase sentado frente a mí el párroco de Gondar, y como le daba de lleno en el rostro la luz de la ventana, luz que se abría paso entre las ramas de los rosales, ya sin flor, pude notar que se inmutaba y se le cubrían de amarillez las siempre coloradas mejillas al servirle el criado un frutero de cristal donde se apiñaban, negreando de tan maduras, las últimas cerezas. Lo demudado de la cara, el movimiento nervioso de la mano crispada al rechazar el frutero, eran inequívocos, y no podían proceder únicamente de repugnancia de su paladar a la sabrosa fruta; delataban algo más: una especie de horror, que sólo originan muy hondas causas morales. Apunté la observación y resolví salir cuanto antes de la curiosidad. Una hora después charlaba confidencialmente con el párroco, recorriendo la larga calle de castaños que rodea como un cinturón de sueltos cabos flotantes el soto.

  • von Julia De Asensi
    9,99 €

    La variedad de aspectos que ofrece a nuestra contemplación la naturaleza en esos períodos del año solar, que denominamos estaciones, excitan poderosamente nuestra atención y nuestra fantasía, y nos hacen sentir las más diversas y opuestas impresiones y sensaciones. Nada más oportuno, pues, que tomar pretexto de esas impresiones y sensaciones que tan vivamente nos afectan, para recrear a los niños sabiamente con pintorescos relatos que tanto agradan a su soñadora fantasía infantil, y a la vez inculcarles sanas y provechosas enseñanzas.La primavera... con su temperatura deliciosa, con sus flores y gorjeos, con sus auras perfumadas, con sus irisados matices y sonriente luz, despierta en nuestra mente poéticas ideas, y se presta como ninguna otra a fantasear sobre cuanto se ofrece a nuestro alrededor....Y esta es la estación que ha elegido la ilustre escritora D.ª Julia de Asensi para abrir o empezar su meritoria tarea de instruir y deleitar a la candorosa niñez con la presente colección de variados y escogidos cuentos, que titula Las Estaciones. Bajo la fábula de que un anciano, rico y culto, visita periódicamente una posesión donde crecen y se instruyen dos niños a quienes ama apasionadamente, la señora de Asensi halla ocasión de hilvanar entretenidas y morales narraciones, que describen la naturaleza física en mencionados períodos del año, (primavera, estío, otoño e invierno); y con la exquisita delicadeza peculiar al sexo bello, sabe acoplar detalles y zurcir consejos educativos que hacen más útil e interesante la lectura de los aludidos presentes Cuentos.

  • von Fernán Caballero
    9,99 €

    A la caída de una tarde de invierno, apenas hubieron concluido de tocar la oración las campanas de la hermosa iglesia de la ciudad de Carmona, cuando trocando la gravedad de los sonidos que llaman a la oración, en gozoso repique, anunciaron el bautismo de un recién nacido.Poco después salió del templo una numerosa comparsa de bien acomodados menestrales, echando el que iba al lado de la madrina, que llevaba la criatura, monedas de cobre con gran profusión a una turba de chiquillos que a grandes gritos pedían el pelón.Al cabo de media hora salió igualmente de la iglesia una mujer que llevaba también una criatura en brazos, sin más acompañamiento que un anciano al parecer, que vestía un uniforme raído, un sacerdote, y un niño.-Entre tanto, el cura de la parroquia inscribía en sus libros: «Hoy 4 de Febrero de 184... bauticé a María de Gracia, hija de Josefa Martínez, y de Mateo López, maestro carpintero de esta ciudad.»-Y en seguida con igual fecha:«Bauticé en el mismo día a María de Gracia, hija de doña Teresa Espinosa de los Monteros, y de D. Ramón Vargas de Toledo, Caballero de Alcántara, coronel que ha sido de infantería.»La comparsa que fue acompañada por la bulliciosa turba hasta su casa, al entrar en ella se dirigió a la alcoba de la parida, a la que puso la madrina la criatura en los brazos diciéndole:-Aquí tienes a tu hija cristiana, Dios te dé a ti salud para criarla, y a ella el salero y gracia de su madre, para que le venga bien el nombre de Gracia que se le ha puesto.

  • von Lope de Vega
    9,99 €

    Por las cumbres de los montes, derramando blanco aljófar, viene el alba dando nuevas que sale el sol de las ondas. Ya se descubren los campos: montes son los que antes sombras; donde ellas no aparecían ya se ven cavernas hondas. Ya cantan los pajarillos saliendo de entre las hojas; las aguas que susurraban, al parecer ya son sordas. Cuál y cuál estrella queda, vanse escondiendo las otras, y sin luz, aunque están cerca los rayos de quien la toman. A los montes del Poniente las puntas más altas dora quien por los montes frondosos poco a poco alegre asoma. Ya de los húmidos troncos se distinguen las personas; que pastores, mal despiertos, saliendo van de las chozas. Vanse a las hierbas las vacas ya sus cuevas las leonas; agora descansan éstas, aquéllas pasan agora. Dejan los húmidos peces sus cavernas peñascosas; cortan el agua, buscando sustento, abiertas las bocas. Dejan los hombres sus lechos;

  • von Lope de Vega
    15,90 €

    FINEA: ¿Así rasgas el papel?BELISA: Cánsame el conde, Finea.FINEA: ¡Qué ingratitud! BELISA: Que lo sea me manda Amor. FINEA: Fuego en él, que pienso que no es tan vario en sus mudanzas el viento. BELISA: Navega mi pensamiento por otro rumbo contrario. Castigó mi voluntad el cielo.FINEA: No sé si diga que justamente castiga, señora, tu libertad. Tanto despreciar amantes, tanto desechar maridos, tanto hacer de los oídos arracadas de diamantes, claro está, que habían de dar [esa] ocasión al Amor para vengar tu rigor. BELISA: Bien se ha sabido vengar. FINEA: ¡Oh qué bien los has vengado con querer agora bien a quien, ni aun sabes a quién, ni él tampoco tu cuidado! Tus desdenes con razón agora diciendo están; "Qué se hizo del rey don Juan? Los infantes de Aragón, ¿qué se hicieron?

  • von Edgar Allan Poe
    15,90 €

    Cuando regresé hace algunos meses de los Estados Unidos, después de la extraordinaria serie de aventuras en los mares del Sur y otras partes, cuyo relato doy en las páginas siguientes, la casualidad me hizo conocer a varios caballeros de Richmond (Virginia), quienes, tomando un profundo interés en todo cuanto se relaciona con los parajes que había visitado, me apremiaban incesantemente a cumplir con lo que ya constituía en mí un deber ¿decían¿ de dar mi relato al público. Sin embargo, yo tenía varias razones para rehusarme: unas de naturaleza enteramente personal; las otras, es cierto, algo diferentes. Una de las consideraciones que particularmente me retraía era el hecho de que, no habiendo escrito un diario durante la mayor parte de mi ausencia, temía no poder redactar de memoria una relación lo bastante minuciosa, con suficiente ilación para obtener toda la fisonomía de la verdad ¿relato que sería, no obstante, la expresión real¿, no conllevando más que aquella natural, inevitable exageración, hacia la cual estamos todos inclinados cuando describimos acontecimientos cuya influencia ha ejercido su poder activo sobre las facultades de la imaginación. Otra de las razones era que los incidentes dignos de ser mencionados resultaban de una naturaleza tan maravillosa que no podía esperar que se me diera crédito, ya que mis afirmaciones no tenían más base que ellas mismas (salvo el testimonio de un solo individuo, y éste mitad indio), aparte mi familia y mis amigos, quienes en el curso de mi vida tuvieron ocasión de alabar mi veracidad; pero, según todas las probabilidades, el gran público tomaría mis asertos como impudentes e ingeniosas mentiras. Debo también manifestar que mi desconfianza en mi talento como escritor era una de las causas principales que me impedían ceder a las sugestiones de mis consejeros.

  • von Daniel Defoe
    9,99 - 15,90 €

  • von J. M. Barrie
    15,90 €

    Estoy mucho mejor sin el tabaco y hasta tengo dificultades para simpatizar con aquel que fui. Incluso evocarlo, tal y como era, y observarlo sin prejuicios resulta tarea difícil, puesto que tendemos a olvidar las viejas facetas a las que hemos dado la espalda del mismo modo que olvidamos una calle que ha sido reconstruida. ¿Tiembla el esclavo liberado siempre que escucha el restallar de un látigo? Me parece que no, ya que sólo recuerdo vagamente, y sin un agudo sufrimiento, los horrores de mis días de fumador. Había noches en las que me levantaba con un dolor en el corazón que me hacía contener la respiración. No osaba hacer más. Tras, quizás, unos diez minutos de estupor, podía enderezar mi posición una pulgada en cada movimiento. Con menos frecuencia, sentía ese pinchazo durante el día, y creía que iba a morir mientras mis amigos me hablaban. Jamás compartí dichas experiencias con nadie; a decir verdad, aunque entre mis amistades se contaba la de un hombre perteneciente a la comunidad médica, le mentía sibilinamente en las escasas ocasiones en que me interrogaba sobre la cantidad de tabaco que consumía a la semana. A menudo, durante la noche, no sólo me prometía con toda solemnidad dejar de fumar sino que hasta me preguntaba por qué me gustaba. A la mañana siguiente iba directo del desayuno a mi pipa, sin el menor remordimiento. Más tarde me di cuenta, mientras me decidía a acabar con el hábito, que mejor hubiera empleado aquel tiempo en intentar dormir. Disponía de elaborados métodos para engañarme a mí mismo, puesto que descubrir la cantidad de onzas de tabaco que fumaba a la semana se convirtió en algo un tanto tortuoso. Con frecuencia fumaba cigarrillos para reducir el número de puros.

  • von Benito Perez Galdos
    15,90 €

    El coche partía de la extremidad del barrio de Salamanca, para atravesar todo Madrid en dirección al de Pozas. Impulsado por el egoísta deseo de tomar asiento antes que las demás personas movidas de iguales intenciones, eché mano a la barra que sustenta la escalera de la imperial, puse el pie en la plataforma y subí; pero en el mismo instante ¡oh previsión! tropecé con otro viajero que por el opuesto lado entraba. Le miro y reconozco a mi amigo el Sr. D. Dionisio Cascajares de la Vallina, persona tan inofensiva como discreta, que tuvo en aquella crítica ocasión la bondad de saludarme con un sincero y entusiasta apretón de manos.Nuestro inesperado choque no había tenido consecuencias de consideración, si se exceptúa la abolladura parcial de cierto sombrero de paja puesto en la extremidad de una cabeza de mujer inglesa, que tras de mi amigo intentaba subir, y que sufrió sin duda por falta de agilidad, el rechazo de su bastón.Nos sentamos sin dar al percance exagerada importancia, y empezamos a charlar. El Sr. D. Dionisio Cascajares es un médico afamado, aunque no por la profundidad de sus conocimientos patológicos, y un hombre de bien, pues jamás se dijo de él que fuera inclinado a tomar lo ajeno, ni a matar a sus semejantes por otros medios que por los de su peligrosa y científica profesión. Bien puede asegurarse que la amenidad de su trato y el complaciente sistema de no dar a los enfermos otro tratamiento que el que ellos quieren, son causa de la confianza que inspira a multitud de familias de todas jerarquías, mayormente cuando también es fama que en su bondad sin límites presta servicios ajenos a la ciencia, aunque siempre de índole rigurosamente honesta.Nadie sabe como él sucesos interesantes que no pertenecen al dominio público, ni ninguno tiene en más estupendo grado la manía de preguntar, si bien este vicio de exagerada inquisitividad se compensa en él por la prontitud con que dice cuanto sabe, sin que los demás se tomen el trabajo de preguntárselo. Júzguese por esto si la compañía de tan hermoso ejemplar de la ligereza humana será solicitada por los curiosos y por los lenguaraces.

  • von Giovanni Verga
    9,99 €

    Turiddu Macca, el hijo de la "señá" Anuncia, al volver de servir al rey, pavoneábase todos los domingos en la plaza, con su uniforme de tirador y su gorro rojo, que parecía "talmente" el hombre de la buenaventura cuando saca la jaula de los canarios. A las mozas íbanseles tras él los ojos, según entraban en misa, recatadas bajo la mantilla, y los chiquillos revoloteaban como moscas a su alrededor. Había traído hasta una pipa con el rey a caballo, que parecía de verdad, y encendía los fósforos en la trasera de los pantalones, levantando la pierna como si diese un puntapié. Mas, con todo, Lola la del señor Angel no se dejaba ver ni en misa ni en el balcón: que se había tomado los dichos con uno de Licodia que era carretero, y tenía en la cuadra cuatro machos del Sortino. Cuando Turiddu lo supo, en el primer pronto, ¡santo diablo!, quería sacarle las tripas al de Licodia; pero no lo hizo, y se desahogó yendo a cantar bajo la ventana de la bella cuantas canciones de desdenes sabía.¿ ¿Es que no tiene nada que hacer Turiddu, el de la "seña" Anuncia ¿ decían los vecinos ¿, que se pasa las noches cantando como un gorrión solitario?Al cabo, topó con Lola, que volvía del viaje a la Virgen de los Peligros, y que al verle ni palideció ni se puso colorada, cual si nada hubiera pasado.¿ ¡Ojos que te ven!¿ le dijo.¿ Hola, compadre Turiddu; ya me habían dicho que habías vuelto a primeros de mes.¿ ¡A mí me han dicho otras cosas! ¿ respondió ¿. ¿Es verdad que te casas con el compadre Alfio el carretero?¿ ¡Si es la voluntad de Dios...! ¿ contestó Lola, juntando sobre la barbilla las dos puntas del pañuelo.¿ ¡La voluntad de Dios la haces con el tira y afloja que te conviene! ¡Y la voluntad de Dios ha sido que yo tenía que venir de tan lejos para encontrarme con tan buenas noticias, Lola!El pobrecillo intentaba aún dárselas de valiente; pero la voz casi le faltaba e iba tras de la moza contoneándose, bailándole de hombro a hombro la borla del gorro. A ella, en conciencia, le dolía verle con una cara tan larga; pero no tenía ánimos para lisonjearle con buenas palabras.

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    AMÓN: Quitadme aquestas espuelas y descalzadme estas botas. ELIAZER: Ya de ver murallas rotas, por cuyas escalas vuelas, debes de venir cansado. AMÓN: Es mí padre pertinaz; ni viejo admite la paz, ni mozo quita del lado el acero que desciño. JONADAB: De eso, señor, no te espantes quien descabezó gigantes y comenzó a vencer niño, si es otra naturaleza la poderosa costumbre, viejo, tendrá pesadumbre con la paz. ELIAZER: A la grandeza del reino que le corona por sus hazañas subió. AMÓN: No soy tan soldado yo cual de él la fama pregona. De los amonitas cerque David su idólatra corte; máquinas la industria corte con que a sus muros se acerque; que si en eso se halla bien porque sus reinos mejora, más quiero, Eliazer, una hora de nuestra Jerusalén, que cuantas victorias dan a su nombre eterna fama.

  • von Francisco de Quevedo
    9,99 €

    Mujeres dieron a Roma los reyes y los quitaron. Diolos Silvia, virgen, deshonesta; quitolos Lucrecia, mujer casada y casta. Diolos un delito; quitolos una virtud. El primero fue Rómulo; el postrero, Tarquino. A este sexo ha debido siempre el mundo la pérdida y la restauración, las quejas y el agradecimiento. Es la mujer compañía forzosa que se ha de guardar con recato, se ha de gozar con amor y se ha de comunicar con sospecha. Si las tratan bien, algunas son malas. Si las tratan mal, muchas son peores. Aquél es avisado, que usa de sus caricias y no se fía dellas. Más pueden con algunos reyes, que con los otros hombres, porque pueden más que los otros hombres los reyes. Los hombres pueden ser traidores a los reyes, las mujeres hacen que los reyes sean traidores a sí mismos, y justifican contra sus vidas las traiciones. Cláusula es ésta que tiene tantos testigos como letores He referido primero la descendencia de Marco Bruto que los padres, porque en el nombre y en el hecho más pareció parto desta memoria que de aquel vientre. Tenía Bruto estatua; mas la estatua no tenía Bruto, hasta que fue simulacro duplicado de Marco y de Junio. No pusieron los romanos aquel bulto en el Capitolio tanto para imagen de Junio como para consejo de bronce de Marco Bruto. Fuera ociosa idolatría si sólo acordara de lo que hizo el muerto y no amonestara lo que debía hacer al vivo. Dichosa fue esta estatua, merecida del uno y obedecida del otro. No le faltó estatua a Marco Bruto, que en Milán se la erigieron de bronce; y pasando César Octaviano por aquella ciudad, y viéndola, dijo a los magistrados:-Vosotros no me sois leales, pues honráis a mi enemigo en mi presencia.Ellos, turbados por no entenderle, dijeron que dijese quién era su enemigo. Señaló César la estatua de Marco Bruto. Afligiéronse todos, y César, riendo, alabó a los insubres, porque aun después de la adversidad honraban los amigos; y mandó no quitasen la estatua de su lugar, dando a entender generosamente que vivía de manera que tampoco le aborreció vivo.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    JOSEFO: Después de besar tus pies, que en el humano teatro siempre, invencible Antipatro, pisando coronas ves; porque a la Fortuna des las gracias de tu grandeza y porque estimes la alteza de tus inmortales glorias, en premio de tus vitorias te da el Amor su belleza. Contra su rueda voltaria has triunfado de Idumea, conquistado a Galilea y sujetado a Samaria; y porque con dicha varia la vejez que se te atreve al templo tus triunfos lleve del tiempo inmortal tesoro, hijos te dio en siglos de oro restauración de tu nieve. Dióte al príncipe Faselo, fénix nuevo en quien se ve tu imagen, y a Salomé, bella exhalación del cielo; dióte a Herodes, que en el suelo, mientras a Alejandro imita, para que con él compita, y el mundo admire su fama, en vez de Alejandro llama a Herodes Ascalonita. Filipo al nacerle un hijo asombro de Babilonia y blasón de Macedonia, que era venturoso dijo, no tanto porque predijo en él su gloria real, cuanto porque en tiempo tal Aristóteles vivía, porque a su filosofía su valor hiciese igual. Pero tú con más certeza decirlo puedes mejor, pues cría a un tiempo el Amor, si hijos tú, Judá belleza; que si la naturaleza hace con ellos seguras de Dios en vivas figuras imágines naturales, suerte es que para hijos tales te dé tales hermosuras.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    VICENTE: Llama, Luzón, a mi hermana. LUZÓN: Según venimos de tarde, pues ya asoma la mañana, cansada de que te aguarde la doncella a la ventana, o el esclavo a la escalera, se habrán echado a dormir. VICENTE: Jugué y perdí. Esta primera nos tiene de consumir bolsa y vida. Sales fuera de casa al anochecer, mudándote hasta las cintas, y, como estás sin mujer, ya a la polla, ya a las pintas, damos los dos en perder, yo, paciencia, y tú, dinero. Volvémonos a cenar cuando sale el jornalero, segunda vez, a almorzar. Llamando al alba el lucero, aguárdate mi señora, que, en fe de lo que te ama, sin ti lo que es sueño ignora, dando treguas a la cama y nieve a la cantimplora. Entras con llave maestra, cenas a las dos o tres, duermes hasta que el sol muestra el cahiz al reloj que es tasa de la vida nuestra. Si la campana te avisa de nuestra iglesia mayor, cuando es fiesta, oyes de prisa a un clérigo cazador, que dice en guarismo misa. Hincas encima del guante una rodilla, y sobre él más que rezador, mirante, volatines de un coredel pasan cuentas cada instante; que, de oraciones vacías como cuentas las llamaron la dan, por no estar baldías más de las damas que entraron, que de las Ave-Marías. Oyes a don Juan mentiras; mientras alza el sacerdote, a doña Brígida miras; si te dio cara, picóte; si no te la dio, suspiras; y apenas la bendición con el Ite, missa est da fin a la devoción, cuando salís dos o tres, y, en buena conversación el portazgo o alcabala cobrando de cada una, la murmuración señala si es doña Inés importuna, si doña Clara regala, si se afeita doña Elena, si ésta sale bien vestida, si estotra es blanca o morena. ¡Mira tú si es esta vida para un Flos Sanctorum buena!

  • von Juan Ruiz de Alarcon
    15,90 €

    BELTRÁN: Con bien vengas, hijo mío. GARCÍA: Dame la mano, señor. BELTRÁN: ¿Cómo vives? GARCÍA: El calor del ardiente y seco estío me ha afligido de tal suerte que no pudiera llevallo, señor, a no mitigallo con la esperanza de verte. BELTRÁN: Entra, pues, a descansar. Dios te guarde. ¡Qué hombre vienes! ¡Tristán! TRISTÁN: ¿Señor? BELTRÁN: Dueño tienes nuevo ya de quien cuidar. Sirve desde hoy a García;que tú eres diestro en la corte y él bisoño.TRISTÁN: En lo que importa, yo le serviré de guía. BELTRÁN: No es crïado el que te doy; mas consejero y amigo. GARCÍA: Tendrá ese lugar conmigo. TRISTÁN: Vuestro humilde esclavo soy.

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    ORDOÑO: ¿Conde? LISUARDO: ¡Señor! ORDOÑO: Escuchad. La memoria de los reyes hace asegurar las leyes del temor y la lealtad, con el premio y el castigo que son los polos por donde suelen navegarse, conde, estos dos mares que digo. Porque la difinición de la justicia es igual medida que cada cual con la pena o galardón da lo que le toca. Yo estoy de vos obligado, y vos no tan bien pagado como el valor mereció de vuestra heroica persona, puesto que para pagallo es poco con tal vasallo partir, conde, la corona, y por ver si corresponde la paga al valor igual, quiero hacer un memorial de vuestros servicios, conde. Cuando el moro de Navarra, en ofensa de León quiso hacer ostentación de su persona bizarra, saliendo yo con la mía del marte alarbe navarro, al paso, vos tan bizarro anduvistes aquel día que nos dimos la batalla, que cuerpo a cuerpe le distes muerte y en fuga pusistes toda la alarbe canalla; y tanta africana luna metistes de esta ocasión arrastrando por León, que envidié vuestra fortuna más que la de haber nacido rey, en fin, porque es mayor imperio el que da el valor que el que en la tierra han tenido los príncipes que nacieron con la dicha de heredallo; que a tan valiente vasallo reyes llegar no pudieron. Cuando sobre el feudo entró Garci Fernández, el conde de Castilla, hasta adonde el Esla los pies bañó a sus soberbios caballos, sobre la puente del río no mostró el romano brío de Horacio para estorballos el paso más valentía que vos, pues a voces dijo que erais rayo, que erais hijo del sol, Castilla, aquel día. Cuando el moro cordobés las cien doncellas pidió que Mauregato le dio, rey infame, vil leonés, y le obligó mi respuesta a que pusiese en campaña de la morisma de España cuanta gente al arco apresta, adarga embraza y empuña, lanza jineta aprestando otro berberisco bando por la gallega Coruña haciendo empeñar el suelo y que el África se asombre, ¿no levantastes el nombre de Ordoño segundo al cielo? Si estos los servicios son del conde don Lisuardo, y hacerle merced aguardo, una Infanta de León, legítima hermana mía, sola los basta a pagar, y hoy la mano os he de dar; de más de que merecía vuestra sangre este favor, que no será la primera que honrar vuestra casa espera.

  • von Edith Wharton
    15,90 €

    Kate Clephane despertó, como de costumbre, cuando un rayo del sol de la costa Azul cayó en diagonal sobre su cama. Eso era lo que más le gustaba de la habitación estrecha y deslucida del hotel de tercera categoría, el hotel de Minorque et de l¿Univers: que por la ventana se filtrase el sol de la mañana y que además no lo hiciese demasiado temprano. Los amaneceres se habían acabado para Kate Clephane. Estaban ligados a demasiados placeres perdidos: al regreso a casa de fiestas en las que había bailado hasta caer rendida, o de cenas en las que se había demorado, contando las ganancias obtenidas (era maravilloso en los viejos tiempos la frecuencia con la que había ganado, o sus amigos lo habían hecho por ella, tras apostar un luis solo por diversión, y había terminado con las manos a rebosar de billetes de mil francos); estaban ligados, asimismo, a aquellas subidas por la pendiente a través de la penumbra gris cada vez más clara del jardín, cuando los asaltaba la fragancia de los arbustos y se enredaban en las insidiosas espinas, hasta llegar a lo alto, a la villa encaramada en la roca recalentada y después en la puerta, a la sombra del Laurustinus con olor a miel, aquel beso inesperado (de verdad que sí, inesperado, porque hacía tiempo que lo acordado era ser «solo amigos») y el intento de zafarse del brazo insistente, y la nueva presión sobre sus labios de otros lo bastante jóvenes para conservar la frescura tras una noche de beber y de jugar y de seguir bebiendo. Nunca había permitido que Chris entrase con ella a esas horas, no, ni una sola vez, aunque en aquel momento no estuviese en la casa nadie más que Julie, la cocinera, y Dios sabía que no era por falta de¿ Pero siempre había tenido su orgullo: y eso era algo que la gente debería tener presente antes de decir ciertas cosas de ellä

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    IRENE: Cesen, griegos, las trompetas; cesen las cajas también; haced los pífanos rajes y los clarines romped; abatid los estandartes y no los enarboléis, que el placer de mis victorias ya es pesar y no placer. ¡Ay, Constantinopla ingrata, patria a tus hijos crüel! ¿Éste es mi recibimiento? ¿Éste el triunfo imperial es? ¿Así mis hazañas pagas, cuando entrar en ti pensé sobre el victorioso carro entre el bélico tropel? ¿Cuando entendí que el senado, debajo el palio y dosel me llevara a Santa Sofia yo a caballo y él a pie, y adornando tus paredes de damasco y brocatel, tus calles, de flores llenas, fueran calles de un vergel? ¿Agora, cuando aguardaba recibir el parabién de tantos reinos ganados, tantos cetros a mis pies; ahora, senado ingrato; ahora, griego sin ley, el imperio me quitáis porque mi hijo goce de él? Yo le quiero coronar, pues vosotros lo queréis, descubra su excelso trono el imperial sumiller, y ruego al cielo que os rija, vasallos griegos, tan bien, que defienda vuestro imperio sin que me hayáis menester.

  • von Tirso de Molina
    9,99 - 15,90 €

  • von Lope de Vega
    9,99 €

    Cuando perdiera en Oriente lo que tiene conquistado más mi dicha que mi gente, y ese hermoso rostro viera, me olvidara y suspendiera; que el cielo en vos vengo a ver, y dejáraislo de ser cuando pena en vos hubiera. No es mi poder infinito, ni soy Gran Señor llamado por serlo de un gran distrito, desde el alemán helado hasta el abrasado Egipto; no porque la Natolía, la Tracia, Armenia y Suría, monte Tauro y mar Hircano está sujeto a mi mano, y desde el Arabia a Hungría; no porque el Tigris pasé, y a Mesopotamia vi, y el Tanais ensangrenté, la gran Rodas destruí, la firme Malta apreté; no porque al Danubio frío ha llegado el poder mío, y hasta la indiana Bengala, ni porque a Sijeto iguala la desventura de Sío; no porque conozcas ya cuántos mi persona adoren, que sobre la luna está, ni que mi favor imploren como si fuese el de Alá; no porque provincias varias me den, aunque en ley contrarias, sedas, aves y caballos; no porque tantos vasallos me rindan tributo y parias; no por perlas, plata y oro y palacios de valor llenos de tanto tesoro; sino porque soy señor de esta hermosura que adoro. como dicen los cristianos, en belleza un serafín, con más dones soberanos que hojas tiene este jardín? Si toda la perfección que la parte celestial puede dar por infusión a una criatura mortal tuviera mi discreción, y vos fuérades un hombre, porque mi amor os asombre, procedido humildemente, y tan pobre entre la gente que no tuviérades nombre, y otro, cual vos sois ahora, de sus reinos me quisiera para universal señora, a ese talle me rindiera, que es lo que mi alma adora. ¿Cómo en el baño os ha ido?

  • von William Shakespeare
    9,99 €

    CAPITÁN ¡Contramaestre! CONTRAMAESTRE ¡Aquí, capitán! ¿Todo bien? CAPITÁN ¡Amigo, llama a la marinería! ¡Date prisa o encallamos! ¡Corre, corre! [Sale. Entran los MARINEROS.] CONTRAMAESTRE¡Ánimo, muchachos! ¡Vamos, valor, ¡Arriad la gavia! ¡Y atentos al silbato del mar abierta, reventad soplando!muchachos! ¡Deprisa, deprisa! capitán! - ¡Vientos, mientras haya[Entran ALONSO, SEBASTIÁN, ANTONIO, FERNANDO, GONZALO y otros.]ALONSO Con cuidado, amigo. ¿Dónde está el capitán? - [A los MARINEROS] ¡Portaos como hombres! CONTRAMAESTRE Os lo ruego, quedaos abajo. ANTONIO Contramaestre, ¿y el capitán? CONTRAMAESTRE ¿No le oís? Estáis estorbando. Volved al camarote. Ayudáis a la tormenta. GONZALOCálmate, amigo. CONTRAMAESTRECuando se calme la mar. ¡Fuera! ¿Qué le importa el título de rey al fiero oleaje? ¡Al camarote, silencio! ¡No molestéis!GONZALO Amigo, recuerda a quién llevas a bordo.

  • von Virginia Woolf
    15,90 €

    La señora Dalloway dijo que ella misma compraría las flores.Porque Lucy ya le había hecho todo el trabajo. Las puertas serían sacadas de sus goznes; los hombres de Rumpelmayer iban a venir. Y entonces, pensó Clarissa Dalloway, ¡qué mañana! ¿fresca como si fuesen a repartirla a unos niños en la playa. ¡Qué deleite! ¡Qué zambullida! Porque eso era lo que siempre había sentido cuando, con un leve chirrido de goznes, que todavía ahora seguía oyendo, había abierto de golpe las puertaventanas y se había zambullido en el aire libre de Bourton. Qué fresco, qué tranquilo, más que ahora desde luego, estaba el aire en las primeras horas de la mañana; como el aleteo de una ola, el beso de una ola, frío y cortante y sin embargo (para los dieciocho años que tenía entonces), solemne, sintiendo, como sentía allí de pie en la ventana abierta, que algo terrible estaba a punto de suceder; mientras miraba las flores, los árboles, el humo escapando entre su fronda, y a los grajos volando arriba y abajo; de pie y mirando hasta que Peter Walsh dijo: «¿Mirando a las musarañas?» ¿¿eso dijo?¿. «Prefiero a los hombres antes que las musarañas» ¿¿eso dijo? Debió decirlo en el desayuno cuando ella había salido a la terraza. Peter Walsh. Volvería de la India un día de éstos, en junio o julio, había olvidado cuándo, pues sus cartas eran terriblemente pesadas; eran sus dichos lo que una recordaba; sus ojos, su cortaplumas, su sonrisa, su mal genio y, una vez que miles de cosas se habían disipado completamente ¿¡qué cosa tan extraña!¿ unos cuantos dichos como éste, sobre las musarañas. Se irguió un poco sobre el bordillo esperando que pasara el camión de Durtnall. Una mujer encantadora, pensó Scrope Purvis (que la conocía como uno conoce a los vecinos de Westminster); tenía el no sé qué de un pajarillo, del arrendajo, verde azulado, ligera, vivaracha, aunque tenía cincuenta años cumplidos, y muy pálida desde su enfermedad. Ahí estaba ella encaramada, sin verlo, esperando a cruzar, bien erguida.

  • von Edith Wharton
    9,99 €

    En el viejo Nueva York de 1850 despuntaban unas cuantas familias cuyas vidas transcurrían en plácida opulencia. Los Ralston eran una de ellas. Los enérgicos británicos y los rubicundos y robustos holandeses se habían mezclado entre ellos dando lugar a una sociedad próspera, cauta y, pese a ello, boyante. Hacer las cosas a lo grande había sido la máxima de aquel mundo tan previsor, erigido sobre la fortuna de banqueros, comerciantes de Indias, constructores y navieros. Aquellas gentes parsimoniosas y bien nutridas, a quienes los europeos tildaban de irritables y dispépticas solo porque los caprichos del clima les habían exonerado de carnes superfluas y afilado los nervios, vivían en una apacible molicie cuya superficie jamás se veía alterada por los sórdidos dramas que eventualmente se escenificaban entre las clases inferiores. Por aquellos días, las almas sensibles eran como teclados mudos sobre los cuales tocaba el destino una melodía inaudible. Los Ralston y sus ramificaciones ocupaban una de las áreas más extensas dentro de aquella sociedad compacta de barrios sólidamente construidos. Los Ralston pertenecían a la clase media de origen inglés. No habían llegado a las colonias para morir por un credo, sino para vivir de una cuenta bancaria. El resultado había superado sus expectativas y su religión se había teñido de éxito. El espíritu de compromiso que había encumbrado a los Ralston encajaba a la perfección con una Iglesia de Inglaterra edulcorada que, bajo la conciliadora designación de Iglesia Episcopal de los Estados Unidos de América, suprimía las alusiones impúdicas de las ceremonias nupciales, omitía los pasajes conminatorios del Credo atanasiano y entendía más decoroso rezar el padrenuestro dirigiéndose al Padre mediante el arcaizante pronombre «vos». Extensivo a todo el clan era el rechazo sistemático a las religiones incipientes y a la gente sin referencias. Institucionales hasta la médula, constituían el elemento conservador que sustenta a las sociedades emergentes como la flora marina sustenta la orilla del mar.

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