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Bücher der Reihe Littérature d'Espagne du Siècle d'or à aujourd'hui

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  • von Jose De Valdivielso
    9,99 €

    DESENGAÑO Siempre fue muy pesado el Desengaño. Soy por eso aborrecido; como David, desterrado; como José, empozado, como Jacob, perseguido. El Engaño lo trazó, que, al lado de la Serrana, me desnudó una mañana, y mis ropas se vistió. Echó un candado a mi boca, y encerróme atado y mudo, adonde pobre y desnudo me aborreció aquesa loca. Él, con la santa apariencia del vestido que profana, roba con esa Serrana a los que van a Plasencia. Pero allá me volveré, patria, en fin, donde nací; que, aunque ves que estoy así, bien recibido seré; que tengo deudos en corte que son muy a par de Deos, y si logro mis deseos, tú verás cuanto te importe.RAZÓN Desengaño, pues que ides a Plasencia, esa ciudad, casa de placer de Dios y clara visión de paz, por el ofendido Esposo, en llegando, preguntad; decidle que la Razón se le envía a encomendar; decidle que la Serrana tan mala vida me da, que los ojos a Plasencia aún no me consiente alzar; que la hago siempre recuerdo de su bien y de su mal, de lo que puede perder, de lo que puede ganar; de lo que la persüado, si bien es con voluntad, es siempre puesto en razón; pero no püedo más. Que la aconsejo que llore, pues es justo, su maldad, y que le pida perdón, pues sé que se la dará; que la ruego que a él se vuelva, que deseándola está, y que airada me aborrece y me ofende pertinaz Decidle, si no me cree, que baje a verme, y verá a lo que sabe el azote, el padecer y el llorar; que como está con su padre, que cuanto quiere le da no sabe qué es mala vida; que se humane y lo sabrá; que, pues es tan poderoso, hable a la Santa Hermandad para que sus cuadrilleros prendan esta desleal, que, inducida del Engaño, tras sus antojos se va, donde buscando el Placer, encuentra con el Pesar, que si los quiere coger, que yo le daré lugar, aunque medio ciega estoy en tamaña oscuridad.

  • von John Galsworthy
    19,90 €

    Soames Forsyte salió del hotel Knightsbridge, donde estaba parando, la tarde del 12 de mayo de 1920, con la intención de visitar una colección de cuadros que se exponía en una sala de la calle Cook. Desde la guerra, nunca tomaba un coche de alquiler si podía evitarlo. Los conductores eran, a su juicio, una pandilla de sujetos inciviles, que sólo se recivilizaban ahora que las restricciones desaparecían y la oferta volvía ya a exceder a la demanda, cosa que sucede forzosamente a los humanos. Sin embargo, no los había perdonado, identificándolos, como a todos los miembros de su clase, con la revolución. La ansiedad considerable que había pasado durante la guerra, y la mayor aún que estaba pasando desde el establecimiento de la paz, habían producido consecuencias psicológicas en una naturaleza que era tenaz. Había experimentado mentalmente tantas veces la ruina, que había dejado de creer en su probabilidad material. Pagando cuatro mil de impuestos al año, no se podía estar ya peor. Una fortuna de un cuarto de millón, sin más que mujer y una hija que sostener y en formas muy diversas invertidas, proporcionaba una considerable garantía contra aquella tontería que algunos propugnaban de la incautación de capitales. En cuanto a la confiscación de los beneficios de guerra, estaba por completo en pro de ella, pues él no había hecho ninguno. El precio de los cuadros, de haber cambiado, había sido para subir, y él había comprado muchos durante la guerra. Los ataques aéreos también habían ejercido influencia sobre un espíritu por naturaleza cauto y habían endurecido su carácter. El peligro de ser destrozado y dispersado inclina a las personas a tener menos miedo a los pequeños destrozos y dispersiones de los impuestos y tasas, mientras que la costumbre de maldecir a los alemanes le había llevado a la costumbre de maldecir a los laboristas, si no abiertamente, al menos en el fondo de su alma.

  • von Jack London
    15,90 €

    ¿Iván, te prohíbo que sigas adelante con esta empresa. Ni una palabra de esto o estamos perdidos. Si se enteran los americanos o los ingleses de que tenemos oro en estas montañas, nos arruinarán. Nos invadirán a miles y nos acorralarán contra la pared hasta la muerte. Así hablaba el viejo gobernador ruso de Sitka, Baranov, en 1804 a uno de sus cazadores eslavos que acababa de sacar de su bolsillo un puñado de pepitas de oro. Baranov, comerciante de pieles y autócrata, comprendía demasiado bien y temía la llegada de los recios e indomables buscadores de oro de estirpe anglosajona. Por tanto, se calló la noticia, igual que los gobernadores que le sucedieron, de manera que cuando los Estados Unidos compraron Alaska en 1867, la compraron por sus pieles y pescado, sin pensar en los tesoros que ocultaba. Sin embargo, en cuanto Alaska se convirtió en tierra americana, miles de nuestros aventureros partieron hacia el norte. Fueron los hombres de los «días dorados», los hombres de California, Fraser, Cassiar y Cariboo. Con la misteriosa e infinita fe de los buscadores de oro, creían que la veta de oro que corría a través de América desde el cabo de Hornos hasta California no terminaba en la Columbia Británica. Estaban convencidos de que se prolongaba más al norte, y el grito era de «más al norte». No perdieron el tiempo y, a principios de los setenta, dejando Treadwell y la bahía de Silver Bow, para que la descubrieran los que llegaron después, se precipitaron hacia la desconocida blancura. Avanzaban con dificultad hacia el norte, siempre hacia el norte, hasta que sus picos resonaron en las playas heladas del océano Ártico y temblaron al lado de las hogueras de Nome, hechas en la arena con madera de deriva.

  • von Edith Wharton
    9,99 €

    «El profesor Joslin, quien, como nuestros lectores bien saben, acomete la tarea de escribir la biografía de la señora Aubyn, nos pide que expongamos que contraerá una deuda impagable con cualquier amigo de la famosa novelista que pueda proporcionarle información acerca del periodo anterior a su llegada a Inglaterra. La señora Aubyn tenía tan pocos amigos íntimos y, en consecuencia, tan pocos corresponsales que, en el supuesto de que existieran cartas, éstas tendrían un valor muy especial. La dirección del profesor Joslin es: 10, Augusta Gardens, Kensington. Asimismo, nos ruega que digamos que devolverá con prontitud cualquier documento que se le confíe». Glennard soltó el Spectator y se volvió hacia la chimenea. El club se estaba llenando, pero aún tenía para sí la salita interior y sus ensombrecidas vistas al lluvioso paisaje de la Quinta Avenida. Todo era bastante gris y deprimente, aunque sólo hacía un instante que su aburrimiento se había visto inesperadamente teñido por cierto renco al pensar que, tal como iban las cosas, puede que incluso tuviera que renunciar al despreciable privilegio de aburrirse entre esas cuatro paredes. No era tanto que el club le importara mucho como que la remota posibilidad de tener que renunciar a él representaba, en aquellos momentos, quizá por su insignificancia y lejanía, el emblema de sus crecientes abnegaciones, de los continuos recortes que iban reduciendo gradualmente su existencia al mero hecho de mantenerse vivo. Dado que resultaban inútiles, tales cambios y privaciones no los podía considerar beneficiosos, y tenía la sensación de que, aunque se deshiciera de inmediato de lo superfluo, eso no implicaba que su despejado horizonte le ofreciera una visión más nítida del único paisaje que merecía su atención. Y es que renunciar a algo para casarse con la mujer amada es más difícil cuando llegamos a dicha conclusión por la fuerza.

  • von Karl Robert Eduard von Hartmann
    9,99 €

    Quizá no haya existido época más irreligiosa que la nuestra, y no obstante, difícilmente se hallará otra a la cual hayan agitado más las cuestiones religiosas. Acabamos de salir de un período en que la indiferencia se aliaba a una adhesión rutinaria a la costumbre, en que el terror religioso no quería percibir incompatibilidad entre las formas religiosas tradicionales y el espíritu de los tiempos modernos. Nuestros padres eran en realidad bastante conservadores para ver en la práctica del culto una cosa conveniente, y suficiente ilustrados para reírse del que les hubiese dicho que llegaría un día en que las cuestiones religiosas recobrasen su imperio sobre el pueblo, le inflamasen y le extraviasen todavía; mas en esta conducta de dos caras, no veían ninguna contradicción.Al mismo tiempo la crítica teológica, histórica y filosófica proseguía su obra sin darse punto de reposo (basta tener presente a Schopenhauer, Strauss y Feuerbach), y el espíritu moderno se desenvolvía con un vuelo que casi pudiéramos decir arrebatado; estas dos potencias coaligadas arraigaban cada vez más la convicción de que en los puntos más esenciales, las formas religiosas de la tradición se compadecían muy mal con la idea que nosotros nos formamos del conjunto de las cosas. Por otra parte, dos hechos demostraban el error que había cometido el indiferentismo ilustrado al imaginar, ora que la religión ha perdido su poder sobre el pueblo, ora que éste puede vivir sin ella. Por un lado la Iglesia católica se levantaba con una vitalidad que inspiraba temor y espanto, demostrando la fuerza que aún tiene para fanatizar a las masas cuando persigue este objeto con energía y constancia; por el otro y como diametral oposición a esto, la vergonzosa brutalidad alardeada por la democracia social al saludar con júbilo los horrores de la commune parisien, señalaba hasta qué punto de depravación desciende el pueblo cuando ha perdido con la religión, la sola forma bajo la que le puede ser accesible el idealismo.

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    Será la viuda Reina esposa mía, y dárame Castilla su corona o España volverá a llorar el día que al conde Don Julián traidor pregona. ¿Con quién puede casar Doña María, si de valor y hazañas se aficiona, como conmigo, sin hacerme agravio? Enrique soy, mi hermano Alfonso el Sabio. La Reina y la corona pertenece a Don Juan, de Don Sancho el Bravo hermano. Mientras el niño rey Fernando crece, yo he de regir el cetro castellano. Pruebe, si algún traidor se desvanece, a quitarme la espada de la mano; que mientras gobernare su cuchilla sólo Don Juan gobernará a Castilla. Está vivo Don Diego López de Haro, que vuestras pretensiones tendrá a raya, y dando al tierno Rey seguro amparo, casará con su madre, y cuando vaya algún traidor contra el derecho claro que defiendo, señor soy de Vizcaya. Minas son las entrañas de sus cerros, que hierro dan con que castigue yerros. ¿Qué es esto, Infante? ¿Vos osáis conmigo oponeros al reino? ¿Y vos, Don Diego, conmigo competís, y sois mi amigo? Yo de mi parte la justicia alego. De mi lealtad a España haré testigo.

  • von Lope de Vega
    15,90 €

    ALEJANDRO: ¡Hermosa ciudad Florencia! CARLOS: Después que eres su señor, tiene Florencia valor, y hace a Roma competencia. ALEJANDRO: Como de día no puedo verla por mi autoridad, o porque a la gravedad de mis cosas tengo miedo, de noche con mejor modo veo cosas que ha de ver un príncipe, que ha de ser un Argos que vele en todo, que éstas, por ser tan pequeñas, no llegan a mis oídos. OTAVIO: Con hechos esclarecidos al común gobierno enseñas: República venturosa la que tal entendimiento ha puesto en orden. ALEJANDRO: Mi intento no aspira a historia famosa, sino sólo engrandecer la patria. CARLOS: Gente atraviesa a alguna amorosa empresa: un hombre y una mujer.

  • von Benito Perez Galdos
    15,90 €

    Venid acá otra vez, fieles parroquianos de estas páginas, y escuchad la voz de aquel buen Tito, entrometido indagador de cosas y personas, familiar diablillo que os entretuvo con la vaga historia del Rey saboyano; venid acá otra vez, y os contará cómo saltó España del trono mayestático al tablado de la República, las fatigas, desazones y horribles discordias que afligieron a esta Patria nuestra, tan animosa como incauta, y por fin, el traqueteo nervioso y epiléptico que la precipitó a su desdichada caída. Reconocedme, soy el mismo: chiquitín, travieso, enamorado, con tendencias a exagerar estas cualidades o defectos, si es que lo son. Mi estatura parece que tiende a empequeñecerse más cada día; la agilidad de mi espíritu y de mis movimientos toca ya en lo ratonil, y en cuanto a mis inclinaciones y aptitudes donjuanescas, debo decir que vivo en constante combustión amorosa. Ansío penetrar con vosotros en la selva histórica que nos ofrecen los adalides republicanos en once meses del año 1873, año de sarampión agudísimo del que salimos por la intensa vitalidad de esta vejancona robusta que llamamos España. La historia de aquel año es, como he dicho, selva o manigua tan enmarañada que es difícil abrir caminos en su densa vegetación. Es en parte luminosa, en parte siniestra y obscura, entretejida de malezas con las cuales lucha difícilmente el hacha del leñador. En lo alto, bandadas de cotorras y otras aves parleras aturden con su charla retórica; abajo, alimañas saltonas o reptantes, antropoides que suben y bajan por las ramas hostigándose unos a otros, sin que ninguno logre someter a los demás; millonadas de espléndidas mariposas, millonadas de zánganos zumbantes y molestos; rayos de sol que iluminan la fronda espesa, negros vapores que la sumergen en temerosa penumbra.

  • von Honore de Balzac
    19,90 €

  • von Lope de Vega
    15,90 €

    FABIO: Téngale Dios en el cielo, que, juzgando por sus obras, mejor padre, muerto, cobras que le perdiste en el suelo; tales fueron sus costumbres, que pienso que, desde aquí, le puedes ver como allí se ven las celestes lumbres.FULGENCIO: En mi vida supe yo dar un pésame, Tancredo.TANCREDO: No me dio cosa más miedo, ni más vergüenza me dio. ¿Cómo diré que, en rigor, de consuelo le aproveche, "¿Vuesa merced le deseche por otro padre mejor?"FULGENCIO: Eso fuera desatino; óyeme e imita luego.TANCREDO: ¿En fin, vas?FULGENCIO: Temblando llego. Como el gran padre divino lo es de todos inmortal, consuelo podéis tener, que os ha de favorecer, Feliciano, en tanto mal; su falta se recupera con poneros en su mano.

  • von Emilia Pardo Bazán
    15,90 €

    Rendido ya de lo mucho que se prolongara la consulta aquella tarde tan gris y melancólica del mes de marzo, el Doctor Moragas se echó atrás en el sillón; suspiró arqueando el pecho; se atusó el cabello blanco y rizoso, y tendió involuntariamente la mano hacia el último número de la Revue de Psychiatrie, intonso aún, puesto sobre la mesa al lado de cartas sin abrir y periódicos fajados. Mas antes de que deslizase la plegadera de marfil entre las hojas del primer pliego, abriose con estrépito la puerta frontera a la mesa escritorio, y saltando, rebosando risa, batiendo palmas, entró una criatura de tres a cuatro años, que no paró en su vertiginosa carrera hasta abrazarse a una pierna del Doctor.-¡Nené! -exclamó él alzándola en vilo-. ¡Si aún no son las dos! A ver cómo se larga usted de aquí. ¿Quién la manda venir mientras está uno ocupado?Reía a más y mejor la chiquilla. Su cara era un poema de júbilo. Sus ojuelos, guiñados con picardía deliciosa, negros y vivos, contrastaban con la finura un tanto clorótica de la tez. Entre sus labios puros asomaba la lengüecilla color de rosa. El rubio y laso cabello le tapaba la frente y se esparcía como una madeja de seda cruda por los hombros. Al levantarla el Doctor, ella pugnó por mesarle las barbas o el pelo, provocando el regaño cómico que siempre resultaba de atentados por el estilo.

  • von Cirilo Villaverde
    9,99 €

    No se figure el lector por el título que hemos dado a esta historia, que vamos a introducirlo en uno de aquellos talleres de peinetería, tan numerosos aquí, en tiempos que la peineta era el primer adorno de la cabeza de nuestras damas y en que la concha de carey constituía uno de nuestros pocos ramos de industria. Muy lejos de eso, queremos que el amigo lector nos acompañe a uno de los barrios más silenciosos y tristes de esta ciudad, donde no se oyera ni se ha oído nunca el martillar del platero, ni el golpear del zapatero, ni el crujir de las telas entre las cortantes tijeras del mercader.Así como las ciudades marítimas en contacto con otras ciudades extranjeras no son las más convenientes para estudiar las costumbres e índole de los pueblos, del mismo modo los lugares públicos, no son los más a propósito para comprender la vida íntima de una sociedad. Toda población es un gran teatro: los mercados, los tribunales, las plazas, los paseos, los salones filarmónicos, todos los sitios, en fin, donde el hombre se ostenta como verdugo, como víctima, o como espectador, no son otra cosa que el proscenio -muy diferente es en verdad la escena, el papel que representa en la trastienda, en el gabinete, o en chiribitil-: porque al hombre particular sucede lo contrario que al verdadero actor de una comedia o un drama. Éste, aun cuando ante el público se desnudara del traje con que se había disfrazado, quedaba siempre actor. Pero el hombre no. En la escena del mundo, su disfraz no consiste precisamente en los vestidos más o menos costosos que viste, sino en la expresión que por conveniencia, o por hábito o índole, da a su fisonomía, y con la que se presenta a tejer la tela de la vida.

  • von Ramón de la Cruz
    9,99 €

    «Vale una seguidilla de las manchegas por veinticinco pares de las boleras. Mal fuego queme la moda que hasta en eso también se mete».¡Oh vísperas celebradas de San Juan y de San Pedro! Todos cantan tales noches; sólo suspira Moreno.(Canta la SASTRA al aire de jota o tirana. Ínterin canta, sale el ALGUACIL, de golilla, y se entra en el número 5.)«Dijo una niña a su madre, (Música.) porque la mandó coser: menos coser, madre mía, de todas labores sé. ¡Cuántas niñas hay en este mundo que presumen de todas labores y con esto escarmientan al bobo, que se casa con ellas sin dote! Ésta sí que es tira-tirana; (A dúo con el SASTRE.) ojo alerta, cuidado, señores, que aunque tengan las caras de plata, muchas tienen las manos de cobre». ¿Qué haces ahí fuera sentado? (Sale de número 1.) Lo propio que en pie allá dentro: rabiar. Pues antes que muerdas, a saludarte. ¡Qué genio

  • von Gaspar Nunez De Arce
    9,99 €

    LA PESCA - I -¡Cuántas veces sentado en tu ribera, ¡oh mar! como si oyera la abrumadora voz de lo infinito, ha despertado en la conciencia mía honda melancolía, tu atronador, tu interminable grito!- II -Todo enmudece y cae en el misterio: el poderoso imperio que la tierra asoló con sus batallas; hasta los dioses que de polo á polo temidos son; tú sólo sientes rodar los siglos, y no callas.- III -No callas, y hasta el alto firmamento sube tu ronco acento, y cuando revolviéndote en ti mismo ruges furioso, en tus entrañas late el horror del combate que empeña el huracán con el abismo.

  • von Federico Ruiz Morcuende
    9,99 €

    Pues sepa vuestra merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes hijo de Thomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nascimiento fué dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fué desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fué molinero más de quince años. Y estando mi madre una noche en la aceña (nascí), de manera que con verdad me pueden decir nascido en el río.Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo cual fué preso y confesó y no negó y padesció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra los moros, entre los cuales fué mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue. Y con su señor, como leal criado, fenesció su vida.Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas se fué a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana.

  • von Alphonse Martainville
    9,99 €

    CUPIDO.- ¡Insensato! ¿Qué haces?JUAN.- ¡Gran Dios! ¡Qué prodigio! ¡Eh! ¿No lo dije yo que todo me ha de salir mal, cuando no puedo lograr ni aun matarme?CUPIDO.- ¿Matarte? Tonto, ¿y por qué?JUAN.- Me gusta la pregunta. Después de haber causado tú solo mis males, niño maligno, ¿aún preguntas qué motivos tengo para aborrecer la vida?CUPIDO.- Calla, calla, que eres tú más niño que yo. Pues, hombre, si todos los que tienen quejas de mí recurrieran al suicidio, ¿dónde iba a parar el mundo? ¡Ay, cuántas viudas!JUAN.- ¿Qué quieres? Viéndome o creyéndome abandonado de ti, la muerte me pareció mi único amparo. Acudí a ella con franqueza... porque, ya ves, yo he sido médico. (Se ríe CUPIDO.) Vamos, no deja de ser mérito.CUPIDO.- Pero, ¿y de dónde, ingrato, pudiste inferir que yo te abandonaba? Así sois todos: al menor contratiempo me acusáis, cuando vuestra pusilanimidad o vuestra natural inconstancia siempre son las únicas causas de los males que me atribuís. Cansados de la perseverancia que exijo de todos los que aspiran a mis favores, el uno va cada día a imitar hipócritamente a los pies de nueva dama un lenguaje que no inspiro yo más de una vez, y luego dicen: «Ya se ve, como ese picarillo tiene alas...». Otro, tomándolo más a lo vivo, se desespera, se mata. «El amor es un monstruo», exclaman todos. Pobre de mí, y cuán injustos son los mortales con un pobre niño que...

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    ROBERTO: Dirás que no es necedad la caza, en que el tiempo pierdes y lo mejor de tu edad, pues pasas los años verdes, Carlos, en la soledad. Un filósofo decía que sólo un bruto podía vivir en ella contento; que al humano entendimiento agrada la compañía. Tú, entre robles y entre tejos, gustas de andar todo el año, siempre de la corte lejos, sin que te escarmiente en daño ni te enfrenen los consejos. Donde vas tras un halcón que, remontado y perdido, imita tu inclinación. CARLOS: Los criados siempre han sido, Roberto, de una opinión. ¿Cuándo el gusto en el servicio pareció del dueño bien? Porque es murmurar su oficio, y estar quejosos también de poca lealtad indicio. Nuestros altos pensamientos desdicen de los intentos que tenéis siempre vosotros, y nunca estáis de nosotros satisfechos ni contentos. Somos, cuando no gastamos, miserables; cuando hacemos grandezas, locos estamos, si callamos, no sabemos; si somos graves, cansamos; la llaneza nos estraga, nada intentamos sin paga; no hay cuando más les obliga hombre que verdad nos diga ni bien de balde nos haga; nunca tenemos amigos, porque son nuestros criados necesarios enemigos.

  • von Elisee Reclus
    9,99 €

    Encontrábame triste, abatido, cansado de la vida: el destino me había tratado con dureza, arrebatándome seres queridos, frustrando mis proyectos, aniquilando mis esperanzas: hombres á quienes llamaba yo amigos, se habían vuelto contra mi, al verme luchar con la desgracia: toda la humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasiones desencadenadas, me causaba horror. Quería escaparme á toda costa, ya para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la tranquilidad de mi espíritu en la soledad.Sin saber fijamente á dónde dirigía mis pasos, salí de la ruidosa ciudad y caminé hacia las altas montañas, cuyo dentado perfil vislumbraba en los límites del horizonte.Andaba de frente, siguiendo los atajos y deteniéndome al anochecer en apartadas hospederías. Estremecíame el sonido de una voz humana ó de unos pasos: pero, cuando seguía solitario mi camino, oía con placer melancólico el canto de los pájaros, el murmullo de los ríos y los mil rumores que surgen de los grandes bosques.Al fin, recorriendo siempre al azar caminos y senderos, llegué á la entrada del primer desfiladero de la montaña. El ancho llano rayado por los surcos se detenía bruscamente al pie de las rocas y de las pendientes sombreadas por castaños. Las elevadas cumbres azules columbradas en lontananza habían desaparecido tras las cimas menos altas, pero más próximas. El río, que más abajo se extendía en vasta sábana rizándose sobre las guijas, corría á un lado, rápido é inclinado entre rocas lisas y revestidas de musgo negruzco. Sobre cada orilla, un ribazo, primer contrafuerte del monte, erguía sus escarpaduras y sostenía sobre su cabeza las ruinas de una gran torre, que fué en otros tiempos guarda del valle. Sentíame encerrado entre ambos muros; había dejado la región de las grandes ciudades, del humo y del ruido; quedaban detrás de mi enemigos y amigos falsos.

  • von Lope de Vega
    15,90 €

    LUISAEs cosa lo que ha pasado Para morirse de risa.DOÑA MARÍA¿Tantos papeles, Lüisa, Esos Narcisos te han dado?LUISA ¿Lo que miras dificultas? DOÑA MARÍA ¡Bravo amor, brava fineza!LUISANo sé si te llame alteza Para darte estas consultas.DOÑA MARÍAÁ señoría te inclina, Pues entre otras partes graves, Tengo deudo, como sabes, Con el duque de Medina.LUISAEs título la belleza Tan alto, que te podría Llamar muy bien señoría, Y aspirar, Señora, á alteza.DOÑA MARÍA¡Lindamente me conoces! Dasme por la vanidad.LUISANo es lisonja la verdad, Ni las digo, así te goces. No hay en Ronda ni en Sevilla Dama como tú.DOÑA MARÍAYo creo, Lüisa, tu buen deseo.

  • von Tirso de Molina
    9,99 €

    ACAB Por más que inmortalice, eterna en sus murallas Babilonia, a Semíramis su Reina y su fama felice, diosa de las batallas; lauros la ciña cuando Ofires peina, pues sin cuidar prendellos, causando al Asia espantos y ocasionando simulacros tantos, opuesta al sol, enarboló cabellos; su fama en vos admiro, luz de Sidón, Semíramis de Tiro. Guerra es también la caza, estratagemas tiene, inventa ardides y emboscadas pone; vos de la misma traza (cuando en triunfo solene mis sienes manda Marte que corone del árbol fugitivo, al dios planeta esquivo) porque Moab postrado, sujeto a vuestro Acab, parias le ha dado, divino cazadora, triunfos de fieras blasonéis, Aurora. Envidia tengo al ave que ejecutando vuela (rayo veloz de pluma) altanerías; si lo que goza sabe no ha menester pigüelas que en las alas repriman osadías; en cárcel generosa alcándara es hermosa de cristal transparente vuestra mano: si en ella favor siente que mi fortuna pueda hacer dichosa, la garza que hay más bella renunciará por no apartarse della. Provincia es tributaria Moab (por mí abatida) de Israel, porque en dichas trueque quejas; su rey pecha a Samaria, en cambio de su vida, cada año para vos cien mil ovejas: vellocinos de plata daros en ellas trata, que se blasonen dignos como el de Colcos, ser del cielo signos y el múrice convierta en escarlata, porque Jezabel pueda anteponer la púrpura a la seda. Cargados mil camellos de marfil y oro puro, espolios son que os sirvan de tesoro, con que alcázares bellos os labre (que procuro palacios de marfil a deidad de oro). Hónrenlos vuestros ojos y mezclando despojos de la caza y la guerra, yo valles conquistando, vos la sierra, vencedores los dos: lloren enojos enemigos agravios, mientras este cristal sellan mis labios.

  • von Miguel de Cervantes Saavedra
    9,99 €

    ESCIPIÓN: Esta difícil y pesada carga que el senado romano me ha encargado tanto me aprieta, me fatiga y carga que ya sale de quicio mi cuidado. De guerra y curso tan extraña y larga y que tantos romanos ha costado, ¿quién no estará suspenso al acaballa? ¡Ah! ¿Quién no temerá de renovalla?JUGURTA: ¡Quién, Cipión? Quien tiene la ventura, el valor nunca visto que en ti encierras, pues con ella y con él está segura la victoria y el triunfo de estas guerras.ESCIPIÓN: El esfuerzo regido con cordura allana al suelo las más altas sierras, y la fuerza feroz de loca mano áspero vuelve lo que está más llano; mas no hay que reprimir, a lo que veo, la fuerza del ejército presente, que, olvidado de gloria y de trofeo, ya embebido en la lascivia ardiente; y esto sólo pretendo, esto deseo; volver a nuevo trato nuestra gente, que, enmendando primero al que es amigo, sujetaré más presto al enemigo. ¡Mario!MARIO: ¿Señor?ESCIPIÓN: Haz que a noticia venga de todo nuestro ejército, en un punto, que, sin que estorbo alguno le detenga, parezca en este sitio todo junto, porque una breve plática de arenga les quiero hacer.

  • von Emilia Pardo Bazán
    9,99 €

    Fue sorpresa muy grande para todo Marineda el que se rompiesen las relaciones entre Germán Riaza y Amelia Sirvián. Ni la separación de un matrimonio da margen a tantos comentarios. La gente se había acostumbrado a creer que Germán y Amelia no podían menos de casarse. Nadie se explicó el suceso, ni siquiera el mismo novio. Solo el confesor de Amelia tuvo la clave del enigma. Lo cierto es que aquellas relaciones contaban ya tan larga fecha, que casi habían ascendido a institución. Diez años de noviazgo no son grano de anís. Amelia era novia de Germán desde el primer baile a que asistió cuando la pusieron de largo. ¡Que linda estaba en el tal baile! Vestida de blanco crespón, escotada apenas lo suficiente para enseñar el arranque de los virginales hombros y del seno, que latía de emoción y placer; empolvado el rubio pelo, donde se marchitaban capullos de rosa. Amelia era, según se decía en algún grupo de señoras ya machuchas, un "cromo", un "grabado" de La Ilustración. Germán la sacó a bailar, y cuando estrechó aquel talle que se cimbreaba y sintió la frescura de aquel hálito infantil perdió la chaveta, y en voz temblorosa, trastornado, sin elegir frase, hizo una declaración sincerísima y recogió un sí espontáneo, medio involuntario, doblemente delicioso. Se escribieron desde el día siguiente, y vino esa época de ventaneo y seguimiento en la calle, que es como la alborada de semejantes amoríos. Ni los padres de Amelia, modestos propietarios, ni los de Germán, comerciantes de regular caudal, pero de numerosa prole, se opusieron a la inclinación de los chicos, dando por supuesto desde el primer instante que aquello pararía en justas nupcias así que Germán acabase la carrera de Derecho y pudiese sostener la carga de una familia.

  • von Edgar Allan Poe
    15,90 €

    Cuando regresé hace algunos meses de los Estados Unidos, después de la extraordinaria serie de aventuras en los mares del Sur y otras partes, cuyo relato doy en las páginas siguientes, la casualidad me hizo conocer a varios caballeros de Richmond (Virginia), quienes, tomando un profundo interés en todo cuanto se relaciona con los parajes que había visitado, me apremiaban incesantemente a cumplir con lo que ya constituía en mí un deber ¿decían¿ de dar mi relato al público. Sin embargo, yo tenía varias razones para rehusarme: unas de naturaleza enteramente personal; las otras, es cierto, algo diferentes. Una de las consideraciones que particularmente me retraía era el hecho de que, no habiendo escrito un diario durante la mayor parte de mi ausencia, temía no poder redactar de memoria una relación lo bastante minuciosa, con suficiente ilación para obtener toda la fisonomía de la verdad ¿relato que sería, no obstante, la expresión real¿, no conllevando más que aquella natural, inevitable exageración, hacia la cual estamos todos inclinados cuando describimos acontecimientos cuya influencia ha ejercido su poder activo sobre las facultades de la imaginación. Otra de las razones era que los incidentes dignos de ser mencionados resultaban de una naturaleza tan maravillosa que no podía esperar que se me diera crédito, ya que mis afirmaciones no tenían más base que ellas mismas (salvo el testimonio de un solo individuo, y éste mitad indio), aparte mi familia y mis amigos, quienes en el curso de mi vida tuvieron ocasión de alabar mi veracidad; pero, según todas las probabilidades, el gran público tomaría mis asertos como impudentes e ingeniosas mentiras. Debo también manifestar que mi desconfianza en mi talento como escritor era una de las causas principales que me impedían ceder a las sugestiones de mis consejeros.

  • von Honore de Balzac
    9,99 €

    Uno de los espectáculos que más espanto puede causar es, sin duda alguna, el aspecto general del vecindario parisino, gente feísima de ver y de color quebrada, gente amarilla y curtida. ¿No es acaso París un campo amplísimo que trastorna continuamente una tempestad de intereses bajo la que gira el torbellino de una cosecha de hombres que la muerte siega con mayor frecuencia que en otros lugares y vuelven a nacer en idéntica estrechez, hombres cuyos rostros enrevesados y tortuosos rezuman por todos los poros el alma, los deseos, los venenos que preñan sus cerebros, no ya rostros, sino máscaras, máscaras de flaqueza, máscaras de fuerza, máscaras de miseria, máscaras de alegría, máscaras de hipocresía, todas ellas exhaustas, todas ellas impregnadas de las marcas indelebles de una anhelante avidez? ¿Qué ansían? ¿Oro o placer?

  • von Jose Maria De Pereda
    9,99 - 19,90 €

  • von Franz Kafka
    9,99 €

  • von Wilkie Collins
    9,99 €

    Hace algunos años, se contrató a un cantero para efectuar unos arreglos en la iglesia de Stratford-upon-Avon. Mientras se ocupaba de estas reparaciones, el cantero se las arregló ¿sin levantar sospechas, pensaba él¿ para fabricar un molde del busto de Shakespeare. Sin embargo, se descubrió lo que había hecho e, inmediatamente, las autoridades, encargadas de la custodia del busto original, lo amenazaron con penas y sanciones legales muy severas, aunque no especificaron de qué delito se le acusaba. El pobre hombre estaba tan asustado por las amenazas que rápidamente empaquetó sus herramientas y, cogiendo el molde, se marchó de Stratford. Después, el cantero expuso su caso a personas con capacidad para aconsejarle, quienes le dijeron que no debía temer ningún castigo y que, si consideraba que podría venderlos, hiciera tantos moldes del busto como quisiera y los pusiera a la venta en cualquier lugar. El cantero siguió el consejo, realizó cuidadosamente sus reproducciones del busto en bloques de mármol negro y vendió un gran número de ellas no solo en Inglaterra, sino también en América. Debe añadirse que este cantero había destacado siempre por su extraordinaria veneración a Shakespeare, que llevó a tal extremo que llegó a asegurar al amigo ¿de quien luego recibí esta información¿ que él, que era viudo, ¡se habría vuelto a casar solo si hubiera conocido a una mujer que fuera descendiente directa de William Shakespeare!

  • von Bram Stoker
    15,90 €

    Adam Salton pasó casualmente por el Empire Club de Sydney y se encontró con una carta de su tío abuelo. Poco menos de un año antes había tenido noticias del anciano caballero, Richard Salton, revelándole su parentesco y asegurándole que no había podido escribirle más pronto a causa de sus enormes dificultades en dar con el paradero de su sobrino nieto. Adam quedó muy complacido y respondió cordialmente; a menudo había oído a su padre hablar de la rama más antigua de la familia con quienes él y los suyos habían perdido el contacto hacía mucho tiempo. Había comenzado una interesante correspondencia. Adam abrió apresuradamente la carta que acababa de llegar, que contenía una amable invitación para instalars en Lesser Hill con su tío abuelo tanto tiempo como le fuera posible. «Verdaderamente, escribía Richard Salton, espero que se establezca aquí permanentemente. Usted sabe, mi querido muchacho, que nosotros somos los últimos descendientes de nuestra estirpe y sería conveniente que usted me sucediera cuando llegue el momento. En este año de 1860 voy a cumplir los ochenta y aun cuando nuestra familia es longeva, mi vida no puede prolongarse más allá de límites razonables. Estoy dispuesto a quererle y a proporcionarle un hogar junto a mí todo lo feliz que usted desee. Por lo tanto, venga tan pronto como reciba esta carta y compruebe la bienvenida que espero darle. Por si le facilitase las cosas, le envío una libranza bancaria de doscientas libras esterlinas. Venga pronto y podremos gozar juntos de algunos días felices. Si está a su alcance concederme el placer de su visita, envíeme lo antes posible una carta diciéndome cuándo debo esperarlo. Cuando llegue usted a Plymouth o Southampton, o a cualquier puerto a que esté destinado, espere a bordo, que me uniré a usted lo más pronto posible»

  • von Juan Ruiz de Alarcon
    9,99 €

    Donde estamos? que castillo y que torres son aquellas? Esse lugar es Melilla, las torres su fortaleza. Porque me engañas, traydor? a Fez dizes que me lleuas, y a Melilla me has traydo, que es de Christianos frontera? Perdida soy; ay de mi; porque enemigas estrellas, hizistes de la desdicha tributaria la belleza. Triste yo, quien me diria ayer, quando hombres y seluas con libertad diuagaua, y mandaua con soberuia: que oy quando con blancas vrnas vertiesse la Aurora bella a los ayres oro en rayos, y a los campos plata en perlas. Yo tambien triste daria, a vn hombre estraño sujeta, lagrymas tiernas al suelo, y al viento llorosas quexas?

  • von Tirso de Molina
    15,90 €

    ASER: ¿Hasta cuándo ha de durar el hambre de Palestina? HERBEL: Mientras no cesa el pecar no cesa la ira divina que nos quiere castigar. Tres años ha que olvidada la tierra que esteriliza nuestra suerte desdichada, la maldición profetiza de nuestro padre heredada. Mete el hambre el mundo a saco; ni a Ceres paga el agosto, ni el fértil otoño a Baco. ASER: Herbel, sin pan y sin mosto, todo estómago anda flaco. Comíme el año primero el ganado que tenía, sin dejar macho o carnero; los bueyes maté otro día, comiéndome carne y cuero. Mis tierras después vendí y comímelas también. Por pan mis alhajas di, y la casa que en Belén tuve, también me comí. Ni ya tengo qué vender, ni el hambre su rigor doma, pues de suerte viene a ser, que si no que a mí me coma, no tengo ya que comer.

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